Rafa Rodríguez
Recapitulemos antes de intentar esbozar una respuesta a la pregunta con la que finalizaba la primera parte de este artículo:
- Las atrocidades del ISIS y otros grupos en la órbita salafista han tenido también como efecto perverso estirar el espacio posible para la crueldad como estrategia política, en el imaginario global.
- La crueldad como estrategia con distinto grado de intensidad está siendo adoptada en una y otra parte por distintas fuerzas políticas y gobiernos para ir construyendo una realidad política que destruye de hecho los valores humanitarios sobre los que se ha asentado la democracia.
- El Estado, que resulta ya un ámbito insuficiente para adoptar soluciones ante los problemas globales, está siendo utilizado por estas fuerzas políticas y gobiernos para crear una división entre los nacionales y los excluidos de la nacionalidad a los que se les convierte de hecho en grupos infrahumanos. Pasó con los judíos, con los gitanos y ahora pasa con los migrantes, con los palestinos, con los kurdos, los chechenos y, desde luego, también con los gitanos.
- La destrucción de los valores humanitarios va paralela de la destrucción o la debilitación de la democracia.
- En 2017 la democracia ha sufrido una de sus mayores crisis en décadas y sus estructuras básicas (elecciones libres, derechos de las minorías, libertad de prensa y opinión, garantías procesales y administrativas, etc.) han sido atacadas con más o menos intensidad en casi todo el mundo.
- Actualmente más del 60% de la población mundial vive en Estados no democráticos.
- Estados cuyas políticas tienen una repercusión global, o no son democráticos (China, Arabia Saudí) o están experimentando un gran retroceso democrático (Rusia, Turquía o Egipto). El caso de Israel es especialmente condenable: a un sistema interno con una débil democracia por su condición de Estado confesional se suma la acción contra los palestinos propia de un Estado fascista.
- En la Unión Europea, única organización internacional que ha hecho de la democracia su seña de identidad, hay cada vez más gobiernos declaradamente xenófobos: Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Austria, etc. a los que se ha sumado últimamente Italia.
- UU. (que constituye el vértice del sistema global) está, desde que ocupó la presidencia Trump, atacando sistemáticamente los valores humanitarios y democráticos como eje de toda su acción política interna y externa.
Pero ¿cuáles son las causas materiales por las qué está resurgiendo la xenofobia y el totalitarismo como estrategias políticas?
Intentemos una aproximación a estas causas. La crisis que estalló en 2008 no es una crisis económica convencional, como las de los años ochenta y noventa del siglo pasado, sino que señala el colapso del modelo de crecimiento de la globalización, por lo que es una crisis sistémica o, con más exactitud, una gran mutación ya que crisis indica una situación transitoria y lo que se ha generado es una nueva realidad estructuralmente muy desequilibrada, al tiempo, que muy interconectada.
El agotamiento del modo de acumulación del capital característico de la globalización ha dejado una realidad económica, social y ambiental exhausta. Su crisis ha abierto una nueva época pero las élites económicas, las que detentan el poder económico privado global, no tienen un proyecto de reforma del capitalismo.
El capitalismo (en sentido amplio) es un sistema que es producto de la relación de equilibrio conflictivo entre la economía privada (capitalismo en sentido restringido) con cada uno de los Estados y con el débil sistema público internacional (poder público). La globalización rompió cualquier equilibrio y situó al poder privado en una posición de superioridad con respecto al poder público, lo que ha dado como consecuencia una situación de desorden (entropía) en todos los ámbitos: económico, político, social y ecológico.
El resultado es que la crisis, a pesar de los cambios de coyuntura y el distinto comportamiento regional, afecta a todos los ámbitos:
- Se ha producido una situación estructural de exceso de capacidad instalada y de bajos salarios, lo que provoca una caída de la demanda en un contexto de altísimo endeudamiento público y privado, con consecuencias de estancamiento económico.
- Además hay un proceso de transferencia de deuda privada a deuda pública, especialmente en los Estados más dependientes, lo que reduce la autonomía efectiva del poder público.
- La crisis, la revolución digital, el ataque a los sindicatos y la destrucción de los derechos laborales está destruyendo empleo de forma masiva y convirtiendo los empleos fijos en precarios. En un informe la OIT señalaba que hay más de 200 millones de personas desempleadas, 31 millones más que antes de que irrumpiese la crisis global.
- Inestabilidad en el precio de las materias primas sobre todo del petróleo.
- El cambio climático continúa imparable con alteraciones climáticas en forma de sequías e inundaciones, acidificación de los océanos, pérdida de la biodiversidad y deshilo de los polos.
- Aumenta desigualdad social en el interior de los Estados pero sobre todo entre los Estados. En 1970, el PIB per cápita de Europa occidental era de 18.000$ y el de África subsahariana 2.600$ (7 veces menos). En la actualidad es en Europa occidental está en torno a los 40.000% y el de África subsahariana en 3.5oo$ (11 veces menos).
- La crisis de la globalización extrema la contradicción entre la total movilidad del capital, que ya se mueve en microsegundos, y los muros a los movimientos migratorios de las personas que huyen de la guerra, el hambre y las persecuciones políticas.
Un proyecto de reforma del capitalismo implica la construcción de una nueva arquitectura pública internacional que recomponga el equilibrio entre el poder público y el poder privado y regule los flujos globales: económicos, financieros y de personas sobre criterios de equidad, sostenibilidad y defensa de los derechos humanos.
Sin embargo, la alternativa de los poderes económicos globales es una huida hacia adelante. En vez de impulsar reformas institucionales globales en contraste con lo que ha ocurrido después de otras crisis sistémicas (el ejemplo más cercano ha sido la puesta en marcha del sistema institucional internacional que tras la segunda guerra mundial se articuló en la conferencia de Bretton Wood) han acelerado el viraje hacia un expansionismo «cualitativo» (privatizaciones de bienes comunes y servicios públicos para incorporarlos a los mercados, “economía colaborativa”) ante las limitaciones para continuar el crecimiento cuantitativo mediante la incorporación de actividades que estaban al margen de la mercantilización
La estrategia de eludir las reformas estructurales y la acentuar la expansión “cualitativa” está originando un contexto de inestabilidad económica y política con importantes tensiones y un fuerte aumento de la entropía. El continuo chantaje de los mercados financieros y las compañías transnacionales para recortar las libertades, centralizar el poder y desmantelar el Estado del bienestar, debilita a los poderes públicos, aumenta la corrupción y desgasta a las instituciones de mediación (partidos y sindicatos) y una situación de inseguridad, miedo y pesimismo con respecto al futuro, provocando la frustración de la ciudadanía y su despego de las instituciones democráticas y valores humanitarios.
Así, el factor explicativo más determinante para entender las tendencias de involución democrática es que la crisis es estructural y, sin embargo, los líderes económicos del capitalismo global han optado por una estrategia no reformista lo que está provocando una dinámica que colisiona con la democracia que se fundamenta materialmente en un reparto de los recursos dentro de unos límites de cierta igualdad, en el aseguramiento de las necesidades básicas, en particular de la oferta de trabajo o de rentas públicas sustitutorias y en la idea de progreso (un futuro mejor que el pasado).
Esta (no) gestión global de la crisis está derivando en un conflicto entre capitalismo y democracia. Pero esta estrategia está llamada a fracasar como fracasó la apuesta de las grandes compañías alemanas por el nazismo.
La izquierda necesita reinventarse para este nuevo contexto, postulando una clara defensa del Estado democrático y de los derechos humanos. Han cambiado los roles antropológicos. Frente al desorden (entropía) que están generando las élites económicas globales, la izquierda tiene que poder ofrecer orden y seguridad, basados en valores de solidaridad y equidad, por eso nunca ha sido tan importante como ahora la lucha por el poder democrático.
Defender la democracia significa defender a) los valores humanitarios; b) ir más allá de la gestión para abordar objetivos que impliquen cambios estructurales, combinando redistribución de rentas y predistribución, es decir, intervención pública en el sistema productivo para hacerlo sostenible en todos sus dimensiones, política, social, territorial y ecológica; y c) construir escalas de institucionalidad más amplias (supragubernamentales) y más arraigadas en las escalas comunitarias y ecológicas, mediante el federalismo plurinacional.
La defensa de los intereses de las clases populares y del conjunto de la humanidad se identifica hoy más que nunca con la democracia. Por el contrario cuanta menos democracia más se imponen los intereses cortoplacistas de los mercados financieros y de las multinacionales. Por eso hoy, más que nunca, el poder político es un contrapoder económico y la democracia el sistema que empodera al pueblo contra los poderosos.
(*) Imagen de la pintora nicaragüense Berta Marenco
Buenas tardes Rafa, enhorabuena por el artículo. Tras la lectura, parece obligatorio plantearnos una solución a esta pregunta, ¿cómo podemos ofrecer desde la izquierda unos valores de seguridad y orden para la gente, siendo estos tradicionalmente ofrecidos desde posturas conservadoras? Un saludo.