La cara oculta de Córdoba

Córdoba es una luna equivocada que gira en torno a los demás y a sí misma para mostrar siempre la misma cara. La falsa. La hipócrita. Porque miente quien enseña la mitad de lo que esconde. Y miente dos veces quien, a fuerza de repetir la letanía de sus embustes, termina tomando por verdad a la apariencia.

Córdoba debería ser denunciada por publicidad engañosa. La ciudad de la concordia que amanece con pintadas xenófobas en el corazón de la medina-judería. En la misma pared donde hace unos meses se evocaron los nombres de los judíos, moriscos, protestantes, prostitutas, herejes y heterodoxos quemados por esta ciudad en el nombre del mismo Dios que se apropió de la Mezquita.

Córdoba es Saturno devorando a sus hijos. Ama a sus bastardos y destierra a sus legítimos. Ninguno de sus hijos ilustres nació en Córdoba (Antonio Gala, Vicente Amigo, Finito, Manuel Concha, Manuel Pimentel…), y los muchos que parió se exiliaron para sentirse queridos cuando regresan.

Córdoba es un solar. En menos de un año ha perdido toda su fortaleza productiva y sus escasos centros de poder. La ciudad con el índice de paro y economía sumergida más alto de España. Y la más pobre. Han quebrado las constructoras e inmobiliarias que constituían su motor industrial. Ha vendido a unos italianos el único referente deportivo de élite que tenía. Y su caja de ahorros es ahora un apósito bancario de una entidad vasca. Lo que ocurra con nosotros ya no depende de nosotros. A decir verdad, nunca dependió.

Córdoba es desdén. Indiferencia con mala leche. La ciudadanía menos ciudadana que conozco. La más pasiva por individualista. Sólo cáscara. Y enferma. Patrimonio de la Humanidad cercado por un melanoma de construcciones ilegales barnizadas de légamo. Un cáncer consentido por unos y otros que son los mismos. Esta ciudad llegó a votar comunismo en las elecciones locales, socialismo en las autonómicas, y a la derecha en las generales. Y votará a Rafael Gómez antes que a cualquier otra persona honrada y distinta al guiñol de siempre.

Córdoba es un negativo fotográfico. Y revelarlo sería su mejor aval para el futuro. Sin miedos. Sin tapujos. Sin vergüenzas. Sin prejuicios estúpidos. No necesita quien ya tiene. Y Córdoba necesita centros de poder, empresas, trabajo y dinero. Córdoba necesita la Capitalidad Cultural Europea. Una mujer inteligente y un hombre cabal (Carlota Álvarez y Manuel Pérez) se han dejado el pellejo para hacernos creer la utopía. Yo me la creo. Y me la creeré mucho más en la medida que sus políticos pierdan el pudor de la luna invertida y se atrevan a enseñar la mitad que esconden. San Sebastián argumentó ante el jurado que la capitalidad ayudaría a sanar el terrorismo. Y escondió que el 47% de su ciudadanía ignora o directamente la rechaza. Córdoba debería esconder a sus políticos tras un escaparate opaco y mostrar la cruda realidad de sus carencias. Porque la misma decadencia que empequeñece al ogro lo convierte en un duende enano. Decía Cernuda que “una verdad es color de ceniza, otra es color de planeta”. Pero la una sin la otra, es mentira.