MARCOS QUIJADA
Me ha quedado una sensación extraña en la resolución del conflicto catalán; tengo que reconocer que se me ha quedado cara de idiota. Aún no termino de entender cómo es posible que ante la única situación previsible en todo el conflicto, como era el 155 y la convocatoria de elecciones, el govern no tuviera preparada una contra que le permitiera seguir jugando con ventaja e inteligencia como lo había hecho hasta ese momento. Llegados al acto de la declaración de independencia, la única hoja de ruta del Estado no podía ser otra que el 155, el cese del govern, para acto seguido convocar elecciones ¿y realmente el govern no tenía una alternativa a ello?, ¿vamos a creer que un proceso secesionista con un amplio apoyo social e histórico llegado el momento de la ruptura no tiene mecanismos para ello?. Perdonen ustedes, pero tengo la sensación de que el relato que nos cuentan es un relato imperfecto que esconde lo esencial, quizás el acuerdo que nunca sabremos, ese gato encerrado que la política nunca cuenta.
Pensemos en un relato distinto, uno de los muchos posibles, juguemos a eso que llaman teoría de la conspiración y hagamos un relato que pudiera ser creíble. Dejemos atrás la antesala de todo lo ocurrido años atrás y centrémonos en los últimos acontecimientos ocurridos después de que Puigdemont pidiera dejar en suspenso la declaración de independencia al parlament, ello sin olvidar aquellas declaraciones de Artur Mas en las que declaraba que Cataluña aún no estaba preparada para un camino en solitario.
Lo primero que llama la atención es que leyendo atentamente la carta de respuesta de Puigdemont a Rajoy se puede entender que jamás existió declaración de independencia y que para la aplicación del 155, de acuerdo al Estado de Derecho, tendría que haberse demostrado dicha declaración, hecho éste que jamás ocurrió y nunca fue certificado por los servicios jurídicos del Estado. Desde ese momento la aplicación del 155 pasaba a convertirse en la gasolina para la continuación de todo el proces, un alimento un poco extraño para quien debiera pretender un cortocircuito y una rebaja de tensiones. Quizás en esta teoría de la conspiración que me estoy montando aplicar el 155 de cualquier manera es la situación clave para ir apagando el fuego que se descontrola en las calles, por mucho que creamos lo contrario.
Es en este momento en el que hay que controlar la calle, meter sordina al conflicto social que se está creando y nada mejor que eso para este momento y los venideros que aplicar la prisión provisional a quienes la sociedad independentista catalana entiende como sus representantes de la sociedad civil catalana; un descabezamiento social, una acción numerosas veces repetida en la historia cuando el poder le teme a la calle y pretende prescindir de ella. Y he aquí el día clave de mi teoría de la conspiración, de mi cuento imaginado; el jueves anuncia Puigdemont que dará una rueda de prensa para convocar elecciones y así evitar la aplicación del 155 y en una jornada oscura en las bambalinas, la sociedad civil que ha formado parte de todo el proceso, la sociedad que una y otra vez ha respondido a las llamadas del proces, inicia un camino hacia la sede del govern con ganas de linchamientos y bajo el unánime discurso de la acusación de “traidores” a quiénes no están dispuestos a seguir el camino en solitario –recordemos las palabras de Artur Mas y el hecho de que los únicos encarcelados son los representantes de la sociedad civil-. Parece que la masa no está dispuesta a dar marcha atrás y el movimiento es de tal virulencia en un par de horas contra el govern que éste tiene que dejar en suspenso la declaración de Puigdemont.
Sin duda la calle ha cambiado una hoja de ruta en momentos en los que ya se ha hablado y se han acordado cosas con Madrid y existe un primer atisbo de estallido social en Cataluña, estallido de base y sin interlocutores aparentes que dirijan el proceso. Esto es quizás lo que se pretendió evitar con el encarcelamiento preventivo de los “jordis”, sin haberse conseguido, y pudiera ser que en ese momento el miedo invada a quienes determinaron la hoja de ruta ya pactada de las elecciones al haber surgido la revuelta social que sólo entiende como objetivo la independencia sin marcha atrás. El peor escenario para los pactantes.
La independencia en los términos en los que se había vendido parece que ha llegado a su fin, pero hay que desactivar la revuelta social de la calle, ahora incontrolada. Nada mejor que la escenificación de una especie de declaración de independencia con cara de velatorio y con voto secreto, con el añadido de un voto extraño que impida desentrañar qué voto cada cual. Es curioso que quienes con ese acto van a negar la validez del Estado español y de sus instituciones, incluidos los tribunales de justicia, a la vez se ponen a recaudo de las posibles responsabilidades penales de ese mismo Estado, una especie de contrasentido que ponía de manifiesto que el hecho de la independencia era, a sabiendas, un acto de nulo recorrido, hecho que se constata aún más cuando la bandera española sigue ondeando ese día en el palacio de la Generalitat como si nada hubiera pasado. Jamás una declaración de independencia de una nación no conllevó el acto simbólico de la retirada de la bandera del Estado del que se independiza. Pero nada, había que seguir la hoja y ahora tocaba fiesta para dar la bienvenida; una especie de fiesta que no llegó ni a botellona de pueblo, ello ya con la aprobación por parte del Senado de la aplicación del artículo 155.
Habría que señalar que tras la DUI el Estado no tiene más remedio que aplicar el 155 y con ello cesar a la totalidad del govern, es decir, habría que señalar que este hecho es el paso más claro y más esperado de todos los ocurridos en estos últimos meses y, como tal, el que debiera tener la respuesta y estrategia más pensada. Sin uno ser Puigdemont, se me ocurren unas cuantas respuestas independentistas para continuar con la DUI y evitar la rendición deshonrosa a la que hemos asistido, por ejemplo una convocatoria solemne de elecciones constituyentes catalanas a la vez que se le niega la validez a las convocadas por el gobierno del PP, insisto, por ejemplo. Pero no, el govern ante el hecho menos improvisado y más esperable de todo el proceso, ante el hecho más humillante para el govern y para el pueblo catalán como es perder su autogobierno por decreto del PP, no tiene otra respuesta que el silencio y la bochornosa teatralidad del exilio, la entrega incondicional de todo el bagaje y de las llaves de los despachos… Raro, raro.
Eso sí, la calle ya no truena, ni tiene peligro de rebelión social y las elecciones que un día no fueron capaces de convocar las ha convocado la otra parte, al fin y al cabo elecciones como pactaron. Lo que ocurra ante la justicia formará parte de este relato, ya lo verán. Sin duda creo en aquello de que puede haber gat amagat. Pura alucinación de la teoría de la conspiración, o no.