Cuando Jeremy Rifkin habla de la tercera revolución industrial, de los cambios en el modelo energético o de la entropía como nuevo paradigma económico, lo hace mezclando cierta intensidad activista en sus expresiones con las maneras típicas de conferenciante estadounidense, esas que llevan a medir al milímetro el discurso y no salirse de él ni en el off the record. Y esa contradicción aparece también en sus propuestas, en las que conviven la necesidad de un cambio radical con notables dosis de pragmatismo que le han llevado a asesorar a la Unión Europa y a los gobiernos de Merkel yZapatero. El contenido de sus propuestas aparece delimitado en La tercera revolución industrial (ed. Paidós), libro que le ha traído a España, donde intervendrá en el II Congreso de mentes brillantes, además de ofrecer una conferencia en la Fundación Rafael del Pino.
El núcleo de las tesis de Rifkin reside en que la salida de esta recesión, que no es coyuntural, sino que encubre una crisis de civilización (“aún más, de especie”), sólo podrá hacerse a través de los nuevos paradigmas de la colaboración y la cooperación. Su modelo económico de futuro combina dos ideas, que lo decisivo no van a ser los costes de mano de obra, sino los energéticos, y que la descentralización que ofrece la red multiplica nuestras posibilidades de interacción. Por eso, Rifkin apuesta por aprovechar el potencial de las energías renovables, acondicionando cada edificio para convertirlo en una planta de energía, de forma que esa producción pueda acumularse y distribuirse de forma coordinada a través de la red. Ello no sólo permitiría ahorrar sino que facilitaría la generación de nuevos ingresos, y traería además, gracias a esa necesidad de cooperación, una nueva era de poder lateral. «Estaríamos ante un capitalismo distributivo en el que reinarían las pequeñas y medianas empresas».
No es la idea de un visionario. O si lo es, no ha sido entendida así por las autoridades de la UE, que recogieron las indicaciones de Rifkin para un plan de desarrollo energético que se llevó a cabo hasta que la crisis irrumpió en escena. Desde entonces, ha habido dos escenarios, el alemán, que ha seguido adelante con la idea, y el español, que ha detenido el proceso. “Les dije a Merkel y a Zapatero que las políticas de austeridad estaban bien, pero que tenían que hacer algo más. Los bancos dijeron a España que redujeran el gasto porque, en otro caso, no os prestarían más. Y cuando lo hicisteis, os dijeron que así no crecíais y que por tanto no os iban a dejar dinero. No podéis caer en ese círculo vicioso. Si tenéis que desarrollar un plan de austeridad, hacedlo de forma que el sueño europeo no salga dañado y que la economía pueda seguir funcionando y creando empleo”.
La revolución real
La fórmula para conciliar estas dos necesidades consistiría en dar un paso adelante, y no sólo contar con plantas eólicas o solares, sino en ayudar a que cada empresa inviritiera unos 24000 dólares aproximadamente en un panel solar . Así se ha hecho en Italia, con gran aceptación por parte de los bancos, señalar Rifki, “ya que los planes de ahorro demuestran que les devolverás el dinero y que una vez reintegrado el préstamo, serás un empresario exitoso porque seguirás produciendo con tu panel solar”. Pero España se equivocó, señala el experto estadounidense, ya que detuvo su desarrollo en este terreno. “Zapatero, que es un líder maduro y un ser humano muy decente, quería seguir adelante con el plan, pero otros miembros de su gobierno se opusieron”.
En todo caso, señala Rifkin, no deberíamos esperar que las grandes empresas y los políticos llevasen a cabo los cambios que necesitamos. Ellos forman parte de la antigua generación, la que creció en un orden centralizado y jerarquizado, y no son capaces de entender el poder lateral. “No entienden a sus hijos, y menos aún a los jóvenes que están en las calles”. Para Rifkin, manifestarse está bien, como lo está quejarse de que es una generación muy formada y sin empleo, pero hay que hacer algo más: “no basta con estar en contra, hay que saber a favor de qué se está. Los jóvenes tienen que hacer algo ya, crear sus propias empresas, sus cooperativas, sus partidos políticos…No pueden esperar que los líderes actuales, que no les escuchan, se unan a ellos para hacer una revolución”. Vivimos en la sociedad de la comunicación y de la cooperación, y eso va a cambiar por completo la distribución del poder, asegura Rifkin, que pasará a menos de redes de pequeñas y medianas empresas. “El poder será lateral, y ese será el verdadero cambio. Los jóvenes que utilizan internet y que se manifiestan en el 15 M no piensan políticamente en términos de derecha e izquierda, sino que abogan por la cooperación y la transparencia en lugar de la jerarquía y el orden vertical. Esa será la revolución real”.