Víctor M. Toledo. En un acto fuera de serie, el 10 de febrero de 2012, 120 intelectuales de casi 50 países se reunieron con Fidel Castro en el Palacio de las Convenciones de La Habana, convocados por la Red en Defensa de la Humanidad, para reflexionar y debatir Por la paz y la preservación del medio ambiente. El motivo del encuentro: retomar el alerta que 20 años atrás lanzó Fidel en la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) sobre el riesgo de extinción que amenaza a la especie humana. Los debates que duraron nueve horas fueron reunidos en el libro Nuestro deber es luchar. Durante esas dos décadas se fue demarcando una de las más fascinantes y misteriosas dimensiones del pensamiento de Fidel: aquella que expresa una legítima preocupación por la destrucción de la naturaleza y sus consecuencias y efectos. Fascina, pero también intriga. ¿Por qué en sus reflexiones ecológicas Fidel abandonó su rol de dirigente político con su pesada cauda ideológica, para convertirse en un librepensador, en un filósofo o intelectual de talla suprema? ¿Por qué Fidel no conectó su filosofía verde con la realidad de la sociedad cubana? ¿Qué lo llevó a mantener en estancos separados su marxismo-leninismo y su espíritu ecologista? Su sed de conocimiento y su obsesiva necesidad de mantener una visión global le permitieron adoptar una posición cada vez más documentada y nítida de la situación ecológica mundial, y ello le llevó a terminar asumiendo una auténtica conciencia de especie. La fecha de 1992 no es nada casual si se piensa que habían pasado sólo algunos meses del derrumbe de la Unión Soviética, que liberó a Cuba de su encadenamiento con el bloque socialista, pero que al mismo tiempo la envió a una brutal crisis energética y en consecuencia productiva y social, al quedarse sin el petróleo que movía a su sociedad y sin el mayor, casi único, comprador de su azúcar, la materia prima de la que dependía buena parte de su economía. La siguiente selección de frases y aforismos testimonian la existencia de un pensamiento verde en Fidel:
No se trata de fantasías ni productos de la imaginación. Es muy real el hecho de que, en apenas medio siglo, han surgido dos grandes y mortales peligros para la propia supervivencia de la especie: el que emana del desarrollo tecnológico de las armas, y el que viene de la destrucción sistemática y acelerada de las condiciones naturales para la vida en el planeta (13/6/04).
Es insostenible este mundo porque conduce a la humanidad a la dilapidación de los recursos y a la destrucción de la naturaleza. Y parto de la idea de que el mundo y la naturaleza pueden salvarse. Es una apuesta por la inteligencia frente a la brutalidad y el salvajismo (diciembre, 2002).Tengo el hábito de leer cuanto análisis de ecologistas y científicos prestigiosos llega a mis manos (15/2/11).
Se trata de algo que va más allá de nobles y muy justificables sentimientos de justicia y profundos deseos de que todos los seres humanos puedan alcanzar una vida digna y libre; se trata de la supervivencia de la especie.(3/1/04)
“Ya no es cuestión de ‘patria o muerte’; realmente y sin exageración, [el cambio climático] es una cuestión de ‘vida o muerte’ para la especie humana” (Reflexiones, octubre de 2009, Cuba debate).
La mayor contradicción en nuestra época es, precisamente, la capacidad de la especie para autodestruirse y su incapacidad para gobernarse (Reflexiones, Colección 2010, p. 90).
En franco contraste con el pensamiento ambiental de Fidel, la realidad cubana continuó confirmando una de las tesis centrales del ecologismo. Que socialismo y capitalismo no son sino las dos caras, dos expresiones, de un mismo modelo civilizatorio: el industrial. En uno domina el Estado, y en el otro el capital. La estrategia del gobierno revolucionario siguió los principios contrarios de una sociedad sustentable: centralismo, especialización, dependencia, gigantismo, verticalidad, desdén por la tradición. Cuba adoptó la ilusión de una modernidad socialista. El caso más patético fue el de los alimentos. Durante tres décadas llegaron los barcos soviéticos rebosantes de fertilizantes químicos, plaguicidas, maquinaria agrícola y petróleo, para una agricultura industrializada y estatizada (el pequeño campesino quedó reducido a 25 por ciento de los propietarios), con la cual el país nunca logró su soberanía alimentaria (se importaban 60/70 por ciento de los alimentos).
En el caso de la energía Cuba nunca ha tenido una política de reconversión hacia fuentes renovables. Hoy cuenta apenas con cuatro parques eólicos (iniciados en 2008 y 2010) y apenas comienza la construcción de bioeléctricas y de emplazamientos de energía solar fotovoltaica y microhidroeléctricas. Lo que más sorprende es que el mayor logro ecológico de Cuba está prácticamente ausente de los discursos oficiales y del imaginario estatal: la multiplicación a pequeñísíma escala, por medio de cooperativas, de una agricultura orgánica urbana y periurbana que hoy la forman 383 mil fincas en unas 50 mil hectáreas y que sacó a Cuba de su crisis de alimentos. Se trata de una iniciativa ciudadana que descentraliza, y que retorna al espíritu de una revolución que debió ser campesina, tropical y agroecológica, pero que no lo fue cuando José Martí fue desplazado por Lenin. Como señalé hace dos años en un congreso en Varadero, el futuro de Cuba será verde o no será*. Fidel mismo lo señaló: “Si logramos que los intelectuales comprendan el riesgo que estamos viviendo en este momento, en que la respuesta no se puede posponer, tal vez logren persuadir a las criaturas más autosuficientes e incapaces que han existido nunca: nosotros, los políticos…”
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*Publicado en La Jornada (México D.F)