Francisco Garrido
Profesor Titular de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Jaén
Manuel González de Molina
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla
1. El Estado de bienestar es el lugar del consenso.
El Estado de bienestar, entendido como una articulación equilibrada de derechos, libertades, oportunidades equitativas, necesidades básicas cubiertas y servicios básicos públicos garantizados, es el lugar de encuentro de las mayorías sociales y del consenso entrecruzado más amplio. Ninguna mayoría social sólida y estable se podrá establecer sino es sobre esta base o sobre la expectativa mediata de su consecución. Para las inmensas mayorías el Estado del bienestar es el modelo del “buen vivir” realmente existente. Cualquier opción electoral hasta ahora debía tener algún tipo de estrategia o de hoja de ruta que contuviera en su interior la promesa del Estado de bienestar.
El auge del neoliberalismo y la crisis del 2008 han abierto una grieta irreversible en el antiguo modelo de Estado de bienestar, pero los objetivos sociales y los principios éticos de este siguen gozando de plena validez y de un amplísimo consenso social. Por tanto, la tarea de la Ecología Política ha de ser reformular un nuevo modelo de Estado de bienestar como el principal mecanismo redistributivo que reduzca la entropía social sin compensarla falsamente con el incremento de la entropía metabólica. El Estado de bienestar debe ser la encarnación política de la prosperidad social y la condición de posibilidad institucional del decrecimiento, haciendo socialmente aceptable un estado de economía estacionaria.
2.Crecimiento contra prosperidad.
La fuerza de este consenso es tan grande que hasta el neoliberalismo ha pretendido presentar su propuesta como una estrategia de reconstrucción liberal del Estado de bienestar por medio del mercado y libre de las ineficiencias burocráticas del Estado. Pero después de más de treinta años de hegemonía neoliberal ya no es posible mantener viva la promesa señuelo de una vía de mercado al Estado de bienestar. La ausencia de alternativas por la contaminación ideológica de la socialdemocracia que supuso el socialismo liberal de González, y posteriormente Blair, ha acabado atorando cualquier posibilidad política de defensa y expansión efectiva del modelo que en el imaginario colectivo sigue siendo aún el preferido. El consenso cruzado bienestarista ha sido sustituido por un consenso oligárquico donde la fractura entre ciudadanía y representación política se agranda por momentos.
De tal forma que aquello que antes era visto como una estrategia de integración capitalista, hoy es contemplado (por unos y por otros) como la línea de masas del anticapitalismo contemporáneo. Y esta percepción es compartida por el socialismo populista latinoamericano y por los nuevas opciones emergentes de la izquierda europea como Syriza o Podemos. Todos, menos los que se llaman socialdemócratas, son socialdemócratas, precisamente hoy en que la socialdemocracia es o parece imposible. Esta paradoja histórica no es nueva, ya pasó con el “Estado” o la forma “partido”. Aquellos que eran sus enemigos más encarnizados (los socialistas, el movimiento obrero) terminaron adoptándolos como los pilares de su programa de transición.
3. La inviabilidad social y biofísica de la asociación entre crecimiento y Estado de bienestar.
Pero, ¿es viable el Estado de bienestar o es inviable tal como explícitamente reconocen los neoliberales e implícitamente la socialdemocracia? Ciertamente no se trata , exclusiva ni principalmente, de un problema de avaricia de la oligarquía y de traición de la socialdemocracia. La cuestión es más compleja y radical. La inviabilidad del Estado de bienestar ha estado asociada al crecimiento económico y al “consumo de masas”. La continuidad de este modelo es imposible debido a la crisis ecológica (contradicción externa) y al incremento de la desigualdad y el achicamiento de los tasas de plusvalía (contradicción interna). La contradicción externa incrementa la entropía metabólica y la contradicción interna incentiva la entropía social. En medio, el espacio de la regulación se desregula: la entropía política también crece, lo cual incide, a su vez, en el incremento de la entropía metabólica y social. La dimensión cuantitativa del Estado de bienestar (crecimiento y consumo) ha acabado imponiéndose y lesionando fatalmente la dimensión cualitativa (derechos, libertades, bienes y servicios públicos, reducción de la desigualdad). En fin, el crecimiento se ha impuesto a la “prosperidad” por decirlo con la feliz expresión de Tim Jackson: “La mano derecha ha sacrificado a la mano izquierda.”
La vieja concepción del Estado de Bienestar, basada en la producción de la riqueza para después redistribuirla, fue tolerada en la medida en que el incremento exponencial de la productividad del trabajo hacía posible la combinación de salarios dignos para los trabajadores y beneficios millonarios para el capital. El secreto del incremento desmesurado de la productividad del trabajo era la inyección de enormes cantidades energía y de la extracción de materiales prácticamente gratis. La crisis estructural que subyace en la crisis económico- financiera muestra que ese mecanismo redistributivo no es viable a medio plazo, ya que el stock disponible de energía fósiles y materiales abióticos se acerca a tasas decrecientes y los daños que sobre el medio ambiente produce el crecimiento económico amenazan con empeorar dramáticamente las condiciones ambientales mínimas que hacen posible la propia actividad económica.
4. La Ecología Política contra el Estado de bienestar: la ilusión de la modernización ecológica.
Mientras ha persistido la asociación entre el Estado de bienestar y crecimiento económico, la incidencia social y electoral del discurso de la Ecología Política ha estado severamente limitada en la metrópolis y mucho más limitado aún en la periferia. A los Verdes solo les quedaba diseñar políticas complementarias o correctoras del crecimiento mediante opciones política minoritarias o inexistentes y apoyándose en movimientos sociales muy sectorializados. La impotencia nos llevó a ilusiones como la de la “modernización ecológica”, que favoreció alianzas de diverso tipo con la socialdemocracia. Cuanto mayor era el déficit del Estado de bienestar menor era la influencia electoral de la Ecología Política. En los países del sur geoestratégico, la aspiración al modelo bienestarista y al crecimiento era tan fuerte que borraba cualquier posibilidad de fuerzas políticas autónomas de la Ecología Política.
Pero todo este avatar no ha sido inútil pues ha constituido un “momento profético” que por medio del discurso y de las prácticas y movimientos sociales ha permitido establecer el capital simbólico, tecnológico y cultural suficiente para ser puesta en práctica política en estos momentos, en que las promesas de prosperidad del crecimiento se desvanecen. Como una disciplina social madura, la Ecología Política está en condiciones de hacerse cargo teórico de la crisis civilizatoria.
5. Prosperidad y Ecología Política: una reformulación cualitativa del Estado de bienestar.
La fuerza social que fraguó el consenso sobre el Estado de bienestar no era el crecimiento (nadie disfruta viendo subir el PIB) sino la “prosperidad”, precisamente la fuerza que ha de impulsar la Ecología Política. Para salvar/alcanzar la prosperidad, es necesario reducir y racionalizar el crecimiento y el consumo. Solo un “Estado del bienestar” sostenible ecológicamente puede no solo ser viable sino dar salida a la enorme productividad que tienen la inteligencia colectiva acumulada en la experiencia y práctica de los movimientos sociales y en la investigación científica. Una productividad constreñida por el corsé de la mercantilización.
Pero, paradójicamente, la crisis de este consenso y el ataque brutal contra el Estado de bienestar que la crisis del 2008 ha alentado, establecen el marco de posibilidad más fuerte que ha tenido nunca el programa básico de la Ecología Política. Jamás antes hemos estado en mejores condiciones para poder ensayar y ganar. La crisis ha provocado el nacimiento de nuevas mayorías sociales de contestación a la ruptura del consenso social. El lugar de la Ecología Política se encuentra en esas nuevas mayorías y en las fuerzas políticas que las representan, pues solo con un programa de transición basado en la Ecología Política es posible construir un nuevo Estado del bienestar sustentado en la prosperidad y no en el crecimiento.
¿Cómo puede conciliarse una propuesta de mantenimiento y aún de reforzamiento del Estado de bienestar con un estado estacionario e incluso con el decrecimiento? ¿Cómo conseguir prosperidad sin crecimiento? La clave está en la equidad social. La condición indispensable para que el flujo de beneficios no se interrumpa y sea cada vez mayor se encuentra, por un lado, en la externalización de los costes ambientales y en una baja valoración de recursos naturales y servicios ambientales; pero por otro, en el incremento continuado de la desigualdad social. Dicho de una manera “clásica” la reproducción ampliada del capital sólo es posible mediante el crecimiento paralelo de la desigualdad social. El único escenario realista de futuro otorga pocas posibilidades al modelo de desarrollo económico basado en el crecimiento, que ha sido santo y seña de nuestra civilización hasta hoy.
Ahora bien, un escenario como este sólo podrá funcionar a condición de que se base en altos niveles de equidad social. Sin un reparto equitativo de la riqueza no es posible imaginar un futuro sin crecimiento económico. De lo contrario, las desigualdades adquirirán caracteres insoportables: la única manera de que los ricos sigan siendo más ricos es aumentar la pobreza y el sufrimiento social. Lo estamos viendo en las consecuencias sociales de la crisis. La equidad social es, pues, la única manera en que nuestra civilización podrá sobrevivir en el futuro que se avecina.
6. La hipótesis Podemos y la Ecología Política.
La democracia es el único régimen político y social en que esta transformación radical de la sociedad será practicable. No será posible un programa consecuente basado en la Ecología Política y en la conciencia de los límites sin un compromiso ciudadano democráticamente expresado. Un compromiso expresión de la participación y la deliberación de los ciudadanos, donde la reducción de la desigualdad sea posible…. Esa democracia, de la que el régimen del 78 no es sino un pálido reflejo, exige una cambio sustancial, una reforma en profundidad, cuya oportunidad se presenta en la actualidad de mano de Podemos y de las candidaturas de unidad popular surgidas de las elecciones municipales.
Esto significa que el lugar de la Ecología Política hoy es Podemos y los espacios de “unidad popular” y de convergencia y cooperación política. Su integración no debe entenderse como producto del oportunismo de quien se siente desvalido y busca una tabla de salvación ante la debacle electoral reiterada de Los Verdes, sino como una parte esencial del proyecto. Pero para ello, es necesario que la Ecología Política comprenda que el debut y las manifestaciones más traumáticas de la crisis ecológica siempre se expresarán por medio de crisis sociales vinculadas a la desigualdad, la pobreza, la democracia. No es posible un acceso no mediado socialmente a la crisis ecológica.
La ruptura en el seno de las subjetividades entre Estado de bienestar y crecimiento es el acontecimiento central que abre todas las posibilidades para la Ecología Política. Muchos piensan que la crisis del 2008 ha expulsado las cuestiones ecológicas del debate político y social. Nosotros creemos todo lo contrario, ya no se habla de “ecología” porque solo se habla de aquello que hace imposible el discurso ecológico. La defensa y reconstrucción del Estado del bienestar solo es posible basculando hacia la prosperidad y contra el crecimiento; o sea el programa básico de transición de la Ecología Política.
Debemos superar el “momento profético” que comenzó en los años sesenta del pasado siglo y pasar a un “momento paulino” de universalización política del discurso ecológico. No es que se hable poco de ecología en realidad, y de forma velada, es de lo único que se habla. Hay que desvelar políticamente esa conversación oculta que late tras el clamor social de la crisis. Por ello no somos pesimistas sino fuertes.
* Articulo publicado en el diario Público.