Facebook nos está atiborrando con una aplicación que nos convence de que hemos tenido un año fabuloso. Esta técnica comercial de decirnos lo que queremos oír se encuadra dentro del discurso homeopático de la filosofía de baratillo de Paulo Coelho, en la que se nos dice que si no somos felices es porque no ponemos la actitud adecuada para ser felices, como si para ser felices no tuvieran nada que ver los condicionantes externos.
Esta técnica de marketing nos viene a decir, más o menos, que una mujer maltratada no es feliz porque le falta actitud o que tú, que llevas cuatro años en paro y recurres al comedor social para poder comer, no encuentras trabajo porque te falta actitud. Haciéndonos creer que todos somos felices, aunque sea mentira, se aísla la no felicidad, a los infelices.
Algo así ocurrió durante el boom económico español, cuando quienes no se podían comprar un piso, no ganaban un sueldazo o no se podían permitir ir de vacaciones eran mirados como bichos raros, como fracasados voluntarios a los que había que castigar por no sumarse a la locura de consumo y derroche de la época.
Aquella opulencia (falsa) en la que vivimos nos hacía andar sin mirar la desdicha que vivían los fracasados del boom económico. Y aislamos la posibilidad de que la desigualdad y la pobreza nos acechara a la vuelta de la esquina de la locura. El cuento de la felicidad o juventud eternas, del que se nutre el capitalismo para que consumamos a placer, es mentira y sólo busca culparnos de las circunstancias políticas y sociales que impiden que haya infelices y aislarnos socialmente, convertirnos en seres individualistas sin empatía alguna por el resto de personas con las que compartimos esto que llamamos mundo.
Tu año no ha sido fabuloso. Y lo sabes, a no ser que estés circulando por la vida sin mirar a los lados y no te hayas dado cuenta de que el 30% de los niñas y niños de tu país no comen tres veces al día, que 4 de cada 10 trabajadores en España cobran 600 euros, que millones de personas no reciben ningún tipo de ingreso desde hace años o que las colas de los comedores sociales doblan la esquina.