Concha Caballero / Hasta ahora parecía que el terremoto institucional afectaba solo a la izquierda, con la llamativa caída del PSOE, la irrupción de Podemos y el oscilante porvenir de IU. Sin embargo, la derecha se situaba en un cómodo escenario de lenta pérdida de votos que no ponía en riesgo su poder o su permanencia. Pero podría no ser así. Quizás, solo quizás, esa lectura esté profundamente equivocada y lo que de verdad se tambalea en nuestro país es el espacio político de la derecha.
Sin duda, la crisis orgánica de “la izquierda” es más vistosa, afecta a sus formas partidarias, a su organización, sus maneras de actuar, su coherencia, sus principios, sus programas. Alguien puede decir: a todo. Y es verdad. Pero el pensamiento que sustenta una idea más justa e igualitaria de sociedad no solo no ha decaído sino que se ha fortalecido de forma exponencial en los últimos años. Otra cosa es que no encuentre acomodo en las viejas gramáticas, en las palabras gastadas, en los viejos líderes o en los dobles lenguajes, en sus contradictorias actuaciones… Digamos que su espacio está hoy en construcción, en una profunda remodelación. Sin embargo, el territorio de “la derecha” está agotado, sin aliento alguno y sin alianzas sociales.
El PP ganó las últimas elecciones como la derecha suele ganarlas en nuestro país: por los errores tremebundos del contrario. En una situación de desesperación social y de acoso de los mercados, la mayoría de la sociedad le otorgó el Gobierno con la esperanza de que la tecnocracia, la eficacia y la entrega sin condiciones a los mercados pusiera fin a la crisis económica, pero el experimento ha sido un doble y completo fracaso. Por una parte, la débil recuperación es un paisaje desolador de desigualdad y explotación laboral; por otra, la lectura que el equipo gobernante del PP ha hecho de su mayoría absoluta no ha podido ser más obsoleta y equivocada. Obnubilados por la FAES, presos de un inconsciente tardofranquista, pensaron que podrían imponer idearios religiosos, sexuales o reproductivos sin darse cuenta de que si hay algo que la sociedad no tolera es un solo recorte de libertades. Finalmente, para completar este mapa equinoccial, solo faltaba el conflicto catalán para demostrar que esta derecha no es una fuente de soluciones sino de problemas.
El panorama es desolador aunque nadie se atreva a confesarlo. Los ideólogos que empujaron al PP por este precipicio se preguntan, nostálgicos, dónde están las voces que los acompañaban en las manifestaciones del aborto o en la recogida de firmas contra Cataluña, para españolizar a sus niños o negarles el derecho a llamarse una nación; dónde está el aliento para privatizar la sanidad o la escuela. Los demás, callan porque saben que el silencio es la norma en la derecha española, aunque sacuden la cabeza y te confiesan en privado que todo es un cúmulo de errores que los puede llevar de nuevo al desierto.
La cúpula del PP está cada día más aislada. La soberbia, la insensibilidad mostrada, por ejemplo, en la gestión de la crisis del Ébola horroriza a sus propios militantes; la permanencia de un ramillete de ministros quemados como un tizón les resulta incomprensible. Pero la rectificación es imposible. Como el Titanic, tienen todo el costado rasgado y el agua entra hasta en los camarotes de primera. El verdadero problema es que nadie puede alzar la voz de alarma porque la derecha española desconoce el sentido de la democracia interna y se organiza en estamentos de manera que la voz de sus afiliados ni siquiera se escucha. Se refugiarán en las elecciones locales, a ver si pasa el vendaval, mientras que el nombre de la franquicia se hace cada vez más pesado de llevar.