Hay una maniobra en marcha…, la abdicación de Juan Carlos en favor de su hijo. Se trata de salvar la institución. Todavía no está resuelta, puede que no se lleve a cabo, no son tan inteligentes como les presuponemos, ni tan torpes como todavía pueden llegar a ser. Nosotras y nosotros nunca nos opusimos a la monarquía porque Juan Carlos fuera un sátrapa o un demócrata sobrevenido sino porque era el rey, jefe de una institución profundamente antidemocrática, último legado e imposición de la dictadura. Al igual que el hijo de un rey no será rey por sus méritos individuales sino por su herencia genética; la monarquía no es una institución legítima por la ejecutoria de quién detenta el poder en un momento dado sino por su esencia institucional. Por mucho que el Papa dimita no vamos por ello a creer en Dios, ni a reconocer la infalibilidad del pontífice de Roma.
Durante los años de la transición nos han querido convencer de que en España no había monárquicos sino juancarlistas. Ahora que el mito se deshace y sale a relucir parte, solo parte, de la verdad de ese monarca campechano. Ahora, quieren convencernos de lo contrario: lo importante es la institución. Pues bien ahora digamos no a la institución. La monarquía es una institución premoderna atada a esa vieja forma de cárcel que es la familia (la palabra familia viene del latín “famulus” que significa siervo o esclavo) que debe deber abolida. La monarquía española es una herencia de la dictadura. Franco, en su desatada vocación totalitaraia, fue todo, incluso hizo de reina y parió un rey: Juan Carlos I. Si queremos clausurar definitivamente ese cuento convertido en pesadilla que se llama transición, debemos denunciar esta maniobra que ya está en marcha. Ni Rey, ni príncipe: democracia.