Raúl Solís | La clase media son los pobres, los abuelos y abuelas que con su pensión de 600 euros mantienen a sus hijos, a las parejas de éstos y a sus nietos, funcionarios y trabajadores cualificados que están amortiguando la hipoteca de la hija que lleva tres años sin trabajar y año y medio sin ingresos, mujeres y hombres que han vuelto a ir a pedir fiado a la tienda de la esquina del barrio o miles de jóvenes repartidos por Europa poniendo copas con la orla de su promoción universitaria colgada en el salón de casa.
La clase media española vive condiciones de pobreza impensables hace diez años y es esta situación lo que explica el desconcierto del PSOE que, a pesar del endurecimiento de las condiciones materiales de la mayoría de la sociedad, sigue apelando a la clase media, a la rica y no a la pobre, como símbolo de la virtud, la moderación y el centrismo políticos.
El PSOE sigue analizando sociológicamente a la población española como si no fuéramos uno de los países más desiguales de la UE, como si no tuviéramos a la mitad de nuestros jóvenes condenados a la falta de horizontes laborales, como si el 25% del PIB español no tributara en paraísos fiscales –según la Asociación de Técnicos de Hacienda, España deja de ingresar 88.000 millones de euros debido a la delincuencia fiscal-, como si no se hubiera empobrecido a la gente normal para salvar a una banca privada usurera que compra dinero del Banco Central Europeo para comprar deuda de los Estados al 400 y 500 por ciento de beneficios.
El proyecto del PSOE es comunicación política y nada más, vender la imagen de un hombre atractivo para no hablar del conflicto real entre demócratas y troika, entre derechos y especulación. La fotografía sociológica que mira el PSOE no se corresponde con la de un país en vías de subdesarrollo, fruto de una lógica económica que ha vaciado de funciones al Estado en beneficio de las grandes multinacionales y el poder financiero internacional.
El discurso actual del PSOE se ha convertido en una letanía. No le habla a nadie, ni a las clases altas ni a la gente corriente. El PSOE no representa discursiva y políticamente a nadie porque habla como si viviera fuera de este país, como si el reloj de la historia se le hubiera parado en los años del zapaterismo, donde bajar impuestos era de izquierdas y la gente que hoy acude a Cáritas ganaba 2.000 euros al mes.
Y es esta gente, que antes vivía bien y ahora son nuevos pobres, la que ha cambiado el sentido común y la que pide medidas económicas que antes eran consideradas radicales y ahora son pura sensatez. Un país con cinco millones de personas en exclusión severa –el doble que en 2007-, donde uno de cada tres niños y niñas vive en la pobreza –solamente superado por Rumanía- y donde el 40% de la población no puede afrontar gastos imprevistos no necesita comunicación política, necesita medidas valientes, radicales -de raíz-, y no un líder más o menos guapo al que parece que le produce urticaria dirigirse a la verdadera clase media española, a los nuevos pobres fabricados por una lógica bipartidista que ha puesto toda la riqueza del país a disposición de la especulación y la casta financiera internacional.
No habrá cambio posible en España sin la creación de una banca pública que priorice el crédito a las familias y a las pequeñas y medianas empresas, sin la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía –energía y comunicaciones, como poco-, sin perseguir a las SICAV –paraíso fiscal dentro de España creado por PP y PSOE por el que las grandes fortunas de Emilio Botín o Florentino Pérez tributan al 1%-, sin la derogación del artículo 135 de la Constitución que prioriza el pago a los especuladores frente a las necesidades vitales de la ciudadanía, sin ponerle freno a las 33 de las empresas del IBEX-35 que tributan en paraísos fiscales, sin una reforma de la Constitución en la que los derechos sociales formen parte del bloque de derechos fundamentales y sin una renta mínima de ciudadanía para que no haya nadie sin nada.