Cuando Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la universidad de Zaragoza, comienza a hablar, sus palabras nos transportan a otro tiempo de esta misma España. A otro momento, lúgubre y trágico, aquel en el que un Golpe de Estado perpetrado por unos pocos militares convirtió nuestras calles, tapias y carreteras en un río de sangre. Sangre derramada del que aún nos duele hablar siquiera.
La pasada semana ha estado en Sevilla, en el salón de actos de la Diputación Provincial de Sevilla. Su charla nos reclama toda nuestra atención, porque no es fácil ni hablar ni escuchar sobre la Guerra Civil que padecimos desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1 de Abril de 1939. Pero que, a pesar de haber terminado, siguió vengándose de los vencidos durante muchos años más. De tal forma que aún hoy en día nos cuesta diferenciar la propaganda del conocimiento.
Las primeras investigaciones sobre los verdaderos hechos acontecidos en esa guerra fraticida las realizan historiadores y estudiosos extranjeros. Fue necesaria “la mirada del otro” para comprender ese periodo de la historia reciente de nuestro país, personas como Paul Preston o Hugh Thomas.
El levantamiento militar
El golpe de Estado del 18 de Julio de 1936 fracasa, pero no del todo. Sólo triunfaron en Sevilla y Zaragoza. Mientras, en el resto del Estado español, los Generales y los militares siguen fieles a la República. Se abre, pues, una guerra entre los que no se dan por ganadores y los que no se dan por vencidos. Cuando a finales se pide ayuda internacional, la resistencia de aquella Europa bajo el Tratado de no intervención impulsado por León Blum, entonces presidente socialista de la República francesa, y bajo presión británica, resultó ser lo peor que le pudo pasar a la República española. El convencimiento (manifiestamente erróneo) de Blum de que el pacto de no intervención sería respetado por todos los países firmantes, y que ello ayudaría a frenar la sublevación militar en España, consiguió justamente lo contrario, puesto que tanto Alemania como Italia apoyarían explícitamente a Franco.
Julián Casanova considera básica la deshumanización del contrario. Y relata cómo las circunstancias hicieron que, personas que nunca habrían tenido armas en sus manos, las obtuvieron, instaurándose un periodo de represión y violencia.
La España que se encuentra Azaña no era una España moderna. No existía una presencia civil fuerte, La burocracia militar y la eclesiástica son problemas enconados en la sociedad de los años 30. Por lo que, tanto la ley de Reforma militar como la Ley de separación de Iglesia-Estado conforman un conflicto. Dicho malestar provoca un nuevo golpe de Estado que, encabezado por los militares, pronto se ve apoyado por los falangistas y la Iglesia Católica.
Pero, no son éstos los únicos conflictos. También existe el conflicto de clases. La desigualdad en el reparto de la riqueza provoca que ciertos sectores organizados quieran cambiarla. De nuevo un conflicto entre los que tienen la riqueza y no quieren compartirla con los que sí quieren. Barcelona es una ciudad en la que esta lucha de clases cobra importancia. Una ciudad industrial, rica y moderna, donde triunfa el anarcosindicalismo, en lugar del socialismo.
También conflictos en cuanto a la educación. El acceso a la educación estaba restringido a los mismos grupos. La Iglesia católica mantiene, si no la exclusividad, sí los privilegios y el monopolio de la enseñanza. Durante la II República, el interés por la formación y la educación libre y gratuita genera expectativas entre los ciudadanos, que ven cómo sus horizontes de mejora se van abriendo ante sus ojos. De ahí el escarnio a los profesores supervivientes, de los que unos cincuenta mil fueron expedientados.
Otro motivo de conflicto fue la idea de nación. La República quería abrirse a un modelo plural, reflejo de una España plural. Frente a los nacionalismos de Cataluña, País Vasco o incluso Galicia, la idea errónea de que los sublevados lo hicieron por el orden y unidad de España.
Mención aparte del nuevo papel de la mujer en la República, que dividió a los que mantenían una idea más conservadora y los detractores. Los derechos de la mujer moderna chocaban con la idea de familia tradicional que defendía la Iglesia.
La Guerra Civil
Hay que tener presente el hecho de la intervención de países como Alemania o Italia consiguió que la Guerra Civil fuera el preludio de la II Guerra Mundial. El apoyo de Hitler o Mussolini la convirtió en una guerra universal. Y no sólo por haber participado soldados nazis, sino porque se realizaron intervenciones de bombardeos en retaguardias y población civil que, hasta entonces, nunca se habían realizado. Técnicas que se normalizarían durante la II Guerra Mundial.
La internacionalización de la Guerra Civil se constata, además, en la presencia de los miles de voluntarios en las brigadas internacionales.
Los militares sublevados ganaron la guerra porque tuvieron tropas mejor entrenadas y los vientos internacionales soplaron a su favor. La actuación de la aviación italiana y alemana fue decisiva para la victoria franquista.
Se considera que durante la Guerra Civil murieron unas 600.000 personas. De ellas, 100.000 corresponderían a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. Cuando terminó, medio millón de personas se amontonaban en las prisiones y en los campos de concentración. Entre los vencedores cobró fuerza la idea de exterminio, bendecida por la Iglesia Católica.
La incivil paz tras la Guerra Civil
Militarismo, fascismo y catolicismo eran los componentes del Nuevo Estado que emergió conforme la guerra avanzaba. Por un lado, se exaltaba al líder, Caudillo, como el Führer o el Duce. Por otro, aparecían los ritos y las manifestaciones religiosas, las procesiones, misas de campaña y ceremonias político-religiosas. Autoritarismo y desprecio por los sistemas democráticos. Militares, fascistas y católicos iban a ir construyendo una España donde casaba el concepto de “moderna corriente autoritaria” con “la gloriosa tradición”, donde se alinearon sacerdotes y religiosos, sobre todo jesuitas y dominicos.
Esta fusión entre la tradición católica y el ideario fascista tenía como vínculo común la destrucción de las políticas y las bases sociales y culturales de La República. España volvía a ser católica, una grande y libre. Para ello, había que meter a Dios y sus cosas en todo: leyes, casas e instituciones. A cambio, la Iglesia bendecía la violencia ejercida contra los republicanos y revolucionarios.
La formación de este nuevo Estado y del nuevo concepto de Patrias destrozó las conquistas y aspiraciones políticas de intelectuales, profesionales y sectores de la administración que habían desarrollado una cultura política republicanista, democrática y anticlerical.
La destrucción del vencido se convirtió en la prioridad absoluta del régimen. Comenzó un nuevo período de ejecuciones masivas y de cárcel y tortura para miles de hombres y mujeres. Al menos 50.000 personas fueron ejecutadas entre 1939 y 1946. Y los que pudieron seguir vivos, tuvieron que adaptarse a las normas de los vencedores. Muchos perdieron sus trabajos. Fueron acosados y denunciados. El franquismo les impuso el silencio para sobrevivir, obligados a tragarse su propia identidad.
Décadas perdidas del tren de la modernidad. La huella en la falta de educación que impidió el debate, con un absoluto desprecio hacia el conocimiento de los historiadores y con la consiguiente falta de dignidad hacia las víctimas que están en las cunetas. Con una falta de democracia en la derecha. Y como última consecuencia, el comprender que la democracia no es un bien universal, sino un bien frágil que debemos cuidar.
Nale Ontiveros
Coordinadora Andalucía ATTAC – TV