Lucía Márquez Daza | Les voy a contar un cuento, una forma narrativa muy antigua, por la cual se reflexionaba sin poner los prejuicios antes del juicio racional.
Érase una vez un país donde todo estaba ordenado, donde todo pasaba sin demasiado ruido, sin demasiados sobresaltos. Únicamente el gran chambelán armaba mucho escándalo y enviaba a la guardia a callar a los siervos cuando éstos se ponían un poco revoltosos.
Los jueces ya no tenían más que los pleitos de los ricos, porque la justicia era muy cara. Todo parecía tranquilo, a pesar de que la pobreza se extendía silenciosa e irrefrenable. Incluso los traviesos oficiales no terminaban de dar el salto a la calle, porque creían que todo se debía resolver desde los sillones que les tocaban en la corte y siguiendo la rutina eterna que un día pactaron.
En aquel país había una tierra muy resabiada, en la que la gente solía elegir a los revoltosos oficiales, hasta que un día estos revoltosos se hicieron tan oficiales que la gente se cansó de ellos y perdieron la mayoría en las elecciones. Ese día llamaron a los traviesos de aquella tierra del sur para que los conservadores no gobernaran las montañas y las valles. Ante un mal tan grande, la gente aceptó un pacto que fuese más allá de pararles los pies a los conservadores. Y la idea no parecía que iba mal, con sus tiras y aflojas normales, con el sacrificio de los de siempre, quienes preferían a Guatemala antes que a Guatepeor.
Sin embargo, se puso malo el jefe de los revoltosos oficiales y le dejó el puesto a una baronesa que sólo pensaba en quedarse quieta y parar a los conservadores, así no tenía que dar ni un paso a la izquierda. Excepto por una Corrala okupada, todo parecía una balsa de aceite.
Ah, pero como en todos los cuentos, ante la parálisis general llegó un 25 de mayo y las cortes se quedaron viejas, pues apareció en escena un grupo de gente, muchos pensaban que sólo era un flautista de Hamelín, que recogió con un altavoz muy potente el eco que decía que las cosas no estaban tan tranquilas y que la gente tenía ilusión de que la izquierda en el sur y en todo el país cambiase el rumbo de las cosas.
La baronesa hizo como si no fuese con ella, aunque tenía en la manga la carta de las encuestas para disolver el parlamento del sur cuando a ella le viniese bien y cuando sus socios estuviesen más despistados. Ella siempre podía amenazar, su pequeño parlamento podía votar en contra de cambiar la ley electoral, porque a ella no le molestaba votar con la derecha, la cosa era no dar ni un paso a la izquierda. Aquel parlamento estaba abocado a la siesta, por más que la izquierda intentara despertarlo, no habría ni un bostezo hasta que la baronesa lo disolviera.
Mientras, en la calle había gente que sabía que esa institución no reflejaba sus opiniones, que las cosas habían cambiado, que en las urnas podían mostrar la indignación y la ilusión de la mayoría. La gente sabía que la representación no podía volver a ser lo que había sido hasta ahora: “vótame, que yo te olvidaré hasta dentro de cuatro años”.
Ahora los traviesos ya no podemos decir que hay que organizar a la calle, porque o nos unimos a ella o se organiza sola. La gente del sur sabe que las cosas están cambiando, que la baronesa cada día está más preocupada por lo que pasa en Madrid, por apoyar a los que trajeron la crisis – estafa a todo el país y menos de lo que nos pasa a quienes andamos en busca y captura de un empleo, a quienes soportamos la precariedad laboral, educativa y sanitaria o a quienes somos desahuciados de nuestras viviendas y abocados a la cultura de charanga y pandereta. El parlamento del sur ya no es espejo de la realidad política de la sociedad de estas montañas, de estas costas, de estas campiñas y de estos valles. Esperar a que a la baronesa le salgan las encuestas, es como esperar a que al gran chambelán no se le revuelvan sus barones y disuelva las cortes del país entero por miedo a que la flauta suene demasiado fuerte.
La gente quiere que se le oiga, quieren darle voz a un encuentro de la izquierda, a un lema que nazca de un encuentro abierto de las gentes que sufren esta crisis y que saben que es una estafa. Quieren elegir por primarias a personas que les escuchen primero y después hablen con sus palabras.
Como todos los cuentos este cuento tiene su moraleja, y es la misma que la de “Pedro y el lobo”, aquel pastor , que dijo tanto que viene el lobo siendo mentira, que cuando era verdad el pueblo le dio la espalda. Si nos olvidamos de las voces del pueblo, si no gira el gobierno hacia la izquierda con un calendario bien definido, quizás Andalucía piense que somos fácilmente engañables por la baronesa, y que no cabemos en su alternativa ciudadana abierta. La hora de salir a la calle y demostrar que nos manchamos ha llegado.
Colorín y espero que colorado, este cuento no ha acabado.