LE TEMPS. OPINION VENDREDI 21 enero de 2011
Europa tiene el deber de defender la revolución popular tunecina
POR MONDHER KILANI, profesor en la Universidad de Laussane, exige a los Estados Europeos que reconozcan la madurez política de los tunecinos sin esgrimir el fantasma islamista
El 14 de enero de 2011, el pueblo tunecino se opuso con la paz y la razón a una dictadura que duraba más de 23 años. Al margen de toda influencia ideológica o religiosa, las tunecinas y los tunecinos escribieron su destino. En el marco de la denominada «Revolución del jazmín «, mostraron su determinación por la libertad y la dignidad. Y actuaron responsablemente velando por la seguridad de los ciudadanos y la preservación de los bienes privados y públicos. El pueblo tunecino, con el auxilio fraternal del ejército, supo controlar la situación y organizarse en comités de autodefensa contra las acciones de los milicianos y la Policía secreta del antiguo régimen. También supieron hacer frente con disciplina a las privaciones derivadas inmediatamente después a los acontecimientos. Este pueblo, maduro, integro, trabajador y optimista es consciente que puede contar con sus fuerzas vivas, con sus mujeres y sus hombres, sus jóvenes y sus viejos, por encima de la Administración y sus instituciones públicas.
La inmolación del joven Mohamed Bouazizi, el vendedor ambulante y universitario en paro, testimonia la sed de justicia, igualdad y libertad que sienten los tunecinos. Este suicidio tiene la misma potencia simbólica que el de Jan Palach, el estudiante checoslovaco que se inmoló el 16 de enero de 1969 para protestar contra la invasión de su país por los soviéticos enviados para reprimir la Primavera de Praga. Sin bombas ni kalachnikov entre las manos, ambos prefirieron ejercer la violencia sólo contra sí mismos y morir por sus ideales. Recordemos aquí que los movimientos de disidencia en el conjunto de los países de Europa del Este, ocultados durante décadas tras el telón de acero, terminaron sacudiendo fuertemente la conciencia europea. Gracias a sus apoyos intelectuales, políticos, económicos y financieros, estos pueblos pudieron levantarse hacia la realización de la libertad y de la democracia. Es mérito de Europa occidental haber apostado por esta vía de solución para, en apenas algunos años después de la caída del muro de Berlín, conseguir el ensanche y el ahondamiento en el espacio europeo.
¿Por qué no podría ser también el caso de Túnez? ¿Acaso el mismo apoyo, claro, fuerte y resuelto, no podría echar una mano a los tunecinos en su combate por la democracia? Este país no lo desmerecería ante el compromiso. Además del coraje y pacifismo demostrados, el pueblo tunecino se nutre de una historia milenaria en la que confluyeron desde la Antigüedad varias culturas, civilizaciones e influencias.
Peor que el silencio de ciertos gobiernos europeos ante lo que estaba ocurriendo en Túnez, fueron las palabras del Primer Ministro francés sobre las manifestaciones que chocaron profundamente contra la sensibilidad tunecina. A pesar del cambio de posición y de tono en las intervenciones de las cancillerías a medida que la voluntad popular se volvía clara y se afirmaba a favor de la libertad y la democracia, los tunecinos tuvieron la impresión de que algunos europeos no deseaban reconocerles la misma madurez ciudadana y democrática que a otros. Sintieron que se les quería encerrar en un estereotipo reduccionista alejado de su realidad. Túnez es plural, en efecto, y todas las opiniones y las creencias encuentran allí su sitio. Es una sociedad ampliamente secularizada, árabe y musulmana, donde la idea de ciudadanía está profundamente arraigada, y donde la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres está asegurada en las instituciones y en los hechos. Las mujeres tunecinas gozan de todos los derechos, particularmente del derecho a voto desde el 1956. Lo único que le faltaba y ansiaba era lo más importante: la posibilidad de una expresión legítima y libre en el espacio público. Abstengámonos entonces de encerrar a los tunecinos en el espectro del «islamismo». La «infamia islamista» también es una carga para todas las tentativas de emancipación de esta región de Mundo. Tal discurso sólo ha conseguido hasta ahora el inmovilismo favoreciendo los regímenes autoritarios árabes. Estas dictaduras son los enemigos de su pueblo, tanto para el mundo árabe como para el mundo europeo. Aceptar tal pensamiento contribuiría a una mejor comprensión y sensibilidad a ambos lados del Mediterráneo, reduciría tensiones y generaría un marco libre, responsable y digno para que todos los problemas comunes pudieran ser debatidos. Los tunecinos, y más generalmente los magrebíes, comparten varias cualidades con Europa: una lengua (francés), el mismo pasado y la misma arqueología, la historia contemporánea íntimamente imbricada, un espacio económico que se volvería aún más dinámico con la apertura democrática, una juventud educada y abierta, expresiones culturales ricas y diversificadas (festivales de música, de cine y de teatro, literatura, investigación científica, expresiones artísticas y museográficas).
Si fracasara la «Revolución del jazmín» sería un drama para el pueblo tunecino pero también para Europa.
Mondher Kilani es antropólogo. Últimos libros aparecidos: guerra y sacrificio (PUF, 2006) y Antropología. Del local al global (Armand Colin, 2009).
© 2009 LE TEMPS SA
Traducción de Antonio Manuel para Paralelo 36 Andalucía
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