Francisco Garrido. En mayo de 1968 yo tenía diez años. De lo que estaba ocurriendo en Francia sólo sabía lo que contaba la televisión (Manolo Alcalá, el corresponsal con gafas de culo de vaso) y lo que decia Carmela, una vecina emigrante en París y que no sabía hablar francés. Me fascinó Dani el Rojo, luego lo conocí en los verdes. No entendía nada, pero presentía que aquello que no entendía marcaría mi vida para siempre. Luego, mucho tiempo después, fui consciente que había estado viviendo en diferido un «acontecimiento» en palabras de Badiou. Mi vecina, la emigrante, había vuelto precipitadamente a Sevilla forzada por las continuas apariciones en París de su marido difunto, un cargador del muelle anarquista y alcohólico que había muerto de tuberculosis hacía un año. Manolo, que así se llamaba el difunto, le exigía un nicho más grande pues en el que tenía afirmaba que daba con los pies en la lápida. Los acontecimientos enamoran y ese amor dura para toda la vida. Siempre vuelven. Pero, como a mi vecina Carmela, el recuerdo de su amor, en ocasiones, vuelve bajo la forma de espectro para recodarnos que ningún acontecimiento, ningún amor, cabe en los nichos de la muerte.
(I)
Es difícil encontrar una idea que haya hecho tan infeliz a tanta gente como la idea de felicidad. Mayo del 68 la convirtió, sin querer, en el centro obsesivo del programa político revolucionario. La trituradora del capital la colonizó y montó el show business La felicidad como objetivo político deviene en infelicidad, al igual que la intención explícita y consciente de dormir sólo deviene en insomnio. Ambos, felicidad y sueño, son subproductos no intencionales, pretender alterar esa lógica acaba destruyéndolos.
(II).
El deseo desatado de felicidad no encontró las playas que estaban debajo de los adoquines sino el supermercado y el camello que estaban detrás de la esquina. Un hedonismo sin forma, cautivo de la inmediatez, fue el mejor fermento para el consumo de masas compulsivo. Los herederos de mayo son hoy Amazon, Ikea, Google y los laboratorios de los cárteles del narcotráfico. Bottom of Form
(III).
Despues de mayo, nadie podrá hablar ya más en el nombre del otro sin el otro. La fijación de la autonomía sin la cual la igualdad es aniquilación, es un legado de mayo que no podemos olvidar más. Pero la confusión entre autonomía y atomismo liberal será muy fuerte; ser singular nada tiene que ver con ser un caso dentro de una serie industrial de subjetividad en cadena. La producción de sujetos es la gran fábrica del 68; sujetos idénticos pero que se creen idénticamente distintos.
(IV).
Herbert Marcuse, uno de los padres ideológicos de mayo, advertía sobre los riesgos que la desublimación represiva tenía en cuanto cosificación/ concentración / monopolio de las relaciones sexuales en la genitalidad, contraviniendo así la ecuación que equiparaba sublimación con represión sobrante. A la par que el cuerpo era liberado de las viejas ataduras, era vendido, como en el tránsito entre el siervo y el obrero, no ya como «fuerza de trabajo» sino como «fuerza de deseo», o lo que es igual, de consumo. La «revolución sexual» desconectó práctica sexual y afecto, creyendo que el afecto estaba unido indisociablemente a la institucionalidad patriarcal, cuando el afecto a lo que está unido realmente, evolutivamente, es a la empatía que comporta el reconocimiento del otro/ otra como igual y distinto. Sin afecto no hay sexo sino práctica de consumo sexual del otra reducida a cosa. Una supuesta revolución sexual que no erosione al patriarcado se volverá un arma más contra las mujeres convertidas en el objeto de consumo por excelencia. En muchas ciudades las antiguas salas de cine de «arte y ensayo» se transformaron, después de esta contrarevolución sexual, en salas X, toda una metáfora de los caminos seguidos por los espectros de mayo.
V.
El materialismo fue el gran sacrificado de la biblioteca marxista que nos dejó en herencia mayo del 68. El marxismo sin materialismo es como una teología sin Dios, pura anatomía forense. En el momento más materialista de la historia la izquierda rompe el pacto ilustrado con la ciencia y se entrega a los «estudios culturales». Entramos así en la «noche oscura» postmoderna. Cuando la ciencia se convierte en la fuerza productiva dominante, la izquierda se dedica a psicoanalizar a las máquinas tragaperras. El laboratorio es sustituido por danzas rituales de la deep ecology y la racionalidad por cuentos orientales. Es el «fin de los grandes metarrelatos» dice Lyotar, y la izquierda se lo cree y se disemina en causas locales renunciando a la universalidad (ese gran metarrelato ilustrado). Miles de inspectores foucaultianos, desertores de la ciencias sociales, se afanan en la detección de micropoderes, cada vez más micro y menos poderosos. La crítica se autosostiene a sí misma como el barón de Münchhausen. La filosofía es calificada como humanidades. La realidad estorba y todos son horizontes de utopías, el paisaje más parecido a un cementerio de conceptos.
* Posdata : En el relato personal que da entrada a este pequeños análisis no hay ni un segundo de ficción, ni un soplo de licencias literarias.