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La crisis global: el capitalismo contra la democracia

Rafael Rodríguez

Hemos caracterizado esta crisis como una crisis sistémica del capitalismo, que ha chocado simultáneamente con sus límites metabólicos (escasez relativa de recursos naturales y destrucción de los servicios ambientales) y económicos (desacoplamiento entre el sistema financiero y el productivo, endeudamiento global y caída de la tasa de ganancia).

Sin embargo, a pesar la profundidad de la crisis no hay un proyecto reformista del capitalismo frente a ella como sucedió en las otras grandes crisis del pasado siglo (crisis de 1929 y II guerra mundial). EE.UU. ha sido en ocasiones anteriores quien ha liderado las reformas por ser el centro del sistema al conectarse en sus instituciones el subsistema privado (fundamentalmente multinacionales financieras, industriales, de comunicación y culturales) organizado en torno a Wall Street, con el subsistema público (fundamentalmente sus políticas monetarias, fiscales y militares) en torno a la FED y al dólar.

En esta ocasión EE.UU. tiene una deuda que lastra a toda la economía globalizada y que debilita al dólar como moneda reserva internacional. China, la gran economía acreedora, que ya ha adelantado en 2012 a EE.UU. en el ranking del comercio internacional, no puede sustituirlo en el liderazgo internacional por su estructura política dictatorial y su estructura económica insostenible social y ambientalmente.

La Unión Europea que podría haberse convertido en la opción reformista frente a la crisis por la fortaleza democrática y social de los Estados que la componen y por la configuración del Euro como segunda moneda reserva internacional, está siguiendo un incomprensible (con la información que disponemos) camino de autodestrucción político, social y monetario, hasta el punto de que se duda de que exista vida inteligente en sus instituciones.

La ausencia de una respuesta internacional a la crisis de carácter estructural y la propia dinámica de la globalización han provocado que el sistema político global haya entrado en un bucle contra el poder de la mayoría: el sistema internacional carece de instituciones con capacidad operativa real pero al mismo tiempo bloquea a las democracia estatales y subestatales.

El resultado de la parálisis de cualquier proyecto de reforma global y del bloqueo de los mecanismos políticos a todos los niveles es doble. Por primera vez desde la II guerra mundial la opinión pública ha dejado de tener influencia significativa en las soluciones (o en la falta de soluciones) que se están imponiendo, tanto a escala global como interna dentro de los Estado, con la frustración democrática que esto supone. En conexión con ello, los problemas y amenazas, como el cambio climático o la deuda global privada y pública (impresionante los datos que acaba de publicar a este respecto el Banco Internacional de Pagos) que originaron la crisis, se agravan y están mutando hacia fenómenos imprevisibles en un entorno de máxima fragilidad hasta el punto que lo que sucede en un pequeño Estado como Chipre, con poco más de un millón de habitantes, puede desencadenar un crisis internacional.

Los líderes del capitalismo saben que el problema no se resolverá volviendo a poner en marcha el motor del crecimiento, pero en vez de optar por reformas globales, como un nuevo sistema financiero internacional o la lucha real contra el cambio climático, actúan a diario para ganar más poder y transferir más rentas del trabajo (rentas primarias) y de lo público (rentas secundarias) hacia el capital, en una estrategia defensiva pero también suicida por su incapacidad para enfrentarse a los gravísimos e inaplazables problemas que amenazan a la humanidad, como la catástrofe ambiental, y que agudizan las contradicciones sociales (desigualdad y pobreza) hasta la frontera de lo soportable.

 

Frente a la concepción de cierta izquierda que desprecia la democracia bien por considerarla “una superestructura” secundaria frente a la igualdad económica bien por idealizarla hasta el punto que nunca es lo suficientemente “pura” para ser considerada como tal, dentro de una concepción “naif” de la política, pensamos que nunca ha sido tan importante como ahora la recuperación del poder democrático (cuanto más mejor) porque, además de sus virtudes “intrínsicas”, el capitalismo ha situado su anulación en el centro del conflicto. La salida a la crisis necesita que los intereses de la mayoría de la población consigan el poder político necesario para vencer a los que quieren defender sus privilegios aún a costa del futuro de la humanidad.

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