Rafa Rodríguez
La izquierda tiene la responsabilidad histórica[1] de reconstruir un mundo exhausto y amenazado por las consecuencias de la globalización y su correlato el neoliberalismo, que se han traducido en crisis ecológica y emergencia climática; desigualdad estructural, tanto territorial, social y de género; ascenso de partidos y regímenes autoritarios; guerras y amenaza atómica; inestabilidad económica, inflación y dominio del sector financiero, o precarización laboral.
La crisis de la globalización y del neoliberalismo implican el fracaso del gran proyecto político de las élites económicas y de sus representantes políticos, la derecha, que ha más sido hegemónico a medida que la globalización e consolidaba durante un largo periodo de casi cuarenta años (desde inicio de los años setenta del pasado siglo hasta la gran crisis de 2008).
La constatación de la inviabilidad de la globalización neoliberal le ha dado un giro de ciento ochenta grados a las posiciones de los espacios políticos. La derecha, ante el fracaso del proyecto político común que le ha dado identidad, globalización y neoliberalismo, se debate en esta crisis entre opciones autoritarias o reformistas (el llamado consenso de Wall Street), dos direcciones que son conceptual y estratégicamente irreconciliables. Ahora la izquierda, y el bloque social progresista en general, tienen la oportunidad de liderar la construcción de un mundo sostenible, ecológica y socialmente, con un proyecto que necesita tener una perspectiva global porque “lo importante, en todos los mundos y en todas las épocas, es lo universal”[2].
Los sujetos políticos que actúan en estos espacios han cambiado su relación ofensiva – defensiva, en el contexto de una época diferente, caracterizada por una nueva circunstancia sobre la que carecemos de experiencia histórica: la crisis ecológica y la emergencia climática marcan un tiempo objetivo que no está sujeto a transacción. Los tiempos para llevar a cabo un cambio estructural, que reconstruya este mundo exhausto y amenazado, los marca la dinámica biofísica que es externa al sistema económico heredado de la globalización.
La clave de bóveda para hacer posible un cambio estructural es la transformación de las relaciones de poder entre las instituciones públicas democráticas y las oligarquías económicas y sus mercados. Si la globalización supuso la desregulación de los mercados, incluidos los financieros, el proyecto de reconstrucción necesita que sean los poderes públicos democráticos quienes puedan embridar a las oligarquías y regular los mercados.
Para ello necesitamos mayorías sociales y gobiernos progresistas que puedan establecer dinámicas internas de profundización democrática en todos los ámbitos, incluido el económico, y dinámicas externas de extensión de la democracia.
Hoy el federalismo es sinónimo de democracia efectiva por su capacidad de articular territorios, desde el municipio hasta la escala global, pasando por las Comunidades Autónomas (en nuestro caso), el Estado y la construcciones políticas continentales como la Unión Europea, frente a la jerarquización territorial, tanto política como económica, pero también frente a los imposibles soberanismos que pretenden Estados blindados y excluyentes, y que constituyen el marco político de la derecha autoritaria, o frente a proyectos que ponen sus límites en un enfoque exclusivamente intergubernamental para la Unión Europea y otros proyectos de construcción política continental, obsesionados con el mantenimiento o la añoranza mistificada de la “soberanía” perdida por los Estados miembros. Solo una nueva red articulada de estructuras democráticas y federales puede darles la vuelta a la autonomía que han logrado las oligarquías económicas y los mercados frente a los poderes públicos, uno de los objetivos de la globalización.
En el bloque social de progreso, la izquierda plural, la que pone el énfasis en la democracia como fin y como medio para legitimar la intervención pública redistribuidora pero también en la necesaria intervención sobre las estructuras económicas para hacer posible la transición ecológica y social, tiene la necesidad de reequilibrar las fuerzas para acelerar los cambios que se ajusten a la realidad del tiempo objetivo que marca sobre todo la emergencia climática, y profundizar en la trasformación estructural, impulsando la unidad de las organizaciones políticas, la cohesión de nuevas mayorías sociales y la participación ciudadana.
Desde Andalucía, la perspectiva de reconstrucción de este mundo exhausto y amenazado de la globalización nos ofrece las expectativas de superar nuestra situación de dependencia que ha ido unida al desarrollo del capitalismo de las energías fósiles. La transición ecológica en todas partes tiene que ir dirigida a la justicia social pero aquí, en esta tierra, su vinculación en sustantiva. Superar nuestra posición de subalternidad económica, acentuada en la época de la globalización, exige la estrecha conexión entre federalismo, igualdad interna y externa, y transición ecológica.
Organizar la unidad de la izquierda plural a través del entendimiento entre partidos, pero sobre todo mediante la participación ciudadana, es correlativo con el empoderamiento de Andalucía como sujeto político con un horizonte federal. Una estructura política mixta entre partidos y estructuras de participación ciudadana proporciona entidad propia y, al mismo tiempo, una entidad propia que de el salto desde las coaliciones a la convergencia impulsa la participación política en las estructuras políticas estatales y europeas, desde la igualdad y la cooperación.
Notas
[1] Una idea que se la debo a Aurora León
[2] Alba Rico, S. Catorce palabras para después del capitalismo. Escritos contextatarios. 2023.
(*) La imagen que ilustra el artículo pertenece al artista alemán Gerhard Richter