Rafa Rodríguez
1. La democracia es mucho más que una forma de Estado
La democracia, como nos enseña el republicanismo y Hannah Arendt en particular, es mucho más que una forma de legitimar el poder público, por eso es imposible considerar el Estado totalitario y el Estado democrático como especies de un mismo género. Son realidades antagónicas.
La democracia es la condición de la política, la esfera donde es posible entablar el diálogo entre personas libres e iguales y en donde hay palabra y acto. Implica un consenso básico que sobre reglas y derechos y sobre todo para la exclusión de la violencia de la vida social. Por eso es incompatible con toda ideología política que considera que la violencia es un imponderable de las relaciones sociales o del ejercicio del poder.
El capitalismo e incluso el Estado tal como lo conocemos, son productos históricos, y por lo tanto contingentes, pero la democracia es un principio organizador de la vida política por lo que tiene un desarrollo superior a cualquier sistema económico o político.
Existe una doble contradicción entre el Estado democrático y el sistema económico privado, el capitalismo. El primero se sustenta en el principio de igualdad y su ámbito está delimitado territorialmente dando lugar a un sistema fragmentado y materialmente jerarquizado de Estados.
El segundo se sustenta en el principio de desigualdad y cada vez con mayor potencia actúa como un sistema único globalizado.
La legitimidad del Estado democrático es tal que ha conseguido amortiguar allí donde hay democracias consolidadas esta doble contradicción durante amplios periodos de tiempo generando transformaciones funcionales tales como el crecimiento del sector público y la creación de una amplia infraestructura pública para proporcionar seguridad a la ciudadanía “desde la cuna hasta la tumba”.
Sin embargo, la contradicción existe y, a medida que los problemas se vuelven más globales, como la crisis ambiental o la naturaleza de la desigualdad, el Estado tiene menos capacidad de intervención. Por el contrario las élites del sistema económico global han aumentado su capacidad para condicionar a los Estado.
- Federalismo y democracia
Por eso decimos que el federalismo es la defensa de la democracia en el siglo XXI. El federalismo permite ampliar la escala del Estado democrático, articulando la soberanía, lo que a su vez es la condición para que tenga el suficiente poder para desplegar el principio de igualdad más allá de la esfera puramente política.
Sólo la federalización del sistema político internacional puede proporcionar el poder suficiente para actuar sobre el sistema económico de forma que podamos dar respuesta eficaz a la crisis ambiental y a la nueva desigualdad estructural.
Pero al mismo tiempo la flexibilidad de la estructura federal también proporciona respuesta institucional a los sentimientos nacionales siempre que no se cosifiquen y se intenten convertir en una ontología que identifique cultura única con territorio y con Estado porque esta es la forma más alienada y alienante para oponerse a la dinámica federal. Todo sentimiento nacional mayoritario (demos) requiere una respuesta institucional pero no toda realidad institucional requiere la existencia de un demos.
(*) Imagen de Manuel Franquelo (Málaga 1953)