El texto que se incluye a continuación es un capítulo del libro del libro «Sevilla, ciudad de las palabras» escrito por Concha Caballero (Editorial RDE)
En la primavera universal, suele El Paraíso descender hasta Sevilla
(Diario de un poeta recién casado)
Cuenta Juan Ramón la historia de un hortelano que vivía en la calle Ruiseñor, al que le costaba trabajo desprenderse de las plantas que había criado. Un día le compraron la maceta de hortensias más hermosa de su jardín y él no se resignaba a perderla. Con una u otra excusa iba a visitarla, que si traía abono, que si unas cañitas para sujetarla… Hasta que los dueños se cansaron de sus visitas. El hortelano, llegó un día decidido y les dijo:
“…me dicen ustedes lo que les doy por ella, porque yo me la llevo a mi casa ahora mismo.” Y cogió entre sus brazos el macetón añil con la hortensia rosa, y como si hubiera sido una muchacha, se la llevó.”
Ese culto del pueblo sevillano a la belleza, deslumbra a Juan Ramón. Volverá sobre estas ideas en varias ocasiones. Una tarde Juan Ramón toma un coche para dar un paseo por Sevilla. Cuando han recorrido la ciudad, entre elogios del poeta, el cochero le dice que “ahora tiene que ver a mi niña”. Lo lleva a la Macarena, donde en un portal oscuro aparece una joven de tez clara, con una biznaga de jazmines prendida a su negro pelo. Después el cochero, tras haber compartido con el poeta la admiración por la belleza de su niña, le dice:
-Yo no le llevo a usté na, ná
Sevilla es la mujer de los sueños adolescentes. El arrobamiento ante la mujer desnuda, tendida y abierta. La inconsciencia de la belleza, que no mira, sino que es contemplada
…Desde la azotea de
Triana se ve Sevilla, larga, tendida, llana, abierta, malva
toda y oro, como una mujer rubia, que sueña desnuda en
su alma, que es su cuerpo.
Juan Ramón juega a no ser, al tiempo y el espacio de la no existencia. Lo universal, lo infinito. Por eso, Sevilla se adapta como un guante a esta exigencia poética. Es la ciudad que duerme en las tardes de calor, la que se eleva al cielo en sus torres rosáceas, la que adora la belleza sin explicaciones ni aplicaciones.
No es extraño que Juan Ramón quisiera proclamar a Sevilla capital lírica de España, solo aquí puede encontrarse esa sabiduría que no distingue formas y contenidos, que sabe que no hay separación entre cuerpo y alma, que conoce que los cuerpos sueñan y que las almas están llenas de color. Aquí pensaba Juan Ramón poner la bandera del verso libre, de una sublevación poética del sur. Una rebelión de un sur vibrante, colorido, fieramente presente y opuesto a los yermos y grises paisajes pesimistas de la poesía castellana. Una poesía para existir, cuando ya no se exista:
“No sé, no sé si te estoy viendo, si te estoy recordando,
o si te estoy soñando. Tú me rodeas bello la emoción,
entrando y saliendo del sueño a la realidad y de la realidad
al recuerdo por un maravilloso paisaje momentáneo que
no sé en que Andalucía de cuándo, ni de dónde vi”
Juan Ramón Jiménez le escribe a Cernuda que la poesía es “lo que queda” tras despojar a la escritura de la retórica. Sevilla es lo que queda tras despojarse de sus calles y sus monumentos. Es el aire ligero, los colores deslumbrantes, la forma expresiva exacta. Sevilla es, por abstracción, Moguer, el Sur, Andalucía, ciudad universal, capital lírica del mundo. Por eso, su solo nombre, ya evoca la poesía:
En los ventanales de cristales de colores –azul, verde,
rojo, amarillo- los gorriones piensan vencer, con su
desbaratada armonía, los pitos del tren. El desagradable
griterío resuena en la sombra como en un pozo en la
sombra que rodea un sol cegador que todo lo hace
blanco. ¡Pájaros de Sevilla!
En Sevilla relee a Bécquer y es en sus rimas donde encuentra inspiración para escribir sus primeros versos:
“ …una noche febril en que estaba leyendo las Rimas de Bécquer, era una copia auditiva de alguna de ellas, alguna de las típicas rimas con agudos; y lo envié inmediatamente a El Programa, un diario de Sevilla, donde me lo publicaron al día siguiente. Viéndolo publicado, me volví loco de entusiasmo…”
Y para siempre esta ciudad queda prendida al nombre del poeta en su imaginación, con ese romanticismo profundo, auténtico, místico:
Hay por Sevilla un jirón de niebla que el sol más claro no acierta a disipar. Se va de un lado a otro, pero nunca se quita; algo así como esas estrellas que ven ante si los ojos confusos. Es Bécquer. ¿Es Bécquer? ¡Es Bécquer!
Un romanticismo que hace de los objetos metáforas y de los colores música:
Siempre que voy a Sevilla, sea en estío o en invierno, en primavera o en otoño, me parece que es que han vuelto las golondrinas, no las de Bécquer, sino todas las golondrinas.
Juan Ramón ama Sevilla, donde entretuvo su juventud entre pinceles y libros de derecho, donde conoció a su primer amor, Rosalina, perdida para siempre y añorada. La ciudad en la que conoció, por primera vez, la intensa emoción de ver su nombre en letra impresa, donde por primera vez, en el Ateneo de Sevilla, le dijeron que era “modernista” y a él la palabra le sonó limpia, fresca y simpática. Pero, sobre todo, la experiencia que lo reconcilia con la esencia de un nuevo concepto de lo popular, sinónimo de pureza, de exactitud en la expresión.
Como soy de Moguer
y de Sevilla,
canto mis ilusiones
por seguidillas
Convertida Sevilla en metáfora de la poesía, aparece continuamente en sus obras. Se declara a Zenobia comparándola con la Giralda; cita sus aguas y sus paseos: la avista desde su Moguer natal; la rememora en Platero; evoca la Giralda en las torres de cada ciudad; la hace suya en el amor.
A Sevilla le echo los requiebros
que te echo a ti. Se ríen,
mirándola, estos ojos que se ríen
cuando te miran.
Me parece
que, como tú, llena ella el mundo,
tan pequeño y tan májico con ella, digo,
contigo tan inmenso,
tan vacío sin ti, digo, sin ella
¡Sevilla, ciudad tuya,
ciudad mía!
Algunos dicen que para él, la ciudad representa el paraíso perdido. En todo caso Paraíso, porque quienes llevan las luces de la infancia dentro, lo encuentra a cada paso sin distinguir si es evocación, pasado o futuro. Y Sevilla es, en sus palabras “el verdadero paraíso”, un territorio presente, libre de dolor. Si acaso, alguna nostalgia que dicen es la alegría de la tristeza.
…es un otoño suave, rosa y dorado, con el alma fuera, que pudiera ser
la primavera del aire…
Jente en soledad, nostaljia de jente sola, finura de alma
como seda de brazo, flor de alma…
O esta otra impresión, cuando en una visita a El Patio de los Naranjos, ante la belleza de los árboles, la torre suspendida en el aire y el vuelo blanquiazul de palomas, nos dice:
Y yo en la penumbra violeta y verde, como entre nubes, llorando, llorando sin saber por qué, con frío en el cuerpo y en el alma, entre los májicos cristales rotos de los ojos, como un tonto…
En los últimos años de su vida piensa con insistencia en Sevilla. Tenía el proyecto de publicar un libro con su nombre, porque su sola pronunciación le evocaba una cualidad poética: ¡Pájaros de Sevilla! ¡Golondrinas de Sevilla! ¡Guadalquivir de Sevilla! ¡Sevillanas!
Escribió para este proyecto veintitres textos sueltos y algunos epígrafes que quedaron en blanco: la luna, el verano, el cielo, la feria, la catedral..Poemas no escritos; espacios en blanco…evocaciones para nuevos poetas; carta sin remite a Luis Cernuda que expresará en Ocnos las cosas no dichas por Juan Ramón:
“(Luis Cernuda) parece siempre, en cualquier sitio, que viene cimbreándose bajo ricas sombras marinas de palmeras, orilla de Guadalquivir al mar. Un vaho de patio de naranjos lo envuelve, lo sume en caricia luz esencia”
Su libro fue un proyecto inacabado de regreso: cuartillas corregidas, anotaciones en otros poemas (“añadir los poemas de Diario de un Poeta recién casado”), evocaciones de la ciudad, apuntes festoneados de puntos suspensivos, rompecabezas de fechas equivocadas por la mala memoria del poeta
En sus últimos años, Zenobia y él deciden volver a España e instalarse en Sevilla. Recorrer las calles céntricas sin cuadernos de notas, sin tareas que hacer, solo mirando alrededor, escuchando, sintiendo el pálpito suave de olores y ruidos, convertido por fin en un poeta que no necesita escribir para serlo. La abstracción absoluta, la reducción final del alambique de la poesía. Una gota sublime, inmortal y universal. El sueño se truncó por esa doble muerte que el poeta vivió, más amarga la primera, buscada la segunda. Alguien, cuidadoso y amable, que conocía su sueño pensó que el cuerpo del poeta debería volver a Sevilla antes de residir para siempre en su Moguer. Un día de junio, camino último hacia su tierra natal, se despidió de la ciudad:
Un día
dejaré yo de verte.
Te tendrás que quedar
sin estos asombrados ojos míos
que contemplaban tu hermosura plena
con la insaciable plenitud de su mirada.
Un día
me expandiré en la naturaleza abstracta.
No seré nada para ti,
árbol universal de hoja perenne,
eternidad concreta.