Hace pocas semanas conocíamos la noticia de que la Junta de Andalucía presentará de nuevo ante la UNESCO la candidatura del Flamenco para que obtenga la calificación de Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Obviamente saludamos y apoyamos esta iniciativa y confiamos en que en esta ocasión no ocurra como en el año 2005. Si se hace el trabajo necesario, con el mimo y la pasión adecuados, no hay motivo posible que impida conseguirlo.
No parece difícil. Veamos que se requiere.
La Convención para la salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad convocada por la UNESCO en París declara en su Artículo 2:
1. Se entiende por “patrimonio cultural e inmaterial” los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios naturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y los grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. (…)
2.El “patrimonio cultural inmaterial” se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes:
a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma.
b) artes del espectáculo.
c) usos sociales, rituales y actos festivos.
d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo.
e) técnicas artesanales tradicionales.
3. Se entiende por “salvaguardia” las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, comprendidas la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión -básicamente a través de la enseñanza formal y no formal- y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspectos.
En los primeros años de aplicación de estas protecciones se han primado aquellas manifestaciones del patrimonio que estaban o podían estar en peligro de desaparecer (sólo hay que echar un vistazo a la relación de bienes que han sido declarados como tales: el Misterio de Elche o la Patum de Berga en España; gigantes y dragones procesionales en Bélgica y Francia; el canto a tenore, un canto pastoral sardo y el teatro de marionetas siciliano “Opera dei puppi” en Italia…) pero esto no puede ni debe condicionarnos para que dejemos de insistir en una consideración del arte flamenco como un bien cultural, oral e inmaterial, ya que su naturaleza y su desarrollo está dentro de los supuestos a que se refiere la UNESCO.
La pluralidad y la diversidad del flamenco nos lleva a considerarlo presente en, prácticamente, todos los ámbitos que considera la UNESCO. Así:
a) Tradiciones y expresiones orales.
El flamenco es una expresión cultural oral. Ni en la música ni en el cante existen partituras ni textos que nos definan los distintos géneros en que se estructura este cante. Con raíces milenarias de difícil documentación escrita, aunque fácilmente deducibles, nos encontramos con que la “cadencia andaluza” es la cadencia con que somos conocidos en el mundo, es decir, nuestra particularidad, (que tiene su base en la cultura griega, como afirma el genial Manolo Sanlúcar), con la que nuestra música se distingue de la música tonal (que es la que se desarrolla en Europa a partir del Gregorio I y que ha generado toda la música que llamamos occidental).
Sin embargo, siendo la “cadencia andaluza” la que marcó nuestra identidad, no es la única con la que ha convivido el flamenco, pues la estructura de la música “tonal” sirvió a los artistas flamencos para seguir desarrollando nuestro arte. Muy resumido: si la “cadencia andaluza”, es decir “el orden dórico”, es la que da origen a nuestros cantes más primitivos (siguiriyas, soleá, malagueñas, tangos…) la música tonal sirvió a los primitivos artistas para seguir incrementando el inventario flamenco con nuevos géneros: alegrías, farrucas, garrotín, colombianas, etc.
Los cantes y bailes paraflamencos como los verdiales y los fandangos bailables mantienen también ese orden dórico. La evolución de estas músicas hasta convertirse en flamencas tiene lugar de una manera intuitiva, son creaciones personales, transmitidas oralmente a través de familias, etnias y grupos sociales populares bien alejados de los grupos de poder (iglesias y palacios) en los que se desarrollaba la música escrita.
b) Artes del espectáculo
Pocas músicas existen en el mundo que hayan generado propuestas escénicas tan complejas, ricas y variadas como la que ofrece la música flamenca desde su aparición como un valor en alza, propio y diferenciador de nuestra cultura. Ya Estébanez Calderón (s.XIX) lo disfruta en Triana como espectáculo y lo recoge en sus Escenas Andaluzas. Los viajeros románticos Dillon, Dumas, Ford, Gautier, William Jacob, Borrow y un largo etcétera dan cuenta de los espectáculos que en corrales, teatros, cafés… se ofrecen en espacios tan singulares como Triana, Jerez, Granada, Málaga…. territorios donde nace un arte que se va a convertir en universal gracias a su fuerza expresiva y a la capacidad profesional de sus intérpretes.
Después, artistas tan importantes como Argentinita, Pilar López, Antonio Ruiz Soler, El Greco, Antonio Triana, Sabicas, Mario Escudero, Mario Maya, Camarón….. por nombrar sólo un ramillete de figuras ya desaparecidas, y los actuales: Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Vicente Amigo, José Antonio Rodríguez, Lebrijano, Enrique Morente, José Mercé, Meneses, María Pagés, Manuela Carrasco, Eva Yerbabuena, etc., etc. han llevado espectáculos flamencos por los mejores escenarios del mundo, compartiendo protagonismo y dignidad con las más selectas músicas y danzas que en el mundo existen, incluyendo, claro está, la música clásica.
Y todo ello sin dejar de ser un arte popular, nacido del pueblo y desarrollado por el pueblo, propio de nuestra tierra andaluza, nacido y difundido como transmisión oral y evolucionando permanentemente, sin anclarse en el pasado pero sin abandonar nunca sus raíces. (Continuará)