¿Por qué ha desaparecido la crisis ecológica de la agenda política?. Esta pregunta debería inquietarnos mucho porque su respuesta, o su elusión, posiblemente sea determinante para modelar las bases cognitivas que nos sirven para tener una posición sobre lo que debemos hacer para luchar contra esta crisis.
Antes de la crisis el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales no renovables (las dos caras de la crisis ecológica) ocupaban buena parte del imaginario colectivo pero desde que estalló la crisis el problema ecológico ha sido barrido de los medios de comunicación y desconectado (intencionadamente) por completo de las causas que han provocado la catástrofe social que vivimos.
A pesar de que sus efectos son cada vez más contundentes como el calentamiento global, las catástrofes climáticas extremas, las sequías, las inundaciones, etc. (hasta el punto que muchos de los acontecimientos recientes han tenido una conexión causal inmediata y evidente con las alteraciones climáticas, como el estallido de la primavera tunecina por la subida de los alimentos básicos provocados por la sequía; la penetración de alqaeda en el Sahel por la destrucción social que ha provocado el arrasamiento de la agricultura tradicional a causa del cambio en las condiciones ambientales o incluso la elección de Obama como resultado de las respuestas políticas ante el huracán Sandy), se ha corrido un velo para tapar la urgencia y posponer las respuestas ante el cambio climático. Incluso las cumbres por el clima celebradas (como la de Dubai) se han convertido en un expediente burocrático que había que archivar sin demasiado ruido.
La clave está en que si conectamos la crisis ecológica con la actual crisis, las soluciones que desde el poder se están dando de más eficiencia y más competitividad para un crecimiento (da igual lo desconectado que esté de la realidad material) como el que hemos vivido durante las últimas décadas, lejos de ser una salida lo que provocan es ahondar en la enfermedad.
Proyectos como Eurovegas, convertir a Doñana en un almacén de gas, destruir el subsuelo para obtener gas mediante la técnica del fracking, privatizar la gestión del agua o volver a declarar la ley de la selva en nuestro litoral a través de la modificación de la ley de costas, se legitiman porque previamente se ha desconectado la crisis ecológica de la actual crisis y les permite un relato basado en el crecimiento y en la creación de puestos de trabajo Y aunque la intuición ciudadana vislumbra que esos proyectos son un ataque a sus bienes comunes, solo puede oponerles razones morales o estéticas. Sin embargo, si introducimos el factor X, es decir la conexión de la crisis ecológica con la crisis económica, el contexto del discurso político cambia por completo.
¿Cómo están relacionadas? La crisis ecológica es el límite que ha puesto fin a las expectativas de crecimiento permanente del capitalismo y por lo tanto a la estrategia de la globalización consistente en una expansión sin precedente de la demanda a través de la creación (incontrolada por la mayoría de los Estados) de instrumentos financieros (que como el dinero son títulos de deuda) que generan su propia oferta. La desconfianza sobre el valor real de estos instrumentos financieros (como las subprimes) ha dejado al descubierto la sobrevaloración de estos activos en relación a la producción real y el sobredimensionamiento de la oferta global.
Esta crisis es por lo tanto el resultado del ajuste entre los títulos de deuda emitidos globalmente a través sobre todo del sistema bancario y la producción real que los respaldaba, pero también es la crisis de un estrategia imposible de crecimiento. Si ignoramos esta segunda parte estamos buscando una salida que es una puerta ficticia, inexistente.
No queremos Eurovegas ni el fracking ni convertir Doñana en una gran bombona de gas, ni que se destruya lo que queda de litoral ni privatizar la gestión del agua no solo por razones estéticas o morales sino porque ese tipo de desarrollo nos hunde aún más en la crisis ya que destruye lo más valioso que tenemos, nuestros recursos naturales a costa de que unas cuantas multinacionales hagan caja para tener una posición de fuerza en el conflicto donde estamos inmersos y que posiblemente se agravará ante la falta de soluciones globales.
Volver a poner la crisis ecológica como un factor determinante de la crisis global en la agenda política y en el imaginario colectivo nos proporciona los instrumentos de discurso para poder oponernos a las soluciones de la crisis que se justifican mediante una mayor eficiencia del actual sistema. Significa comprender que nos quieren llevar a un callejón sin salida y que la salida de la crisis está justamente en el sentido contrario: diseñar propuestas para una transición económica que sea compatible con el cambio climático y el agotamiento de los recursos no renovables, potenciar la democracia y la igualdad para compartir las decisiones y los recursos y empoderar a la ciudadanía a través de su soberanía energética, alimentaria, financiera y política frente al poder de los mercados. Y saber también que esos ámbitos territoriales de esta nueva soberanía tienen identidad, cultural y política, que constituyen la materia prima a través de la cual se forja la cohesión de los bloques sociales que están, en estos momentos, en un paroxismo de conflictividad.