«La sociedad contemporánea se acompaña perfectamente con la necesidad demagógica de líderes o caudillos», dice Germán Cano, profesor titular de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid. En su recién publicado «Adoquines bajo la playa. Escenografías biopolíticas del 68» (ediciones Grama), este especialista en nuevas subjetividades y políticas de masa, reflexiona sobre las herencias deseadas e indeseadas del mayo francés, el hedonismo y el individualismo y el lugar del psicoanálisis lacaniano en el mundo actual. Esta es la conversación que mantuvo con Ñ digital.
-Usted plantea de entrada una diferencia entre la actitud de las organizaciones guerrilleras que buscaban tomar el poder (Brigadas Rojas, la Fracción del Ejército Rojo alemán, los Tupamaros, el ERP y los Montoneros argentinos) y la posición de la sublevación parisina durante mayo del 68, donde la distancia irónica de los actores desnudaría la naturaleza misma de poder como una ficción.
-En la formulación de la pregunta está eso que trato de distinguir con mayor o menor fortuna: la diferencia entre ‘tomar el poder’, es decir, abrazar una posición revolucionaria impositiva y en esa medida, violenta, insensible al campo de fuerzas en el que toda voluntad de antemano se encuentra inserta; y el gesto de exposición, de vulnerabilidad asumida que tuvo lugar en muchos de los fenómenos significativos del mayo francés. Sobre la dualidad imposición-exposición y sus consecuencias políticas y subjetivas gira el ensayo. De ahí que a la luz de este doble gesto interrogue a algunos de los protagonistas del 68.
-¿Podría explayarse?
-La foto de (Daniel) Cohn-Bendit con la que arranca el libro se me antojaba muy sugerente para analizar los procesos de subjetivación y los distintos ‘desnudamientos’ del poder que allí tuvieron lugar. En este sentido, no considero que el terrorismo fuera una consecuencia necesaria e inevitable del proceso de politización del mayo sino más bien una de sus perversiones. No olvidemos que esta célebre instantánea sirve además para ilustrar otra distinción muy presente en esta investigación: la dicotomía ‘política-policía’ que ha desarrollado Jacques Rancière para ahondar en la conformación de un proceso de emancipación.
-En algún momento del libro se dice que el siglo XXI empieza durante el mayo francés, porque lo que está en juego ahí es el viviente en su totalidad, o en otras palabras, el emplazamiento de un estado de excepción perpetuo. Si es así, ¿a qué piensa usted se debe ese cambio de paradigma y cómo se estaría tramitando en la actualidad?
-Bueno, con esa frase no trataba tanto de realizar una afirmación como de subrayar una lectura especialmente notoria de los acontecimientos de mayo: la de Toni Negri, que cifra en ellos un punto de inflexión respecto a la cartografía marxista tradicional. Como es sabido, Negri considera el 68 como un momento clave del nuevo paisaje biopolítico en el que, según él, nos encontraríamos. Conceptos suyos como ‘multitud’, ‘trabajo inmaterial’ o ‘poder constituyente’ tienen, en este paisaje histórico, una función clave. Sobre este telón de fondo es Giorgio Agamben el autor que más ha insistido en el hecho de que vivimos en una suerte de ‘estado de excepción’ perpetuo. Tengo muchas dudas sobre ambas lecturas. A pesar de que el 68 marcó un desplazamiento indudable respecto a muchas cuestiones de la agenda política de la izquierda marxista tradicional, no estimo tan fundamental esta lectura ‘biopolítica’ a la que apuntan Negri y Agamben. Mi aproximación a la dialéctica del Amo y el Esclavo desde Hegel y el psicoanálisis lacaniano trata de introducir otras preguntas respecto a esta lectura de la corporalidad ‘desnuda’ y en esa medida, poner en tela de juicio este presunto ‘cambio de paradigma’ al que se refiere.
-La idea de esperar la muerte del amo, ¿resulta incompatible con aquel dicho de (Jacques) Lacan a los estudiantes franceses, cuando les dice que lo que están esperando es un nuevo amo? ¿Cómo se articularían esas posiciones, si es que esto fuera posible?
-‘Esperar la muerte’ del amo, en términos lacanianos, es un modo de abrazar la servidumbre voluntaria de la neurosis obsesiva. Intento mostrar la lucidez de Lacan y a su modo, de (Theodor W.) Adorno al observar cómo tras este gesto de aparente desnudez y presunta naturalidad frente a un poder institucional, se escondía una voluntad de amo, el llamado ‘discurso universitario’. Paradójicamente, cuanto más natural se presenta esta revuelta en contra del amo, más se demanda un amo al que encadenarse. Ahora bien, considerar que esta ‘vida desnuda’, este biologicismo fue el impulso fundamental de mayo del 68 equivale a tomar la parte por el todo, cuando no realizar una lectura interesadamente apolítica del mismo como un acontecimiento que terminó allanando el camino al individualismo consumista de masas. A mi modo de ver, esto es falso, como han tratado de argumentar pensadores como Alain Badiou, Kristin Ross, Alain Bensaid o el propio Rancière.
-Pero ¿por qué sería falso?
-La ‘explosión’ individualista no fue una consecuencia del mayo, como constatan interesada y erróneamente sociólogos como (Gilles) Lipovetski o escritores como Michel Houellebecq, sino de los procesos de subjetivación del capitalismo tardío y de sus nuevos ejes: consumo e industria cultural. Si observamos, por ejemplo, fenómenos que anticiparon al 68, como la crítica situacionista a la ‘sociedad del espectáculo’, podemos comprender en qué medida la experiencia de mayo también buscaba crear espacios políticos comunitarios y de este modo, reaccionar críticamente frente a este ‘autismo’ de lo imaginario. Por cierto, mayo se alzaba contra la ‘sociedad disciplinaria’, para decirlo con (Michel) Foucault, pero no por ello buscaba rendirse al espectáculo consumista de la industria cultural y su individualismo.
-¿Cómo se entiende en el mundo contemporáneo la idea del goce sin trabas, el pasaje al acto sin mediaciones después de un acontecimiento como el 68? Pareciera que aquello sirvió para poco, o bien complicó tanto las cosas que el desarraigo ontológico dejó el sujeto en una intemperie sin fin.
-Vivimos bajo el imperativo de ser felices, de gozar sin trabas, lo que genera la infelicidad por no ser felices o por no gozar lo suficiente. De la lucha de clases social parece que hemos pasado a una lucha inmisericorde por el prestigio sexual. Las novelas de Houellebecq son elocuentes al respecto. Pero el 68 no fue el punto de inflexión para este hedonismo culpable de no ser feliz. Si observamos los documentales y testimonios de la época, contrasta, por ejemplo, el ‘look’ gris de la época con la imagen de revolución sexual y hippie que trata de venderse desde los 80. Recomiendo los documentales de William Klein o Chris Marker para desmontar este cliché ideológico intencionadamente despolitizador. Bajo el énfasis hedonista en el sexo, la droga y el rock-and-roll -aspectos antiascéticos muy interesantes, todo sea dicho-, se invisibiliza que el mayo parisino, por poner un ejemplo, presenció una unión política entre la clase trabajadora y los estudiantes que desencadenó una gran huelga.
-Usted habla de biopolítica y escenografía (en oposición a perspectiva y representación). ¿Cómo entender esta mutación en un mundo donde el hiperrealismo del consumo y la insatisfacción parecen hegemónicos respecto al trabajo pausado, responsable, a lo largo del tiempo, que requiere, por ejemplo, un psicoanálisis?
-Buena pregunta. Insisto mucho, siguiendo a Rancière, en que la política implica una dimensión dramatúrgica, pero esto no tiene que desembocar en un pluralismo de perspectivas o en una suerte de barroquismo posmoderno, donde ‘todo vale’. Al contrario: frente a esta hegemonía de las subjetividades ‘prostéticas’, un modo de subjetivación definitivamente narcisista, abogo por la visibilidad de los procesos de experiencia en la sociedad civil. Solo cabe politizarse en el campo de fuerzas de la esfera pública.
-¿Es posible la práctica del psicoanálisis en el universo de discurso definido por la biopolítica y sus prótesis cognitivas, positivistas, tecnológicas? El psicoanálisis ¿está a contrapelo de ese universo?
-Decididamente sí. No sólo porque el psicoanálisis enseña a no gozar en un mundo marcado por el imperativo del goce, sino porque veo en su marco un distanciamiento de los procesos de la vida desnuda que hoy es indispensable para cualquier articulación política. El psicoanálisis encaja en lo que cabría denominar ‘técnicas de subjetivación no narcisistas’.
-Finalmente, la existencia de un Otro en crisis pero todavía consistente, ¿puede ser horadado por la práctica analítica sin caer en delirios mesiánicos o libertarios? Si es así, ¿la función política del analista debería cambiar?
-Hasta donde llego en esta línea de análisis, el declive simbólico y la apoteosis de lo imaginario en las sociedades contemporáneas se acompañan perfectamente con la necesidad demagógica de líderes o caudillos. El psicoanálisis puede enseñarnos mucho al respecto, como también lo hizo la Escuela de Frankfurt con sus análisis sobre la ‘personalidad autoritaria’.-
Publicado en: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/German-Cano-Jorge-Aleman-mayo-frances_0_651535073.html