José Manuel Naredo es economista, es uno de los ‘sabios’ de la Reserva de la Biosfera y pionero en España en ligar el medioambiente a la economía. Acaba de publicar un nuevo libro, ‘Economía, poder y política. Crisis y cambio de paradigma’ (Díaz & Pons).
—¿Cuál es el objetivo del libro?
—Al calor de la crisis se empiezan a desempolvar autores de pensamiento crítico y la situación pide ver en perspectiva qué está pasando. El libro pone estas preocupaciones en relación con la historia, pero también considera las novedades respecto a otros periodos, que proceden de que el pensamiento que entonces se creía crítico del capitalismo desembocó en unas experiencias que se han desvanecido y han sido frustrantes porque se anteponía un autoritarismo, y en realidad el pensamiento que ha tomado cuerpo está apoyado en una ideología con piezas clave que no han sido criticadas, y la situación pide hacer algo.
—¿Sin derribar esas piezas va a ser imposible cambiar de paradigma?
—Algunas de las bases del pensamiento ilustrado no se han demolido, como la idea de sistema económico, sistema político, o de individuo. Hay ciertas zonas oscuras que se asumen como evidencia absoluta sin más. Son creaciones de la mente humana, que igual que se han creado se pueden cambiar. Al sistema político se le ha llamado democrático, se ha globalizado y se mantiene indiscutido. Se justifica el poder, la propiedad y todo a partir de esas nociones de sistema, igual que el individualismo posesivo. Yo propongo iluminar los puntos oscuros como primer paso para poder cambiarlos.
—En España, con los ‘mimbres’ que tenemos, ¿estamos capacitados para un cambio?
—Es que España es una caricatura de despotismo democrático y caciquil. En lo económico también, que es lo que ha aportado esa cantidad de megaproyectos y actividades especulativas, que es un juego de suma cero en el que han sacado tajada algunos y luego se nos ha invitado a todos a pagar los platos rotos. Es la caricatura en Europa, con Bárcenas a la cabeza. En realidad el capitalismo ha derivado en el mundo en la adquisición de riqueza y economía especulativa en general, pero a España hay que echarla de comer aparte.
—Si se derrumba el modelo hay un riesgo de que se imponga un populismo en lugar de mayor participación.
—Ese riego es evidente. Por eso saco el paralelismo del periodo de entreguerras que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Claro que hay ese riesgo, pero también hoy están desactivadas las falsas alternativas. El poder se ampara en la democracia y no es de recibo que vuelva la parafernalia que dio lugar al fascismo. Eso parece que ha sido bastante desactivado, salvo grupos minoritarios. Desde Estados Unidos y en particular en España se justicia un neocaciquismo amparado en la democracia, con fachada democrática.
—¿Hay solución dentro del capitalismo?
—Es que hay que ver de qué hablamos. Al mercado se le demoniza o se le deifica. No es ese el problema. La cuestión es volver a poner el intercambio del mercado como un instrumento y que el dinero no rija toda la actividad humana porque eso chirría con las leyes de funcionamiento de la Biosfera.
—Entonces es un problema moral, que el dinero no sea el centro de todas las decisiones.
—También es un problema moral pero la cuestión es poner las piezas juntas porque no hay una solución de lo económico y a partir de ahí que cambie todo. Las piezas están juntas en la ideología dominante y el cambio supone tratarlas todas a la vez.
—¿Puede haber soluciones individuales, en países, en regiones, al margen del resto del mundo?
—La Boetie escribió ´La servidumbre voluntaria’ hace cinco siglos. Las bases del despotismo eran el miedo, la avaricia, hablaba de la cadena de oro que hacía posible que uno mandara sobre muchos. Frente al afán de enriquecerse y al miedo habría que potenciar relaciones más cooperativas, de amistad, igualdad, etc. para que la gente critique con libertad, que sería la base de participar sin miedo en la toma de decisiones. Ahora ni siquiera se usan los plenos municipales, el Parlamento… Todo se acuerda detrás y luego es un teatro que no sirve para nada. Debe haber unas relaciones sociales más equilibradas, de mayor reciprocidad.
Fuente: Diario de Lanzarote