Portada / Acción y Cooperación política / Indignados, entre el poder y la legitimidad

Indignados, entre el poder y la legitimidad

15-O

 

U.Beck.El País. 10/11/2011.Una alianza entre los movimientos globales de protesta y la política de los Estados nacionales podría conseguir que no fuera la economía la que domine a la democracia, sino la democracia a la economía.

Cómo es posible que un otoño caliente en EE UU, a imagen y semejanza de la primavera árabe, eche por tierra la creencia más arraigada de Occidente, la imagen económica mundial del american way? ¿Cómo es posible que la consigna Ocupa Wall Street no solo saque a la calle a jóvenes de otras ciudades de EE UU, sino también de Londres y Vancouver, Bruselas y Roma, Fráncfort y Tokio? Y esos manifestantes no se han congregado para elevar su voz contra una mala ley, sino contra el propio «sistema». Se pone en tela de juicio aquello que antes se denominaba «economía de libre mercado» y ahora se vuelve a llamar «capitalismo». ¿Por qué el mundo está dispuesto a escuchar cuando Ocupa Wall Street se erige en portavoz del 99% de los oprimidos en contra del 1% de los beneficiados? En la página web WeAreThe99Percent pueden leerse las experiencias personales de ese 99%: las de quienes han perdido sus casas en la crisis inmobiliaria, son los nuevos precarios, no pueden permitirse un seguro médico o tienen que endeudarse para poder estudiar. No son los «superfluos» (Zygmunt Bauman), no son los excluidos, no es el proletariado, sino la clase media la que protesta. Eso deslegitima y desestabiliza «el sistema».

Sin duda, el riesgo financiero global no es (aún) una catástrofe financiera global. Pero podría llegar a serlo. Este condicional catastrófico es el tifón de los acontecimientos que han irrumpido en forma de crisis financiera en el seno de las instituciones sociales y de la vida cotidiana de las personas, barriendo las coordenadas que hasta el momento servían para orientarse. Al mismo tiempo, todo esto hace palpable una especie de comunidad de destino de ese 99%. Si Grecia va a la quiebra, ¿querrá eso decir que mi pensión en Alemania ya no está garantizada? ¿Qué significa la «quiebra de un Estado»? ¿Quién podría pensar que los arrogantes bancos acabarían pidiendo ayuda a los empobrecidos Estados, que pondrían a disposición de las catedrales del capitalismo sumas de dinero astronómicas, en un mundo al revés? Hoy, eso es algo que pensamos todos. Lo que no quiere decir que alguien lo entienda.

Esta anticipación del riesgo financiero global es una de las grandes formas de movilización del siglo XXI. Porque es un tipo de amenaza que se percibe en todas partes. Son acontecimientos que chocan con los marcos conceptuales e institucionales dentro de los que pensábamos hasta ahora la sociedad y la política; cuestionan esos marcos desde dentro, aunque afectan a muy diversos contextos y situaciones culturales, económicas y políticas; de ahí que la protesta global exhiba diferencias locales.

Los flujos financieros de estas nuevas transacciones digitales financieras, que mantienen en perpetuo movimiento la totalidad del globo, que hacen subir y luego dejan caer a países enteros, remiten de forma ejemplar a la novedosa dinámica de protesta en la sociedad del riesgo global. Pues los riesgos financieros globalizados podrían entenderse como si la situación, objetivamente, se manifestara contra sí misma. Bajo el imperativo de la necesidad, asistimos a una especie de curso relámpago que versa sobre las contradicciones del capitalismo financiero. Los medios de comunicación nos ponen al corriente de la escisión radical entre quienes generan los riesgos y se benefician de ellos y quienes tienen que apechugar con las consecuencias.

En EE UU, el país del capitalismo depredador, se ha formado un movimiento crítico con el capitalismo: lo que también era impensable. Cuando se vino abajo el muro de Berlín, dijimos que aquello era «una locura». Cuando el 9 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas se disolvieron en el polvo, dijimos que también eso era «una locura». Y volvimos a exclamar que aquello era «una locura» cuando, tras el colapso de Lehman Brothers, se desató la crisis financiera global. ¿Qué quiere decir «una locura»? En primer lugar, asistimos a un acto de transformismo digno de un cabaré: banqueros y ejecutivos, los fundamentalistas del mercado por antonomasia, claman por la ayuda del Estado. Políticos que hasta hacía poco -como en Alemania la canciller Angela Merkel- elogiaban el capitalismo libre de trabas, ejecutan en medio de la noche y la niebla un cambio de opinión y bandera, que les convierte a una suerte de socialismo de Estado para ricos. Y la ignorancia reina por doquier. Nadie sabe qué es, ni qué efectos va a tener, una terapia prescrita bajo los efectos de una borrachera de ceros. Todos nosotros -el 99%- formamos parte de un gigantesco experimento económico que se mueve en el espacio vacío de una ignorancia más o menos inconfesada, ignorancia que atañe tanto a los medios empleados como a los objetivos que se persiguen, pero que tiene consecuencias devastadoras para todos.

Pueden distinguirse diversas formas de revolución: golpe de Estado, lucha de clases, resistencia civil, etcétera. Los peligros financieros globales no son equiparables a nada de todo esto, pero encarnan, de una forma políticamente explosiva, los errores del capitalismo financiero que hasta ayer aún seguía vigente. Son una especie de retorno de lo reprimido en un nivel colectivo: a la arrogancia característica del neoliberalismo se le echan en cara sus propios errores de origen.

Qué duda cabe de que las crisis económicas son tan viejas como los propios mercados y pueden tener consecuencias catastróficas en el ámbito político. Las instituciones de Breton Woods fundadas después de la II Guerra Mundial se concibieron como respuestas políticas globales a problemas económicos globales, y el hecho de que funcionaran fue una de las claves importantes del surgimiento del Estado de bienestar en Europa. Pero a partir de los años setenta y, de forma recrudecida, desde el colapso del Este, estas instituciones reguladoras han sido en gran medida desmanteladas y sustituidas por soluciones ad hoc. Los riesgos financieros globales, que amenazan la situación de la gente, engendran novedosas politizaciones «involuntarias». Eso es lo que los hace interesantes, tanto en el plano político como en el intelectual. Globalidad quiere decir: son riesgos que a todos afectan y todos se consideran afectados. No se puede decir que de ahí ya haya surgido una acción comunitaria; sería apresurado concluir eso. Pero sí hay algo así como una conciencia de crisis que se alimenta del riesgo y que representa precisamente ese tipo de amenaza común bajo la forma de una nueva especie de destino colectivo. La sociedad del riesgo global -según muestra el clamor del «99%»- puede alcanzar en un momento cosmopolita un concepto reflexivo de sí misma. Esto se hace posible cuando la manifestación objetiva de la situación se puede transformar en un compromiso político, en un Movimiento Ocupa global, en el que todos salen a la calle, virtual o efectivamente.

¿Pero de dónde proviene el poder o la impotencia del Movimiento Ocupa? El peligro global de las finanzas, sus consecuencias políticas y sociales, han privado de legitimidad al capitalismo neoliberal. La consecuencia es que se da una paradoja entre poder y legitimidad. Gran poder y escasa legitimidad del lado del capital y de los Estados; escaso poder y elevada legitimidad del lado de los manifestantes. Y es un desequilibrio que el Movimiento Ocupa podría aprovechar para plantear demandas claves como, por ejemplo, un impuesto sobre las transacciones financieras. Para imponer esta tasa Robin Hood, podría surgir de forma ejemplar una alianza legítima y poderosa entre los movimientos globales de protesta y la política de los Estados nacionales, una alianza capaz de dar el salto cuántico político. Cuando esta exigencia clave ha sido planteada, al menos de boquilla, por la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, muy bien puede pensarse que hay una posibilidad de llevar a la práctica semejante objetivo.

Generalizando: en la conciencia del riesgo global, ante la anticipación de la catástrofe se abre un nuevo campo para la política de poder. Ahora, en la alianza entre los movimientos globales de protesta y la política de los Estados, a largo plazo podría lograrse que no fuera la economía la que domine a la democracia, sino la democracia a la economía. Esa oportunidad de oro podría hacerse más tangible a través del Movimiento Ocupa, que se plantea, tanto hacia el interior como hacia el exterior, objetivos sobre los que puede alcanzarse un consenso. No estaríamos hablando aquí únicamente de los controles al sector bancario, sino también de una política fiscal justa y de la seguridad social en un marco transnacional.

Contra el desaliento, quizá ayude pensar que los principales adversarios de la economía financiera global no son quienes levantan ahora en todo el mundo sus tiendas en las plazas públicas y ante las catedrales bancarias; el adversario más convincente y tenaz de la economía financiera global es… la propia economía financiera global.

Traducción de Jesús Alborés Rey.

Ulrich Beck es sociólogo, profesor emérito de la Universidad de Múnich y profesor de la London School of Economics.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *