Entrevista en ABC a Antonio Manuel, miembro del Consejo de Redacción de Paralelo 36 Andalucía
Texto: Aristóteles Moreno
Foto: Roldán Moreno
En términos coloquiales, podríamos decir que es todo un rabo de lagartija. Pero intelectualmente hablando es más exacto proclamar que estamos ante un agitador social en busca de causas justas.
SU DNI puede poner lo que quiera acerca de su profesión pero Antonio Manuel es un sujeto en estado permanente de ebullición donde confluye el jurista, el profesor, el escritor, el músico y, sobre todo, el activista. Porque este hombre, que vive instalado en la utopía como forma de existir en el mundo, es por encima de todo un agitador intelectual incansable al que siempre se le suele ver sosteniendo la bandera de una causa justa.
-Perdone, pero ¿cómo se identifica que una causa es justa?
-(Silencio) No lo sé. Pero sí puedo asegurar que tengo una tendencia natural a no soportar las injusticias.
Perfecto. La penúltima aventura en la que se embarcó llevaba el nombre de un partido político, el PA, del que fue candidato por Córdoba en las elecciones nacionales y en las autonómicas. Pero una organización política es un espacio demasiado constreñido para un alma insurrecta como la suya. De tal forma que su viaje apenas duró una campaña electoral y en cuanto pudo se apeó del proyecto. Su vida política, que no partidista, comenzó mucho antes, de la mano de su abuelo materno, carbonero de profesión, anarquista y republicano, que le abrió los ojos al mundo de las ideas. «Me transmitió un optimismo vital del que no me he podido desprender nunca», proclama Antonio Manuel Rodríguez (Almodóvar del Río, 1968), cuyos apellidos suele dejarse por el camino cada vez que firma un libro, un artículo o un disco.
Estudió Derecho por casualidad, espoleado por un amor adolescente que luego, una semana después de matricularse en la facultad, se extinguió súbitamente. «Lo importante no es el porqué sino el para qué», precisa. «Y ésta es una carrera que te permite hacer justicia. Lo del Derecho», añade, «es una consecuencia vital de luchar por las causas justas». Así de simple.
-Profesor, jurista, escritor, músico y activista. ¿En qué orden, por favor?
-En horizontal. La identidad de los seres humanos es rizomática. Cuando doy clase soy profesor y activista a la vez.
-¿Qué le empuja a la acción?
-Lo hago porque va en mi naturaleza. Cuando uno decide actuar es porque cree que es posible otro modelo de sociedad, aunque tiene un coste personal muy elevado.
-¿Antonio Manuel es un idealista atrapado en un mundo imperfecto?
-El mundo será siempre imperfecto y siempre habrá idealistas que lucharán porque el mundo sea de otra forma. No perfecto: de otra forma. Para los nuevos terratenientes del siglo XXI, los banqueros, los especuladores y los políticos profesionales, este mundo funciona muy bien.
-¿Esa certeza le lleva a la melancolía?
-No. Todo lo contrario. Precisamente porque ése es el diagnóstico hay que actuar. El pesimista es el que no actúa y el optimista antropológico dice: «Esto está mal, pues habrá que luchar». Siempre que uno actúa, señala a los que no se mueven. Los ofenden.
-¿A usted le ofende los que no se mueven?
-No. Entiendo que es así.
-¿Hacia qué mundo nos dirigimos?
-Vamos a una desaparición del concepto masa. A una sociedad líquida, un sumatorio de individuos individualistas. Puedes ver una película iraní en tu casa y, sin embargo, no compartes con tu vecino elementos esenciales del lugar donde vives. Me preocupa la homogeneización cultural tan bestial. Que nos gobiernen personas de otros lugares con sistemas electorales injustos que convierten la democracia en una pantomima.
-¿Dónde está la línea que separa la utopía de la quimera?
-La quimera es una utopía utópica. Tienes la conciencia de que lo que vas a hacer es absolutamente imposible y, por tanto, no provoca movilización social en ningún caso.
-¿Ha sentido el riesgo de la quimera?
-Sí. Parece que si no participas de una corriente compuesta por un mayor número de personas estás equivocado. Como si la verdad habitara en la masa. Existes si apareces en determinados medios. Pero habitar en la marginalidad no es habitar en la quimera.
-¿La política es el arte de lo posible?
-Ahora es el arte de la delegación en otros para que lo posible parezca imposible.
-¿Y el hallazgo de la verdad puede conducir al delirio?
-¿Qué es la verdad? La clave es ésa. Hay tantas verdades como individuos. En la contemporaneidad, la verdad habita en la masa. Es verdad lo que es compartido por muchos. Pero tenía razón Averroes y tuvo que exiliarse. Y tenía razón Maimónides y tuvo que exiliarse. Y todos los locos que vivían en el delirio porque tenían el conocimiento de la verdad tuvieron que exiliarse.
-¿Le ha dejado heridas su aventura partidaria?
-He aprendido mucho.
-Por ejemplo.
-Que los partidos son estructuras de poder que tienen que cambiar por dentro. Todos. Es algo que intuía y en mi utopía creía que podría cambiar. Y no. Están diseñados para medrar llevándote bien con los de arriba.
-¿Qué ficciones se le han caído?
-No han sido ficciones, sino constataciones de lo que creía que era. Que vivimos en un modelo con el sistema representativo blindado. Es prácticamente imposible acceder a él si no juegas a lo mismo: a los vínculos de poder. Y si no existes en los medios masa no existes.
-¿De qué ha pecado?
-De ingenuo. Pero prefiero correr el riesgo de confiar en los demás aunque me hagan daño a vivir en la desconfianza.
A Antonio Manuel el andalucismo le viene por la vía emocional y también por la defensa a ultranza de lo que él llama diversalismo cultural. Quiere decirse que conoce la obra de Blas Infante como la palma de su mano y reivindica la actualidad de su figura con un discurso bien hilvanado y a salvo de clichés folcloristas. La historia personal de su andalucismo también tiene como pieza central a su abuelo. Un día se le acercó y le dijo: «Abuelo, quiero aprender de política». Entonces su abuelo le prestó el «Manifiesto Comunista», de Marx. Lo leyó y le dijo: «Abuelo, quiero ser comunista». Acto seguido le dejó el «Archipiélago Gulag», del disidente Solzhenitsyn, lo leyó y le espetó: «Abuelo, ya no quiero ser comunista». Fue entonces cuando le puso entre las manos otros libros para que siguiera buscando. Entre ellos figuraba el «Fundamento de Andalucía», de Blas Infante. «Me encontré una especie de revelación», proclama contundente, y agrega: «Fue una bomba para mí y lo sigue siendo».
-Usted dijo en la campaña: «Los andaluces no tenemos voz en Madrid». ¿Los más de sesenta diputados de Andalucía en el Congreso no son andaluces?
-No ejercen de andaluces sino de súbditos del partido al que pertenecen. Los hechos lo demuestran.
-¿No se puede defender Andalucía bajo otros parámetros no andalucistas?
-Claro que sí. Pero tendrían que demostrarlo y eso no ocurre cuando se debaten las normas más importantes, como los Presupuestos Generales del Estado o leyes orgánicas cruciales.
-¿El nacionalismo es un discurso de apropiación del territorio?
-No. El problema es el estigma de la palabra. Se ha identificado equivocadamente con el concepto nacionalista romántico. Nación son los sujetos colectivos que se postulan políticamente. Pero nación y estado no son hermanos. No todas las naciones tienen que tener estado y viceversa.
-Boadella dijo: «El nacionalismo es la nostalgia de la tribu».
-Podría ser válido para los nacionalismos excluyentes, pero no tiene ningún sentido para los que reivindican el nacionalismo como una cuestión cultural. Que no tiene nada que ver con la tribu ni con la etnia.
-¿De qué se acusa Antonio Manuel?
-De entregarme a veces tanto a los demás que me descuido a mí mismo y a lo que más quiero.
Su identidad política está animada esencialmente por el andalucismo, pero también por la ecología, por el concepto de equidad y por la defensa sin restricciones de los derechos civiles. Se ha embarcado, por tanto, en todo tipo de batallas ciudadanas. Protagonizó junto a Pimentel una plataforma para exigir elecciones separadas en Andalucía, impulsó la recuperación de la memoria morisca, combatió el urbanismo desaforado de su pueblo, se plantó ante La Moncloa para denunciar la reforma laboral, ayudó a las familias ocupas de «Corrala Utopía» y se manifestó en la playa de Valdevaqueros junto a Primavera Andaluza, su último invento. No para. Tanto que llega con 20 minutos de retraso a la entrevista. «Estoy buscando aparcamiento», se disculpa vía WhatsApp. Sí, claro. Llega tarde, pero llega armado de una afable y reparadora sonrisa. Es Antonio Manuel.
-¿Tiene diagnóstico sobre Córdoba?
-Córdoba fue el ombligo del mundo y ahora es solamente un ombligo. La gente de Córdoba es demasiado «ombliguista». No sabe qué ocurre más allá de su frontera.
-¿Y cómo se cura el «ombliguismo»?
-Lo que ocurre es que para Córdoba es un defecto y una virtud. Lo que ha permitido que esta ciudad se fosilice. Todas sus virtudes son producto de un «ombliguismo» no tanto narcisista como el de Sevilla sino de autodefensa. El cordobés vive en un permanente desdén y eso hace que cualquier persona que despunta sea peligrosa.
-¿Y tiene diagnóstico sobre el planeta Tierra?
-No hay ya ninguna ideología política que no tenga como premisa la ecología. Si no ponemos remedio, el modelo capitalista «ecocida» y «culturicida» va a recortar exponencialmente los plazos en su progresiva depredación del medio.
El escritor y el músico
Ganó su primer premio literario con solo siete años. Pero fue en 1994 cuando recogió un galardón de entidad, el Nacional Amador de los Ríos, otorgado a su novela «Nenia». Diez años después, en 2004, la Diputación le concedió la Beca de Creación Literaria por «El vuelo de las Cigüeñas». Su producción artística incluye también tres libros de poemas, algunas participaciones antológicas, una obra de ensayo sobre «La huella morisca» y una fugaz incursión por el universo de la música pop. Fue fundador y compositor de la banda Deneuve, con la que editó cuatro discos. Poliédrico en letras mayúsculas, ha participado en incontables proyectos culturales, como el Ateneo de Almodóvar, del que fue presidente, y en la asociación Piedraviva.