El Mundo.Sin «móvil» ni nada ‘i’ en sus bolsillos, decidido a no ser nunca un borrego y con una voz que truena templada en el dolor. Así va por la vida José Domínguez, El Cabrero, que sólo canta cuando quiere. Por eso cuando deja a sus cabrillas y baja a la capital, como hará el domingo, se espera como un «advenimiento»
«Yo, después de cada concierto, soy uno más por esos campos. El protagonismo se acaba al bajar del escenario y volver a mis quehaceres de cabrero. No me gusta lo que llaman vida social. Agradezco la popularidad pero eso es patrimonio del público», resume en una entrevista con Efe este «indignado» de casta.
Inconfundible, con sus botas y sombrero a lo «spaghetti western» (no en vano uno de sus músicos más admirados es el compositor en el género Ennio Morricone) este ‘Clint Eastwood’ de la sierra sevillana, canta como anda, es decir, asegurándose del terreno que ve y pisa «y, a ser posible, con el horizonte largo».
El Cabrero llevaba 15 años sin editar un disco: ‘He grabado cuando me ha apetecido’
Mientras «camine el tiempo», dice, seguirá con su rebeldía, con ese grito que está en el alma de su cante y que le ha llevado a combatir, por veredas y trochas, «toda la sangre de las injusticias».
Este «pastor de nubes», como ha titulado su último disco, la materia de la que nutrirá su concierto del domingo en los Veranos de la Villa, tuvo «cuna de cabrero pobre» y lleva toda la vida dedicado a su oficio en su pueblo natal, Aznalcóllar, a la vez que silbando, con sus botas llenas de barro, a quienes llevan «miles de años viviendo de otras espaldas».
Son cerca de 40 años en los escenarios y en ellos se mantiene «sólo gracias al público», que ha engendrado seguidores devotos y «hereditarios».
«Es por ellos que estoy aquí. Al cabo del tiempo he hecho grandes amigos por esos pueblos y espero seguir estando a la altura de todos ellos y del cante», subraya.
Paralela a esa «unción» va la indignación que le provoca que la Bienal de Sevilla le haya «vetado», «como si no existiera«, durante 22 años, una discriminación que le irrita porque siente en sus «costillas» que es un boicot no sólo hacia él sino también a los que quisieran escucharle.
«Quedará como una vergüenza para sus responsables, si es que la tienen. Quisieron enmendarlo, concretamente el señor Copete, [Manuel Copete, anterior director de la Bienal], pero el precio lo puse yo y, por lo visto, no tenían dinero suficiente para pagarme», sentencia.
El cabrero tuvo que abandonar el parvulario con 6 años para ayudar a su familia en el pastoreo y dice que no sabe ni encender el ordenador aunque le suena «eso» del Facebook y del Twitter porque su mujer, Elena, le ha hecho una página y le ayuda con los mensajes.
Promovió hace años, junto a Manu Chao y otros artistas, un manifiesto alertando sobre la «agonía» del flamenco. «No es que hoy esté desnutrido, es que lo están dejando secar en berza y la mayoría de lo que promocionan es un poco ‘transgénico'», se ríe.
El flamenco en los últimos ocho o 10 años, afirma, ha padecido «el mal del abandono» por parte de la administración.
«Se lo han ‘cargao’ porque la parte gorda del presupuesto ha ido a parar al extranjero y la tierra que lo vio nacer se está muriendo. Se han perdido el 80% de los festivales de los pueblos andaluces y van a seguir cayendo porque la subvención de 3.000 euros que da la Junta par un festival tradicional apenas si cubre el sonido».
El Cabrero controla todo los palos, aunque sus fuertes sean la soleá, la malagueña y la seguiriya, y por eso dice con seguridad que el flamenco «sin la semilla autóctona y tradicional» llegará a confundirse con otras músicas y perderá su identidad.
Sólo ha hecho 18 discos y entre el penúltimo y ‘Pastor de nubes’ han pasado 15 años. «He grabado cuando me ha apetecido. Como el río Guadalquivir en su recorrido desde donde nace hasta que llega a Triana: rompiendo, ahondando y sin prisas», desvela.