Rafa Rodríguez
En una nueva época: la crisis estructural de la globalización y la reacción contra las élites
La globalización, tras su crisis, ha dejado al planeta ante los mayores riesgos económicos, políticos, sociales y ambientales a la que jamás se ha enfrentado la humanidad (cambio climático, deterioro de las instituciones democráticas, endeudamiento masivo, bajo crecimiento, aumento de la desigualdad, circulación incontrolada del capital financiero, precarización de las relaciones laborales, homogenización cultural siguiendo las pautas marcadas desde EE.UU. etc.).
Es lógico por lo tanto que haya una reacción en la opinión pública contra el neoliberalismo y contra las élites, aunque los think tank de los poderes económicos han logrado que se las identifique exclusivamente con los mediadores políticos (partidos, sindicatos, representantes), a quienes responsabilizan de no hacer nada contra el deterioro de las condiciones de vida, y no con las élites económicas que son las verdaderas causantes y beneficiarias de esta situación.
Los partidos y los líderes de la derecha autoritaria y neofascista buscan capitalizar el descontento
Los partidos y los líderes de la derecha autoritaria y neofascista están quieren capitalizar el descontento con propuestas demagógicas basadas en sentimientos de miedo e insolidaridad, incompatibles con los valores democráticos, y han obtenido triunfos en los procesos electorales de EE. UU, Reino Unido, Turquía, Rusia, Hungría, Polonia o Chequia (estos últimos forman la alianza de Visegrado) y amenazan con ganar también en Francia, al menos en la primera vuelta.
De cualquier forma, están consiguiendo ser el centro de la opinión pública, con la ayuda en muchos casos del terrorismo yihadista que aparece precisamente en los periodos preelectorales como ha ocurrido con el atentado de Londres con respecto a las elecciones francesas. Los fascismos se retroalimentan con el miedo y el odio. A la extrema derecha le interesa que el terror yihadista aumente la islamofobia y al terrorismo yihadista también le interesa que los musulmanes se sientan rechazados para aumentar su grado de influencia.
Una izquierda a la ofensiva: la revalorización del papel del Estado frente a las trampas del neoliberalismo
La alternativa en esta etapa crítica para la humanidad no puede venir de visiones catastrofistas que ponen el foco de los cambios en acontecimientos exteriores a la conformación de la opinión pública por muy complejo que sea este proceso sino en solución endógenas, es decir desde la política, desde la propia sociedad. Las distopías no traen cambios positivos sino catástrofes. Tenemos que volver a ser capaces de imaginar utopías realizables.
En esta coyuntura la izquierda tiene una responsabilidad histórica. Tiene que ser una izquierda a la ofensiva, capaz de obtener la confianza mayoritaria del electorado, capaz de gobernar, de ofrecer soluciones viables sobre la base de la unidad, la eficacia de los poderes públicos y la defensa de la democracia federal para contrapesar el poder del capital financiero, para provocar un cambio real, disputándole la mayoría social al neoliberalismo ahora disfrazado de autoritarismo neofascista.
Frente a las trampas del neoliberalismo que quiere ocultar la importancia del estado pero que desarrolla toda su estrategia para controlarlo directa o indirectamente, hay que ser consciente de la importancia del poder político (efectivo) para la intervención en la configuración de la economía y, por lo tanto, para el cambio social, en una perspectiva de transformación económica sostenible, igualdad social, solidaridad, derechos humanos, y transición ecológica, feminista y antipatriarcal, hacia una sociedad global postcapitalista
La clave es poder gobernar para avanzar en un proceso de profundización y reapropiación democrática conectando los valores de la democracia con la funcionalidad del federalismo. La lucha por la democracia y de los derechos humanos se asoció en el siglo XIX con el parlamentarismo y en el XX con el constitucionalismo y el sufragio universal. En el siglo XXI pasa por su conexión con el federalismo que permite construir la democracia en todas las escalas, cada una con sus singularidades y funciones: local, regional o nacional, estatal, continental y global.
El objetivo final es lograr un “suelo” de vida equitativa y digna para todas las personas, un “techo” definido por los límites de biocapacidad del planeta y una convivencia basada en la concertación democrática entre estados, pueblos y ciudadanía, en el contexto de una gran pluralidad cultural, capaz de generar los bienes públicos globales de los que necesita dotarse la humanidad frente a los riesgos que ha provocado la globalización neoliberal.
Construir un paradigma común
Para que la izquierda sea capaz de gobernar y llevar a cabo un cambio estructural necesita construir un paradigma común, dentro de la pluralidad ideológica, una matriz elemental de valores, objetivos, símbolos, ideas y sentimientos, un consenso básico (no unanimidad sino hegemonía) que tiene que integrar a las principales corrientes ideológicas de la izquierda democrática (socialdemócratas, socialistas, comunistas, nacionalistas de izquierda, feministas y ecologistas). No se trata tanto de buscar denominadores comunes sino vectores que identifiquen la funcionalidad de la izquierda sin excluir a ninguna de sus principales culturas siempre que estén en un marco que defienda el cambio y la democracia.
Un paradigma común permite tanto la coherencia del proyecto de cambio como la base estable de la fidelización del voto ya sea en la oposición o en el gobierno. Este paradigma debe tener al valor solidaridad como principio ético para el cambio, frente al odio y al miedo que esparcen los nuevos partidos de corte xenófobos y fascistas, que son el nuevo traje que ha buscado el neoliberalismo. Necesitamos consistencia intelectual para comprender el presente y anticipar, imaginándolo, el futuro.
Vamos hacia la catástrofe. Es ridículo haberlo advertido durante décadas y ahora que sucede y que podríamos reivindicar tener razón, negarlo.
La derecha ‘alt’ lo reconoce y por eso triunfa.
No va a haber ninguna utopía, salvo que se trate de una utopía distópica. Asumámoslo.
Y la izquierda identitaria… que se joda. Ni siquiera es izquierda. Sólo miran por símbolos e ideologías y eso está más pasado que la banda sonora de Verano Azul.