Enrique López / A pesar de los desesperados intentos del presidente Rajoy y todo su aparato mediático-propagandístico por querer tapar las vergüenzas del PP y vendernos el humo de supuestos indicadores económicos positivos, la realidad es que España sufre hoy una de las situaciones de mayor degradación desde hace décadas, con un desempleo desbocado, una economía deprimida y una situación social cada vez más alarmante.
En verdad el sistema capitalista especulador está demostrando la inmensa capacidad que tiene para imponer a los gobiernos europeos una salida inhumana e injusta a la crisis, sin el más mínimo remordimiento sobre los brutales sacrificios que están ocasionando en la inmensa mayoría de la ciudadanía, para beneficio de la misma minoría que ha ocasionado la crisis. En este sentido, de una manera paradójica, la crisis está sirviendo como pretexto, ya no sólo para imponer medidas económicamente regresivas e injustas, sino también para proceder al desmantelamiento de nuestro débil Estado social y de derecho, con la intención de implantar un nuevo modelo de sociedad neoliberal, que pone en manos de una oligarquía dominante servicios públicos esenciales como la sanidad o la educación, que gana “competitividad” a fuerza de precarizar las relaciones laborales y las prestaciones sociales e imponiendo una sociedad desigual y autoritaria, en la que se restringen y persiguen derechos y libertades públicas conseguidos después de décadas de luchas sindicales y sociales.
Estas políticas, injustas e inhumanas, han provocado la mayor oleada de contestación en la calle desde hace mucho tiempo por un sin fin de colectivos, mareas y plataformas sociales, lo que, sin duda, representa un heroico muro de resistencia frente a las medidas regresivas y un elemento de desgaste fundamental para los gobiernos del Estado y autonómicos. Sin embargo, a pesar de estas innumerables movilizaciones, seguimos asistiendo a la parálisis de una mayoría de la población que no se atreve a trasladar sus quejas más allá del ámbito familiar o círculo de amistades. Sin ningún lugar a dudas, los paradigmas oficiales transmitidos durante muchos años por los aparatos propagandísticos del poder y una cultura mercantilista que propicia el individualismo exacerbado desde nuestra tierna infancia, tienen mucho que ver con esa actitud mayoritaria. En todo caso, no estamos hablando, como manifiesta Rajoy, de “una mayoría silenciosa” que sufre pero acepta, por inevitables, las duras medidas del Gobierno, por la creencia de que más pronto que tarde estos sacrificios tendrán su justa recompensa en el futuro en forma de crecimiento y empleo. No es cierto, salvo para una parte de la población, aún considerable, pero no mayoritaría, muy ideologizada y mediatizada por los medios de ultra derecha. La mayoría de la ciudadanía –incluida una buena parte de la que votó el 20N al PP- hoy se encuentra indignada por las políticas del Gobierno, por los nefastos efectos que están teniendo sobre sus economías y sobre los servicios que reciben, a lo que se suma los escandalosos casos de corrupción que un día tras otro salen a la luz.
Ese enfado social, en parte de aquellos que se manifiestan en la calle, y especialmente de los que permanecen en casa, viene acompañado de un descrédito y una sospecha generalizada hacia instituciones, sindicatos y organizaciones sociales, y especialmente hacia los partidos políticos y la llamada clase política. Así se refleja en las encuestas de opinión y de estimación de voto en la bajísima nota que obtienen todos los políticos y en el altísimo y creciente nivel de abstención. Una situación muy preocupante, primero para organizar la resistencia a las políticas del Gobierno, y segundo porque suponen un caldo de cultivo propicio no sólo para que propuestas demagógicas y anti-política, como UPyD, suban en intención de voto, sino también para que surjan alternativas tecnócratas –que en realidad encubren propuestas altamente ideologizadas- o neopopulismos que aviven los instintos más primarios.
Por eso, a nivel social cala, cada vez con mayor fuerza, especialmente entre los colectivos más reivindicativos, la necesidad de aunar fuerzas y plantear alternativas serias y viables a las medidas regresivas que se nos están imponiendo. Un paso muy importante en ese sentido es la conformación dela Cumbre Social, en la que organizaciones tradicionales y nuevos movimientos, que hace poco tiempo parecían distanciadas e incluso enfrentadas, ahora se unen para consolidar un frente común de resistencia. También se están dando pasos, desde el ámbito social, para que la movilización se complemente con la propuesta alternativa, bien por parte de las distintas organizaciones o a través de Plataformas sociales como son las Mesas por la Convergencia o el Frente Cívico. En definitiva, aunque aún hay camino por recorrer, cada vez cobra más fuerza la necesidad de plantear propuestas políticas alternativas surgidas desde los propios movimientos ciudadanos, como claramente ha demostrado la Plataforma Stop Desahucios con su Iniciativa Legislativa Popular.
in embargo, los partidos políticos no están respondiendo de la misma manera. Por supuesto, nada cabe esperar de los partidos de derechas, como PP o CiU, que basan su poder en su íntima conexión con la oligarquía dominante. El problema es que también los partidos de izquierda se resisten a cambiar sus anticuadas estructuras y a conformar un contrapoder que nos sirva para salir del actual atolladero. Porque a día de hoy los partidos políticos de izquierdas tiene un muy bajo nivel de afiliación, una escasa participación de sus militantes y unas estructuras cerradas, lo que ocasiona, en ocasiones, un cierto sectarismo y una considerable distancia con lo que piensan sus potenciales votantes. Este modelo de partidos explica, en gran parte, las propias estrategias seguidas por sus direcciones. Estrategias que ponen el foco en el control interno y en la competitividad, con otros partidos, por espacios electorales muy similares. El problema es que este esquema no ayuda a plantear una verdadera alternativa a las políticas depredadoras de la derecha.
Como se constata en las encuestas, la indignación ciudadana no tiene por qué tener como resultado un triunfo electoral de la izquierda. Por eso es acuciante trabajar desde la izquierda social y política para conformar un Frente social y político, una alternativa consensuada con vocación mayoritaria que cambie las actuales estructuras de poder. No se me escapa que es una ardua tarea, pero tengo claro que no intentarlo será perder una oportunidad histórica. Este Frente social y político tiene que construirse a partir de un debate horizontal, de igual a igual, sin prejuicios y con el objetivo de consensuar cambios esenciales en nuestro sistema, como sería la democratización del Banco Central Europeo, la auditoria de la deuda, reforma fiscal progresiva y lucha contra el fraude, un nuevo modelo energético y ecológico, derogación de las dos últimas reformas laborales, defensa a ultranza de los derechos y libertades públicas, defensa de los derechos públicos esenciales, etc. No se trata de hacer alianzas electorales desde las cúpulas de diferentes partidos -por mucho que éstas puedan tener efectos positivos, pero limitados-, sino de conformar de manera colectiva nuevos paradigmas programáticos en base a procesos radicalmente democráticos. No se trata de desechar lo ya existente, sino de coger lo mejor de cada uno para construir algo nuevo en el que se pueda ver reflejada una mayoría ciudadana. Pero este Frente no puede construirse mimetizando las estructuras y los vicios de los partidos políticos, sino que tiene que ser radicalmente democrático y alumbrar nuevas maneras de practicar la política.
Sin embargo, el comportamiento de las diferentes organizaciones políticas de izquierdas no apunta, ni mucho menos, en esta dirección. Por un lado nos encontramos con un PSOE absolutamente desorientado, con una dirección rehén de su reciente pasado como Gobierno y de su vinculación a los organismos europeos e internacionales que abanderan el austericidio como dogma. Todo ello le hace deambular, por un lado, con posiciones ambiguas o con el traído pacto de Estado con el PP, y, por otro, con una oposición más crítica que le pide la mayoría de su militancia. La consecuencia de esta línea política desdibujada es una pérdida constante de electorado y una fuerte contestación de una buena parte de la militancia que aún aguanta dentro del partido. Ante todo mi reconocimiento a aquellos militantes del PSOE, como los que representa Izquierda Socialista, o en los aledaños, como Construyendo la Izquierda, que trabajan para que el socialismo recupere sus raíces históricas. Tan loable como difícil tarea tienen, ya que el problema que afecta al PSOE en España en realidad es propio, en mayor o menor medida, de la socialdemocracia europea y no se soluciona sólo con un cambio de caras o con ciertos barnices ideológicos. Porque el problema del PSOE, y del resto de la socialdemocracia europea, es que han dejado, en realidad, de ser socialdemócratas, especialmente a partir de acordar, con los partidos liberal-conservadores, las grandes líneas políticas de ortodoxia económica neoliberal que nos han llevado a esta tremenda crisis actual, en beneficio de una oligarquía dominante. Es evidente, al contrario de lo que cierta dialéctica de izquierdas sostiene, que el PP y el PSOE no son lo mismo, ni son iguales sus políticas, especialmente en el ámbito de los derechos sociales, ni son iguales especialmente sus militantes y votantes. Pero el seguidismo que el PSOE ha realizado de las políticas europeas de recorte, tan evidentes en los últimos años de mandato de Zapatero, hacen hoy, a mi manera de ver, imprescindible una verdadera reconversión de este partido que tendría que venir acompañada de un regreso a sus propias tesis socialdemócratas tradicionales y de un proceso de entendimiento con otras familias políticas de la izquierda y con el tejido social reivindicativo. Algo a lo que, me temo, no se van a prestar las pesadas estructuras de poder de este partido.
Pero si desacertada es la estrategia del PSOE, no menos desacertada, por otros motivos, es la del resto de la izquierda española. No, en este caso, porque no tengan, en líneas generales, un análisis acertado de las causas de la crisis, ni por no tener recetas adecuadas para plantear una salida social de la misma. Su principal problema deriva de su falta de visión para analizar la actual estructura social y su nula estrategia para abandonar un papel de digna minoría, con limitada capacidad de influencia, para pasar a ser una verdadera alternativa de poder en este país. Desgraciadamente, a pesar de estar asistiendo a un verdadero cambio de modelo social y económico, perpetrado sin ningún tipo de reparo por el PP, la izquierda alternativa sigue anteponiendo sus recelos políticos -y a veces hasta personales- y sus pequeñas diferencias programáticas, haciendo muy complicadas las estrategias cooperativas. Por desgracia, esa falta de visión estratégica es común, con escasas excepciones, a la mayoría de las organizaciones políticas de la izquierda alternativa. Lo es por parte de Izquierda Unida, la que hoy por hoy es la principal organización política a la izquierda del PSOE, pero también dentro de la izquierda federalista que se aglutina en torno a lo que se llama Espacio Plural. Izquierda Unida, organización política a la que pertenezco, a pesar de conseguir aciertos como es conformar determinadas alianzas electorales o acordar una única lista en su último Congreso, ha frenado el impulso de lo que hace cuatro años, con una menor expectativa de voto, denominaba la refundación de la izquierda, que pretendía alumbrar un nuevo sujeto político y social. Lamentablemente, nada queda hoy de ese discurso, que se mantiene de manera retórica en los documentos, pero ahora ya sólo vinculado a la configuración política y social en torno a IU, lo que en la práctica supone la imposibilidad de refundir la izquierda. Queda clara la estrategia de Izquierda Unida cuando se autodenomina como la Syriza española, en un desacertado ejercicio de autocomplacencia, o cuando se prioriza la configuración interna de la organización antes que la necesaria apertura para construir un frente alternativo mayoritario. Claro está que no todos y todas pensamos igual en Izquierda Unida. No lo hacemos así quienes militamos en Izquierda Abierta, ni estoy seguro que tampoco muchos otros militantes y sobre todo, una inmensa mayoría de potenciales votantes.
Iguales sensaciones percibo de otros partidos políticos de cierta importancia en determinados terrritorios, que se encuentran, en gran parte, dentro de lo que se hace llamar Espacio Plural. Me refiero a los partidos de base ecologista, como Equo, y a la izquierda federalista que representan partidos como Iniciativa per Catalunya o Compromís, entre otros muchos. Sus pasos dan la impresión de ir más encaminados a competir o, en su caso, negociar desde una posición de fuerza, con Izquierda Unida, que en confluir -no sólo con IU- en un proceso renovador y horizontal que alumbre un Frente social y político alternativo al actual sistema. Aunque, de igual modo, estoy seguro que gran parte de militantes y votantes de estos partidos apostarían por una estrategia más aperturista y unificadora.
Pensar que la indignación ciudadana y la movilización social traerán por si solas el triunfo electoral de uno de los partidos políticos de la izquierda alternativa es un grave error estratégico, y significa, sobre todo, perder una gran oportunidad que no sabremos si se volverá a ofrecer. La prueba son las propias encuestas electorales. Es cierto que especialmente IU, y otras opciones políticas de izquierdas recogen parte de la tremenda y constante caída del PSOE, pero quien gana por goleada es la abstención y la desafección total hacia la política. Seamos inteligentes, porque si no el espacio de la indignación no tendrá una salida justa de la crisis. Una buena ocasión para poner en marcha otros procedimientos debería ser las próximas elecciones europeas.
La izquierda no puede conformarse con recoger las migajas. Nuestra obligación es conformar un nuevo sentido común mayoritario. La solución no es la anti-política, sino la política, pero otra política distinta. No valen los mismos instrumentos de hace una década. Aprendamos de los nuevos movimientos ciudadanos. Es necesario crear estructuras y procedimientos que permitan transformar la indignación en propuesta alternativa mayoritaria. La mayoría hay que ganársela en un esfuerzo colectivo del que todo el mundo se sienta parte. Si la gente no sale a la calle, tendremos que buscar otras maneras de ganarnos su confianza, por muy difícil que parezca. Trabajemos por un Frente social y político alternativo capaz de generar ilusión. Es nuestra responsabilidad.