Todas las televisiones nos enseñan el horror ocurrido en París. Todos los medios escritos publican artículos de opinión condenando sin paliativos la carnicería perpetrada en la capital de las luces. Y todos los líderes políticos del establishment, o aspirantes a entrar en el club, muestran su dolor, su condena firme, su repulsa y sacan a pasear la literatura barata de la libertad y la democracia.
Sin embargo, ni una sola pieza en los informativos, ni un artículo de opinión y ni un líder político explica con decencia intelectual y moral por qué nos encontramos en esta situación de barbarie. Y los pocos ciudadanos o políticos que se atreven a ponerle el cascabel al gato corren el riesgo de ser tachados de cómplices con los terroristas y de falta de sensibilidad. Explicar no es justificar.
Quienes introdujeron a los talibanes en Afganistán en su batalla contra el contrincante imperialista soviético, quienes convirtieron Irak en un polvorín en busca de unas “armas de destrucción masiva” que no han aparecido todavía, los mandatarios que pusieron a sátrapas de su confianza a gobernar los países árabes –que provocó la primavera árabe y el posterior invierno-, quienes pactan con Israel la masacre continua del pueblo palestino y quienes han financiado a los “defensores de la libertad y democracia” del Estado Islámico -esos a los que los líderes de la UE, EEUU y los países occidentales reunieron en París para “liderar la transición hacia la democracia” en Siria- nos dicen que firmemos un pacto antiyihadista.
No quieren acabar con el terrorismo, porque ellos son los padres de los terroristas. Ellos los han financiado para asegurarse el control del Mediterráneo y de recursos estratégicos sirios en su lucha contra Rusia y el presidente sirio.
Ellos, los que derrocaron al régimen afgano contrarios al capitalismo y apoyándose en los talibanes que luego terminó ser Al-Qaeda; ellos, los que recibían en visita de Estado a los sátrapas de Egipto, Libia o Túnez en las principales capitales europeas; ellos, los responsables de que las primavera árabes transmutaran en un largo invierno.
Ellos, los que firman contratos multimillonarios empresariales con la petrodictadura atroz e inmisericorde de Arabia Saudí que sirve de financiadora del Estado Islámico; ellos, que le compran el petróleo al Estado Islámico para que su máquina capitalista y devoradora de recursos no se frene; ellos, que han convertido Libia en un Estado fallido; ellos, que se niegan a salir en defensa del presidente sirio que lucha como puede contra el Estado Islámico.
Ellos, que recibían en visita oficial a los dictadores de Egipto, Libia o Túnez que ejercían como delegados de Occidente en sus respectivos países; ellos, que permiten que Israel incumpla sistemáticamente los derechos humanos y las resoluciones de la ONU; ellos, que toleran que un muro vergonzoso haya convertido Palestina en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.
Ellos, que no han sido todavía capaces de llegar a un acuerdo para dar refugio a las cientos de almas que deambulan por Europa huyendo de los terroristas del Estado islámico que ayer mataron a más de un centenar de víctimas de su política internacional errática, que sólo ha servido para globalizar la inseguridad.
Ellos son los que quieren firmar un pacto antiyihadista, vacío de medidas encaminadas a luchar contra el terrorismo, lleno de mentiras que los salva de su responsabilidad valiéndose del dolor y paralización que sufrimos como sociedad después de ver tan cerca la barbarie.
Ellos son los que se niegan a firmar el único pacto antiyihadista posible para parar esta locura a un lado y otro del Mediterráneo: No invadir militarmente la soberanía de países extranjeros, no llenarlos de bombas fabricadas en Europa y EEUU, no financiar a “rebeldes” que luego se convierten en el Estado islámico y no comprar el petróleo de estos terroristas que un día defendían “la libertad y la democracia”. Ellos, los que con su política internacional han llenado el mundo de bombas, no pueden darnos lecciones de paz y seguridad mundial.
Raúl Solís