Francisco Garrido.
Hay algo que nunca perdonaré a un tonto y es que me incite a la soberbia, o lo que es igual; que me haga creer, de forma desmesurada, que yo soy mucho menos tonto que el. La estupidez nos `priva del sumo placer que reporta la admiración. Admirar es lo mejor para uno, lo peor admirarse. Yo quiero vivir en una comunidad de admirados admiradores que como el viejo “teóricos” griego participa y reconoce la celebración de la vida en los otros. Por qué estar vivo no consiste en no estar muerto sino en reconocer que los otros están vivos. Al igual que ver no es que te vean sino que tú veas a los otros.
La humildad nos permite admirar. La admiración nos permite copiar. Y en la copia está toda la fuente de la innovación. Desde los genes a las neuronas espejo somos seres replicantes que cometen errores y en los errores de la replicación aparece la mutación y el cambio. La soberbia está enemistada con el cambio: un soberbio es siempre idéntico a sí mismo, no tiene motivaciones para mirar fuera. El gesto típico del soberbio, con esa mirada “de arriba a abajo”, demuestra que el soberbio no mira sino que mide. Sólo los humildes aprenden y sólo los que aprenden superviven.
Evolutivamente somos hijos e hijas de homínidos muy humildes, de lo contrario no hubieran sido capaces de adaptarse y reproducirse. La virtud de la humildad nos permite ser intrépidos y cautelosos al mismo tiempo, innovadores y prudentes sin contradicción. Podemos enseñar por qué hemos aprendido, podemos ser por qué otros ha sido, podemos hablar por qué otros han hablado: la humildad es imprescindible para la cooperación social.
El individualismo liberal nos ha enseñado que la realización del individuo consiste en que los otros no se realicen, en la privación ajena. El valor de la “propiedad privada” no reside en que es propia sino en que es privada. Lo bueno no es que tú lo tengas sino en que no lo tienen los demás. Es el colmo de la soberbia pretender que sólo uno debe ser. Pero la paradoja de la “propiedad privada“, es que necesita para su goce del otro de la privación del otro, no puede ser completamente onanista. Tomás de Aquino anticipa este “goce privativo” cuando decía que uno de los placeres del cielo seria poder contemplar los sufrimientos del infierno.
El capitalismo liberal nos ha presentado como escaso todo lo que no lo es (relacione sociales, sentimientos, afectividad) y como ilimitado a todo lo que es escaso (recursos naturales, energía, etc). Con ello ha conseguido invertir el sentido de nuestros dispositivos evolutivos: somos despilfarradores de recursos naturales y tacaños de relaciones y sentimientos. Así han torcido nuestra natural disposición para la cooperación y reprimido nuestra condición humilde y altruista.
El delirio de omnipotencia que caracteriza a la civilización moderna (capitalista e industrial) ha proscrito la humildad. De esta forma indirecta y subrepticia ha proscrito también al altruismo. Como, a pesar de todo, el altruismo sigue gozando de buena fama, el ataque no podía ser directo si quería tener éxito: solo destruyéndo las las bases materiales (institucionales y emocionales) del altruismo, el ataque sería certero. La humildad, como la vergüenza o la alegría o la compasión son parte de esas bases emocionales.
No hay nada pues más egoísta que el altruismo. Des atrapado del “yo” como cárcel, el altruista es capaz de expandirse de forma ilimitada en los otros. El altruismo es profundamente empático y la empatía nos constituye como individuo, la participación (esa forma de empatía colectiva) nos constituye como ciudadanos. Por eso la compasión o la participación son causa sui de felicidad individual, no son meros instrumentos colectivos, aunque son unas magníficas herramientas de cohesión social. ¿Hay mayor humildad que la democracia?
En la economia emocional las mujeres han cubierto, con grave coste para su autonomia y bienestar, el mímino común de altruismo necesario para la reproducción social que la sociedad capitalista necesita. Condenadas a ser altruistas a la fuerza , su gesto de orgullo y empoderamiento son hoy un «grito profético» por la recuperación colectiva (más allá de los géneros) del altruismo social. La marginación y reclusión en el ámbito privado de las mujeres por parte del capitalismo, tiene mucho que ver con esta función de reserva de altruismo mínimo socialmente necesario. En la división social del trabajo emocional capitalista a la mujer le toco ser la humilde y altruista (el «ángel de la casa» que tambien criticó Amelia Varcarcel) pero eso se ha acabado: o todos o todas o ninguno y ninguna. La feminización de la democracia implica la universalización institucional y emocional .Al igual que no hay nada, como decíamos mas arriba, que interse más a un egoista que el altruismo, no hay nada que convenga más a un hombre que el feminismo.
Decía Emmanuel Levinas que “santo” es “aquél al que le preocupa más la muerte del otro que la propia”. Yo no soy santo y estoy muy lejos de que me preocupe más la muerte de los otros que la propia, pero si admiro a los santos. Yo no aspiro, sé que es imposible, a una sociedad de santos pero si a una sociedad que admire a los santos, y no a Fernando Alonso o a Cristiano Ronaldo. Joyce definió la epifanía como: “Una manifestación espiritual repentina, ya sea a través de algún objeto, escena, acontecimiento, o fase memorable de la mente, siendo la manifestación desproporcionada con respecto a la significación o la relevancia estrictamente lógica de cualquiera cosa que la produzca”. La epifanía del altruismo es una de las epifanías que a modo del acontecimiento revolucionario del que habla Alain Badiou ; deben de acontecer políticamente para que todos y todas veamos en medio de tanta oscuridad soberbia.