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«Estamos ante el principio del fin del carbón”

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Entrevista a Lester Brown.

El fundador del Worldwatch Institute nos trae la cuarta entrega de su famoso “Plan B” para salvar la civilizaciónDesde su mirador del Earth Policy Institute, en el centro de Washington, Lester Brown ausculta periódicamente el planeta en busca de sus signos vitales. A tiempo para la cumbre del cambio climático de Copenhague, el veterano ecologista se desmarca con la cuarta entrega de su Plan B para salvar a la civilización y mira con razonable esperanza la frágil bola de cristal.

Estados Unidos sigue sin quererse comprometer a una reducción de las emisiones de CO2 y, menos aún, a liderar la lucha contra el cambio climático en Copenhague. ¿En qué basa entonces su reciente optimismo?

La Administración Obama se está moviendo en muchos frentes al mismo tiempo sin esperar a que el Senado dé el visto bueno a la ley del cambio climático. Son cambios que están pasando desapercibidos para muchos, pero que están empezando a surtir efecto, como las nuevas medidas para aumentar un 40% la eficiencia de los coches de aquí a 2016. Pero hay, sobre todo, un dato que ha cambiado radicalmente la ecuación y que nos permite mirar hacia el futuro con esperanza: las emisiones de CO2 han disminuido en Estados Unidos un 9% en los últimos 2 años. Nos estamos peleando por situar el techo del 20% en el año 2020 y no nos hemos parado a analizar lo que está ocurriendo ante nuestros propios ojos. En apenas 2 años hemos recorrido ya la mitad del camino. Por eso miro al futuro con relativo optimismo.

¿Pero lo que ha ocurrido no podría ser un espejismo causado por la recesión?
La recesión ha sido, sin duda, un factor clave y también el aumento de los precios de la gasolina hace un año. Pero no podemos menospreciar el efecto que están teniendo ya las renovables. Entre 2008 y 2009 se habrán abierto en el país más de 200 parques eólicos con una capacidad de más de 15.000 MW. Es cierto que el viento constituye aún una porción pequeña de la tarta energética, pero está creciendo a un ritmo mucho mayor de lo que podíamos anticipar hace dos años, y a pesar de la crisis. Lo que ha ocurrido en Texas es emblemático: el estado petrolero de toda la vida produce ya 8.000 MW de viento y se ha propuesto llegar a los 50.000, suficientes no sólo para abastecer a sus 24 millones de habitantes sino para exportar energía limpia a otros estados.

Pero todo parece indicar que las industrias del petróleo y del carbón están tomando posiciones para cuando salgamos del túnel.

El mapa energético será muy distinto cuando salgamos de la recesión. Otra de las noticias que han pasado relativamente inadvertidas en los grandes medios es el retroceso del carbón. En muchos estados se ha aplicado una moratoria a la construcción de nuevas centrales térmicas. Desde 2001 se han cancelado un centenar de proyectos de nuevas centrales y en la opinión pública está creciendo la oposición. La gente no cree en el carbón “limpio”. Por otra parte, la tecnología para secuestrar CO2 no está aún desarrollada y, en cualquier caso, encarecerá notablemente el precio de la energía. En mi opinión, estamos empezando a asistir al principio del fin del carbón.

Y por lo que respecta a la energía nuclear, ¿cuál cree que será su futuro?
Se acabó la partida para la energía nuclear. Y no lo digo solamente por razones ambientales, sino por razones económicas. Me remito al excelente análisis que acaba de hacer Amory Lovins en “La ilusión nuclear”: una central nuclear de nueva planta produciría energía a 14 centavos por kilovatio, frente a los 7 centavos por kilovatio de un parque eólico. ¿Quién va a querer invertir en energía nuclear? En Estados Unidos, y pese al intento por revivir al sector, no se ha construido un solo reactor en los últimos 30 años (mientras seguimos, por cierto, sin resolver el problema de los residuos radioactivos de los 104 reactores en funcionamiento). En los únicos países donde se continúa apostando firmemente por la nuclear, como Francia y China, la “ilusión” es posible gracias a la participación del Estado. Otro dato: en 2008 se generaron 1000 MW de energía nuclear, frente a los 30.000 MW de energía eólica. El viento es, sin duda, mucho más atractivo desde el punto de vista económico.

¿Cómo conseguirá la energía China? ¿No es acaso la pregunta fundamental para salvar la tierra?

Incluso en China, pese a la construcción de centrales nucleares y plantas de carbón, se está produciendo una transición muy rápida hacia las renovables. China ha duplicado su producción de energía desde el año 2004 y pronto adelantará a Estados Unidos como la primera potencia mundial. Actualmente están proyectados 6 megacomplejos eólicos con una capacidad de 90.000 MW, el equivalente a 100 centrales térmicas. China ha decidido subirse también a toda prisa a la ola de la energía termosolar, que va a cambiar definitivamente el paisaje energético en la próxima década. El Club de Roma ha desarrollado la idea de explotar el sol del norte de África y del Mediterráneo oriental. Un consorcio alemán ha calculado que, con la tecnología actual, se podría recolectar suficiente energía allí para abastecer no sólo a Europa, sino a medio planeta.
Pero incluso en España hay todavía relativo escepticismo ante la promesa de la termosolar…
España es un país líder en este campo y está en posición para mantener su liderazgo. En Estados Unidos, donde la tecnología ha estado en barbecho durante casi 3 décadas, se está produciendo un “boom” de plantas termosolares que utilizan espejos para concentrar el calor y generar electricidad. Se está avanzando también bastante en las tecnologías de almacenamiento para evitar los “apagones” nocturnos. En California, Nevada y Arizona hay actualmente plantas termosolares en construcción o en proyecto con una capacidad de 6000 MW.

Volvamos a Copenhague. ¿Qué espera de la cumbre del cambio climático?

No espero que se produzca un gran cambio, pero tampoco me preocupa excesivamente. Empiezo a pensar que los acuerdos internacionales sobre el clima se han quedado obsoletos. No quiero decir que tengamos que renunciar a ellos, pero tampoco podemos obsesionarnos con lo que vayan a hacer o no hacer otros países. Los negociadores norteamericanos de Copenhague están tan enfrascados en los detalles de la negociación que no han sido capaces de ver lo que ya está pasando en su país. Y vuelvo a referirme a ese dato, la caída de las emisiones en un 9% en apenas 2 años. Mientras el Congreso debate si fijar en un 15 o en un 20 % el recorte de las emisiones en 2020, resulta que hemos avanzado la mitad del camino. Con un poco de esfuerzo, podríamos proponernos hasta una reducción de un 80% de las emisiones en esa fecha. Ésa sí que sería una meta ambiciosa.
¿Está usted a favor o en contra de un mercado de bonos de carbono para reducir las emisiones?
Soy más bien partidario de reestructurar el sistema de impuestos para hacer pagar a quien contamine.
Pero en Estados Unidos sigue habiendo una tremenda resistencia social a estos cambios.
En Estados Unidos seguimos enfrascados en luchas políticas mientras la gente ha decidido ya actuar por su cuenta y riesgo. A los números me remito otra vez. La flota de automóviles se ha reducido este año un 2% y se han comprado más coches de segunda mano que nuevos. Creo que en la industria del automóvil se está empezando a reflejar muy claramente ese cambio que se consolidará cuando la futura flota de coches eléctricos pueda recargar energía limpia. La recesión y la inseguridad económica tienen gran parte de culpa en todo lo que está ocurriendo. ¿Quién no conoce a alguien que ha perdido su empleo o que está a punto de perderlo? Pero en el fondo creo que se está produciendo un cambio fundamental. Estamos llegando a un gran momento de inflexión en la política energética, con el tema del cambio climático como telón de fondo, y eso está afectando de un modo muy importante al comportamiento de los consumidores.

¿No cree que volveremos a esa sociedad “desechable” de la que habla en cuanto salgamos del túnel?

Creo que los excesos de antes no volverán en mucho tiempo. La gente se lo está pensando mucho antes de comprar un segundo automóvil. En Nueva York, el uso de la bicicleta ha subido un 35% en un año. Algunos hábitos están arraigando entre los norteamericanos, que empiezan a pensar si no va siendo hora de apostar por el transporte público.
¿A Obama le da un aprobado alto?

Obama ha empezado a poner en marcha medidas que darán sus frutos con el tiempo y ha sabido rodearse de gente muy cualificada. El Gobierno Federal está tomando medidas muy ambiciosas para reducir el uso de petróleo un 30% en su flota de vehículos, para mejorar la eficiencia energética de medio millón de edificios, para reciclar el 50% de los residuos… La Agencia de Medio Ambiente ha decidido fijar límites a las emisiones sin esperar a lo que decida el Senado. Se está avanzando de un modo menos visible de lo que muchos quisieran, pero, por primera vez, este país está poniendo en marcha la nueva economía energética.

Y ahora que publica usted la cuarta revisión de su popular “Plan B”, ¿cómo ha cambiado el mundo desde su primer chequeo hace 8 años?

La amenaza del cambio climático es más real y seguimos sin dar respuestas a graves problemas, como la pobreza, la superpoblación o la crisis de la alimentación, que son los temas que siempre me han preocupado. Los conflictos por el agua y por el control de los recursos se agravarán seguramente en los próximos años. Pero el mundo ha empezado a tomar conciencia de la gravedad y de la urgencia del problema. Estamos comenzando a ver los primeros signos de esa “movilización para salvar el planeta” de lo que llevo mucho tiempo hablando. En este país, que tuvo en sus manos el liderazgo mundial en la transición hacia un nuevo modelo energético, se han perdido años muy vitales; sin embargo, estamos empezando a recuperar el tiempo perdido. Hay razones para el optimismo. Ya digo, nadie podía prever el crecimiento de las renovables en tan poco tiempo y a tan gran escala.

Publicada en Integral

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