Europa soñó en Europa: «Llegará un día en que las balas y las bombas serán sustituidas por los votos, por el sufragio universal de los pueblos, por el venerable arbitraje de un gran Senado soberano… Llegará un día en que veremos a los Estados Unidos de América y a los Estados Unidos de Europa, situados uno frente al otro, tendiéndose la mano por encima de los mares, intercambiando sus productos, su comercio, su industria, su arte, sus genios…».
Europa es una bendición. La idea de una unión de varios países sobre la base de la geografía, la historia y los valores de la democracia y de la libertad es un fruto positivo de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, ¿quién se acuerda del origen de esta unión que ha pasado de siete a veintisiete miembros? Me da la sensación de que esta entidad –que no resulta del todo lograda y que se ve todavía amenazada de implosión– rebosa de niños mimados. Algunos jóvenes europeos no advierten lo afortunados que son por haber nacido aquí, en este ámbito de libertad donde uno se desplaza sin problemas, de moneda única (salvo el Reino Unido y Suecia), exento de guerras y de hambre y donde el paro cuenta con subvención estatal. Elijo el ejemplo de Francia, que conozco mejor: este país, pese a todo lo que pueda decirse de él, posee el mejor sistema de salud del mundo y también el mejor sistema social, con algunos inconvenientes en lo relativo a la jubilación. Cualquier ciudadano puede ser admitido en un hospital sin que le pidan la tarjeta de crédito y ser atendido aunque esté sin trabajo y no haya podido cotizar a la Seguridad Social. El hospital francés no distingue entre sus pacientes. Todos son tratados en pie de igualdad.
Algunos europeos creen que todo esto está ganado, que su situación en todo caso sólo puede mejorar, que quienes disfrutan de ventajas, prerrogativas o privilegios van a conservarlos eternamente. En casos extremos, incluso prescinden de todo esfuerzo. Fomentan su egoísmo, se niegan a cuestionarse a sí mismos, se muestran contrarios a ciertas reformas o a considerar, por ejemplo, lo que sucede en otros lugares, en África, en Asia, en el mundo árabe. Como dice un periodista observador de la sociedad francesa, François de Closets, «siempre quieren más». La noción de solidaridad se marchita, se debilita crecientemente.
En los años setenta, los europeos salían a la calle para manifestarse contra las dictaduras de Latinoamérica, contra la guerra de Vietnam, contra el sistema de apartheid en Sudáfrica, contra el racismo y la discriminación en la propia Europa. En aquellos tiempos, ciertos intelectuales daban la señal de movilización: Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Jean Genet, Claude Mauriac, Maurice Clavel… El periodista Jean Daniel, fundador de Le Nouvel Observateur, se preguntaba hace poco «¿Dónde están las grandes personalidades?». En la actualidad ya no hay figuras del pensamiento, grandes manifestaciones ni solidaridad real y efectiva con los pueblos que sufren. Y, sin embargo, las dictaduras existen, la represión de las libertades se esparce por doquier y varios países africanos sufren los efectos de la sequía y el hambre. Pero no se aprecian reacciones. Lo que ocurre en Palestina y en los territorios ocupados deja indiferente a las jóvenes generaciones. Se ha perdido algo grande y noble. La Europa solidaria y fraternal se ha convertido en la Europa de los egoísmos de Estado y del ciudadano que ya no quiere esforzarse. Algunos políticos, en especial de la derecha, han apostado por el miedo y por extraer réditos electorales. El miedo unido a la ignorancia y a los prejuicios desemboca en el racismo y la violencia. Con estos métodos, Europa ha abierto las puertas a dirigentes mediocres y vulgares (Silvio Berlusconi, adalid del populismo y de la demagogia, que ha llegado a atacar a Roberto Saviano, el valiente autor de Gomorra condenado a muerte por la mafia y que, según el primer ministro italiano, «¡da una mala imagen de Italia!»).
La economía europea ha crecido en parte gracias a la mano de obra extranjera, es decir, a la inmigración. Son escasos los responsables políticos que lo reconocen y rinden homenaje a estas poblaciones venidas de otros lugares. En la actualidad, los hijos de estos millones de inmigrados son quienes plantean el problema. ¿Qué hacer con estos europeos de tez oscura, negra o mestiza? ¿Cómo aprender a convivir con otra cultura, otra religión?
Europa debería aprender a mirarse en un espejo: su imagen y su paisaje humano han dejado de ser totalmente blancos y cristianos. Es el resultado de mezclas y el fruto de diversas aportaciones. Cabe observarlo en la calle, pese a lo cual la gente piensa que se trata de personas de tránsito en Europa: volverán a su patria, a su terruño. ¡Qué error! Porque se trata de europeos; su país es Europa, su nacionalidad es europea, su cultura es doble o triple. Es un ejemplo de la globalización en su vertiente humana, no industrial o financiera. El capital del mundo radica en el hombre, no en la técnica ni en el vértigo de la especulación.
El filósofo Étienne Balibar dice en La proposition de l’égaliberté que «Europa no es un fin en sí, sino que debe considerarse como instrumento de transformación del rumbo de la globalización». Balibar ha inventado el concepto de égaliberté, que asocia la noción de igualdad de orden económico y la libertad que define el estatuto jurídico de los derechos individuales. Sin embargo, cabe constatar que estas dos nociones, que deberían constituir los valores fundamentales de Europa, no se aplican a todos.
La transformación de Europa, lo que labra su porvenir, no se tiene en cuenta. A lo que cabe oponer lo siguiente: una Europa rendida a los pies de la blancura intacta de su cultura tradicional, ¿sigue siendo posible, es viable? No lo creo.
El porvenir de Europa se está esbozando. Todo dependerá de quienes tienen en sus manos el futuro de esta entidad extraordinaria pero muy difícil de congregar y reunir; o, dicho con mayor precisión, difícil de unir efectivamente. La democracia experimenta sus propias limitaciones. En ocasiones, y de forma democrática, son elegidos representantes de la derecha dura y retrógrada. Son elegidos también corruptos y manipuladores populistas. En consecuencia, es menester dar fuerzas al cuerpo electoral, hacerle sabedor de que la democracia no es una técnica, sino también una cultura e, incluso, una moral. No se da la voz propia a un individuo mezclado en escándalos financieros o vinculado a ambientes no muy recomendables. Se trata de impulsar una pedagogía orientada a preparar a los niños de hoy para que sean los ciudadanos de mañana, responsables y de mente abierta y atenta a los valores humanistas innegociables. Porque, y hablando por ejemplo de los procedentes del Magreb, donde los cinco países de esta región no forman una entidad, donde están cerradas las fronteras entre Argelia y Marruecos (de hecho, Marruecos ha abierto las suyas pero Argelia se ha negado a hacer lo propio con las suyas), donde cada cual posee su moneda, donde unos son ricos (Libia y Argelia poseen petróleo y gas) y los otros de nivel modesto, lo cierto es que los magrebíes observan a Europa con envidia. Y tienen razón, porque actualmente ser europeo constituye una bendición.
Me encanto leerlo, nunca lo podria expresar mejor, lo que mas me preocupa es que no se valore lo que tenemos..esta frase:
«Me da la sensación de que esta entidad –que no resulta del todo lograda y que se ve todavía amenazada de implosión– rebosa de niños mimados. Algunos jóvenes europeos no advierten lo afortunados que son por haber nacido aquí».
Esta sociedad que vivimos padece el mal del «depredador tyranosaurios», el mal de la insaciabilidad y eso esta muy cerca de la linea de la irracionalidad, que nos puede llevar a perderlo todo, me acuerdo de ese refran «LA AMBICIÓN ROMPE EL SACO». VEREMOS QUE PASA CUANDO LA GENERACION DE NIÑOS MIMADOS TOMEN EL PODER….eso es lo que áas me preocupa, espero sea una falsa alarma.