Concha Caballero.El País.09/07/2011.
Me he enamorado perdidamente esta primavera. Cuando menos lo esperaba. Cuando creía que ya conocía lo que la vida podía ofrecerme, de pronto, me he enamorado. Sucedió una tarde de mayo. Fue en plena calle, en una cita casual que no prometía nada sustancialmente nuevo, en una de los centenares de manifestaciones a las que he acudido. Asistía un tanto descreída, acostumbrada ya a la aburrida liturgia en la que se había convertido nuestra protesta, preguntándome cuántos kilómetros habría recorrido a lo largo de mi vida, hasta qué lugar llegaría si sumara, uno tras otro, mis pasos en unas manifestaciones que, en los últimos tiempos, más que reunir esperanzas, aunaban desconsuelos, recuento de sueños rotos y un tibio cariño de caras conocidas.
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Sin embargo, aquella tarde fue distinta porque miles de personas desconocidas se agolpaban en el recorrido, porque no había pancartas oficiales con lemas clónicos, ni pegatinas lujosamente serigrafiadas, ni escenario final, ni cortejos partidarios sino sencillos carteles de cartón personalizados donde cada uno había anotado sus pensamientos. Ahí empezó todo.
Vinieron enseguida las acampadas, que no me atreví a visitar, temerosa de que se pudieran sentir incómodos por mi presencia. Pero, como una amante tímida, los seguía en la distancia, pegada a las redes, buscando vídeos, post, tuits, manifiestos y debates.
Mis hermanos y mis sobrinas que nunca han estado en la batalla política me mantienen al corriente, felices de poder enseñar a la que, hasta hace justo dos meses, era la entendida en materia política. Me siento feliz de olvidar mis experiencias, de aprender algo radicalmente nuevo, empezando por un nuevo lenguaje político que no tiene un recetario, ni unos líderes reconocidos, ni una estructura rígida, sino que fluye como el agua para inundar campos secanos y abrir espacios donde antes sólo anidaba la impotencia. Me cuentan las asambleas, las disquisiciones, los problemas y los avances. Como toda enamorada, me interesan los detalles y les pregunto qué decían los mayores, qué hacían los estudiantes, cómo se organizan en las acciones.
En una pequeña asamblea de Granada, la Cartuja, los jóvenes pintan carteles en el suelo mientras que los viejos sentados en los bancos los miran con curiosidad. Ahora han creado un cine de verano, con unas sábanas estiradas y un viejo proyector. Cada vecino lleva su silla y la plaza ha recuperado la vida. Días atrás, hablaban de cómo ayudar a los mayores de su barrio. Algunos jóvenes propusieron subirles las bolsas de la compra por las cuestas de la ciudad y ofrecerles pequeños servicios de reparación y de cuidados. Maravillosas ingenuidades que te conmueven. Cada mañana paran un desahucio, una injusticia: pequeños Robin Hood contra el capital. Sin ningún medio muestran más valentía y determinación que todo el Gobierno junto los escasos días en que recuerdan que son socialistas y no tienen una cita con Botín. En un solo mes han zarandeado todo el escenario político. Ellos apuntan al marco completo del debate porque saben que si no emerge una nueva fuerza que lo cuestione, no será posible ninguna otra política que no sea beneficiar a los mercados. Han contagiado a medio mundo el espíritu de una spanishrevolution pacífica y llena de contenido.
Soy consciente de la cursilería que destila este artículo. Perdonen el azúcar, pero el amor es lo que tiene. Mi entusiasmo no es acrítico pero nunca, en la pequeña historia de la democracia española, ha habido un movimiento tan profundo, tan real, tan capilar como el que ellos representan. Algunos de mis amigos dicen que es un amor que no me conviene, que no es oro todo lo que reluce, que al final te decepcionará, que es mejor que vuelva al camino trillado de la política partidaria donde el amor se extinguió hace mucho tiempo pero que todavía ofrece el atractivo de la tranquilidad. No los escucho. Conecto el ordenador. Veo por enésima vez uno de los vídeos del 15-M titulado Let the Sol in. Somos muchos. No somos nadie. Somos legión. Cruzo los dedos y les pido, por favor, que no desaparezcan de nuestras vidas.