El pasado 19 de agosto fallecía en Montevideo a los 90 años de edad, Juan Camacho Ferrer, uno de los últimos andaluces supervivientes de los campos nazis de exterminio. A pesar de su avanzada edad, Juan mantuvo hasta el final una vitalidad física y una lucidez intelectual insólitas. Durante estos últimos tres años viajó con regularidad desde Uruguay hasta Europa para asistir en mayo a los actos de conmemoración de la liberación del campo de Mauthausen (Austria), formando parte esencial de la expedición que cada año organiza desde España la Amical de Mauthausen con la presencia de ex deportados, familiares, amigos y jóvenes estudiantes. Juan será recordado por su entusiasta disposición y activa participación a la hora de testimoniar in situ su experiencia concentracionaria y por dedicar sus últimos esfuerzos a la memoria de tantos compañeros que dejaron sus vidas en aquellos recintos del horror. Dos imágenes de Juan Camacho: la primera de 1945 poco después de ser liberado de Mauthausen, y la segunda de 2008, en Sevilla, donde participaba en la grabación de un documental sobre su vida.
Juan nació el 15 de febrero de 1919 en Gádor (Almería) pero muy pronto emigró con su familia a Francia en busca de las oportunidades que, por entonces, su tierra no le ofrecía. Con la sublevación fascista de julio de 1936 viaja a Barcelona con la intención de defender la República, participando activamente en la Guerra civil como soldado en la 27 división. La batalla del Ebro fue su última intervención en combate y en las tierras de Gandesa asistió impotente a la pérdida de muchos de sus compañeros de armas, entre ellos su hermano. Salió al exilio francés y, como muchos otros miles de refugiados, estuvo internado en el campo de Argelès desde donde, ante la amenaza de ser devuelto a la España franquista, decidió alistarse en un batallón de marcha del ejército francés, siendo detenido por los alemanes el 6 de junio de 1940. Seguidamente, fue internado en un Stalag como prisionero de guerra para después ser deportado a Mauthausen donde ingresó el 31 de agosto de 1941. Aquél fue un día muy caluroso, lo cual incrementó el sufrimiento de los deportados en su trayecto hacia el campo, momento en el que varios compañeros cayeron desfallecidos por la acumulación del cansancio y el esfuerzo realizado. La llegada al recinto amurallado supuso un enfrentamiento directo con la dura realidad de Mauthausen: desnudos en la apellplatz, fueron desposeídos de todas sus pertenencias: “allí dejé la ropa, la documentación, las cartas y las fotografías que nunca más recuperé… lo que más me impresionó fue ver aquella multitud de prisioneros en perfecta formación marcando el paso. Comprendí que la rígida disciplina militar de los alemanes iba a acabar con nosotros”.
A Juan le fue adjudicada la matrícula nº 3.760 y al igual que otros muchos republicanos realizó agotadores trabajos físicos en la cantera don de cargaba pesadas piedras de granito que tenía que subir por los 186 peldaños de la llamada “Escalera de la Muerte”.
Allí fue testigo de los horripilantes sufrimientos a los que eran sometidos los deportados por parte de los kapos y la SS. Posteriormente fue destinado al Kommando César que estaba formado íntegramente por españoles. Juan confiesa que fue denunciado como comunista, lo cual era falso y estuvo a punto de acarrearle graves consecuencias ante la amenaza de un traslado al campo anexo de Gusen, erigido en el gran centro de exterminio de los republicanos españoles. Afortunadamente, sus argumentos, negando aquella supuesta vinculación militante, surtieron efecto y se libró de aquel trágico destino. Finalmente regresó al campo central de Mauthausen donde vivió su liberación.
Recuerda, con entusiasmo ese día y su colaboración tirando de la cuerda para destronar el águila nazi que coronaba la entrada del garaje y cuya caída, recibida con entusiasmo por los numerosos deportados que contemplaban la escena, representaba el desmoronamiento del régimen de opresión y muerte que habían soportado desde su llegada a Mauthausen. Juan Camacho es uno de los hombres que participa en el histórico derribo del símbolo nazi, momentos después de la liberación del campo de Mauthausen el 5 de mayo de 1945
Tras la repatriación, se instaló momentáneamente en Lyon, desde donde se trasladó posteriormente a París. Viendo que no le satisfacían las ofertas laborales en la industria francesa decidió saltar el Océano e instalarse definitivamente en Montevideo (Uruguay) donde formó familia y residió hasta su muerte.
Ha reclamado de forma insistente, a los sucesivos gobiernos alemanes, un reconocimiento expreso hacia los republicanos que padecieron el internamiento en los campos de la muerte para mitigar, por ser de justicia, los padecimientos sufridos, las secuelas arrastradas por vida y por el recuerdo, merecido, de tantos compañeros como consecuencia de la barbarie nazi.
Juan Camacho en 2008 en el monumento a la memoria de los republicanos españoles víctimas del nazismo sito en el campo de Mauthausen, flanqueado por los supervivientes del Holocausto: Enrique Vándor (a la izquierda) y, a la derecha, Javier Alcubierre y el granadino José Mª Villegas fallecido en Baza pocas semanas después.
Juan ha dejado una imborrable huella entre la gente que lo conocimos. Será muy difícil olvidar a este joven de 90 años, que siempre mostraba una extraordinaria curiosidad y deseo por aprender cosas nuevas. Y, sobre todo, a pesar de tantas adversidades sufridas, mantenía intacto su orgullo y marchamo de luchador antifascista. La integridad de personas como Juan que han dedicado sus últimos bríos a testimoniar sus vivencias para mantener viva la memoria de tantísimos compañeros torturados, asesinados y convertidos en cenizas en los hornos crematorios es, realmente, conmovedora. Sin duda, estamos asistiendo a la definitiva desaparición de una generación de personas irrepetible en la historia y que, sin embargo, todavía no cuentan con el reconocimiento social que se merecen.
Dos instantáneas del campo de Mauthausen en 2008 con Juan Camacho relatando a los jóvenes sus vivencias
Siempre recordaré la enorme impresión que le produjo la película “Tierra y libertad” de Ken Loach que vimos juntos en mi casa. Se enfrascó absolutamente con la historia de aquellos jóvenes milicianos antifascistas en el frente de Aragón que tan magistralmente expone el realizador británico. No perdía detalle alguno y lloraba haciendo gestos de alborozo o de dolor según las escenas. Cuando terminó me dijo muy embargado por la emoción: “He visto a mi hermano y me he visto a mi”.
En breve tiempo, esperemos, saldrá a la luz una biografía suya y un documental sobre los andaluces deportados a los campos nazis de exterminio donde Juan Camacho tiene un protagonismo destacado. Es la mínima contribución que podemos brindar a personas que, como Juan Camacho Ferrer, representan lo mejor de la condición humana que pagaron un altísimo precio por rebelarse y luchar contra la tiranía y aspirar a otro mundo posible. Y porque todavía siguen pendientes las deudas que la sociedad tiene con todas estas víctimas del nazi-fascismo.
Ángel del Río Sánchez
Que la tierra te sea leve compañero. Un ejemplo en estos tiempos de pasotismos y majaderías postmodernas. Que su voz no muera y sirva para las generaciones futuras.