El PP se personó como acusación particular en el caso Gürtel para boicotear desde dentro la investigación judicial. Cuando Garzón se acercaba peligrosamente a destapar la verdad se organizó un caza al juez y consiguieron desterrarlo de la carrera judicial y por supuesto del caso Gürtel. Decenas de dirigentes del Partido están imputados en este proceso a la corrupción, sobre todo en Valencia y en Madrid. Esta semana hemos sabido que Bárcenas había tenido una cuenta con 22 millones en Suiza, que había blanqueado cerca de 10 millones, aprovechando la amnistía fiscal que el PP se había sacado de la manga con la excusa de recaudar más dinero, y que en la contabilidad B del PP, publicada reproduciendo los apuntes de puño y letra de sus autores, consta que gran parte de los dirigentes del PP habían recibido sobresueldos en negro durante muchos años, incluido el presidente de Gobierno. Pues bien, ante tanta evidencia de corrupción, Rajoy, en unas declaraciones sin que pudiese haber preguntas, ha afirmado simplemente “que todo es falso”. Al fango de la corrupción se une la indignidad de la mentira y la desvergüenza de considerarnos idotas.
La sombra de un Watergate se cierne sobre un Estado agónico en medio de una crisis con 6 millones de personas en paro, un endeudamiento privado y público imposible de pagar, el desmantelamiento del los servicios públicos, el hundimiento del sistema autonómico y el desprestigio de la institucionalidad de la transición con la monarquía a la cabeza. Es sólo cuestión de tiempo que las pruebas se vuelvan irrefutables y que Rajoy se quede sin salida en su propio enrocamiento.
El PSOE de Rubalcaba no es ya la alternativa sino el sustento del PP. Su falta de credibilidad es tan grande que es lo único que impide el derrumbe del Gobierno de Rajoy. El PP sufre una caída de 6 puntos, en un mes, de intención de voto (del 29,6% al 23,5%) pero el PSOE no sube sino que se estanca (del 23,3% al 23,6%). Los votos están zombi, no saben a donde ir. Ahora posible que los encuestados prefieran la abstención pero si hubiese elecciones la tensión social sería enorme porque la ciudadanía quiere participar, sobre todo en momentos tan decisivos como los que estamos viviendo, pero no puede porque no hay alternativas. Este es el mayor peligro para la democracia. El próximo debate del estado de la nación, anunciado para el 20 de febrero, puede ser un funeral para bipartidismo al que la ciudadanía ni siquiera asistirá.
La izquierda tiene una enorme responsabilidad porque debe que ofrecer un camino para el cambio ahora que el bipartidismo está muriendo ya que por vez primera la suma del PP y del PSOE no alcanza el 50% de la intención de voto. Izquierda Plural y los partidos agrupados en torno a Espacio Plural deben proponer al PSOE organizar de forma conjunta una moción de censura a Rojoy con un candidato de consenso que represente la lucha contra la corrupción, antes de que este Watergate a la español estalle y lo que quede del PP se ponga de acuerdo con el PSOE para presentar un candidato a Presidente de Gobierno hecho a la medida de lo que quieren los mercados.
Pero la gravedad del hundimiento del bipartidismo no puede tapar la realidad en que vivimos: 6 millones de parados en el Estado y Andalucía con un 35% de paro (diez puntos por encima de la media). Nuestra situación no puede camuflarse. Andalucía tiene que conseguir, de nuevo, existir como sujeto político de peso en el Estado. Y la oportunidad la tenemos el próximo 28F. El gobierno de coalición tiene que impulsar Andalucía con actuaciones y propuestas claras, a la altura de la gravedad de la situación. Es inadmisible por ejemplo que aún no haya despejado la duda de si va a autorizar o no el gaseoducto, las extracciones de gas y la construcción de depósitos subterráneos en Doñana, nuestro patrimonio natural más valioso y símbolo de nuestra identidad y de nuestros orígenes como Pueblo.
La defensa de la democracia está ligada a la construcción de una alternativa que proponga una nueva institucionalidad democrática, un nuevo modelo económico, la garantía de los servicios públicos y de los derechos sociales y laborales y un nuevo modelo territorial de acuerdo con el carácter plurinacional del Estado. Andalucía tiene la necesidad y la fuerza suficiente para impulsarla.
“¡Qué tristeza! ¡Y aún hay andaluces españolistas! ¡Andaluces que ante las ansias libertadoras del pueblo catalán gritan con inconsciencia imbécil: La unidad de la patria! Nos dirigimos a vosotros, andaluces de verdad; andaluces de verdad, porque es este título expresivo de agobiadores sufrimientos…”. Blas Infante en 1919.