Antonio Manuel| Me revuelve las tripas escuchar a un político dirigirse a los ciudadanos como si fuésemos otros. Distintos. Lejanos. Ajenos. Y me decepciona que nosotros como ciudadanos hablemos con la misma distancia, lejanía y alteridad de los políticos. De la clase política. De la casta política. La democracia es una palabra tan grande que sólo cabe en la boca de todos y todas. De ellos y nosotros que somos los mismos. Políticos y ciudadanos. En eso consiste la esencia de la democracia. Pero me temo que nos hemos convertido recíprocamente en los otros de Amenábar. Ojalá que cuando nos demos cuenta, todavía no sea demasiado tarde.
Político es en griego lo que ciudadano en latín. Palabras sinónimas en dos idiomas distintos. Quizá por eso no consigamos entendernos. Ambos términos evocan la pertenencia activa a una comunidad para sentirse miembro de la misma. Los políticos se han autoexcluido para gobernarla desde arriba, erigiéndose en representantes de sí mismos y detentadores de un poder que no les pertenece. Son ellos los que han abierto la brecha que nosotros hemos consentido cómodamente para evitar la carga de sentirnos responsables de sus actos. Mejor reprochar los males que asumir nuestra culpa “in eligendo” o “in vigilando”. Como decía Arnold Toynbee, “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”.
Esta brecha abismal nos está condenando a la mediocridad de los representantes y a la desesperanza de los representados. Si político y ciudadano son palabras sinónimas, los políticos deberían sentirse ciudadanos y los ciudadanos sentirnos políticos. Desgraciadamente, no es así. Muchos ciudadanos que asumieron el coste personal y social de cruzar al otro lado, se han ahogado justo en medio. Los partidos desconfían de los ciudadanos independientes porque son como el clavo en la madera: por mucho que los golpeen siempre terminan sobresaliendo; y la madera jamás perdonará el agujero que les abrió dentro. Pero también los ciudadanos estigmatizan a quienes se atreven a representarlos desde las filas de un partido, en cuanto supone aceptar un sistema amañado que los terminará fagocitando o excluyendo para siempre.
Nuestra sociedad está cada vez más politizada y cada vez más desafecta. Hacen falta puentes ejemplares como la portavoz de la plataforma de afectados por la hipoteca, Ada Colau. Ella sí me representa. Y por eso le pido que no cruce al otro lado. Sólo salvaremos esta brecha si muchas como ella estiran sus brazos para formar una cadena donde unos y otros seamos los mismos. La admisión a trámite de su ILP en favor de la dación en pago por deudas hipotecarias lo demuestra.
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