Felipe Reyes Guindo. A tenor de los resultados de las anteriores elecciones generales, y en relación también a otros acontecimientos desalentadores para la izquierda de este país, han corrido ríos de tinta durante los últimos meses. Tratando de explicar la desaparición de ese millón de votos. Tratando de ponderar el éxito de las confluencias y cuestionando, cada vez con más beligerancia las decisiones de los principales responsables políticos de la izquierda.
La solución no parece ser sencilla, pero cada colectivo ha aprovechado para lanzar su manifiesto o comunicado o pseudodeclaración que tiene más que ver con sus pretensiones de promoción interna o de legitimación que con un análisis frío y constructivo de las circunstancias.
Lo que parece claro es que, durante estos dos años (desde la aparición de Podemos en 2014), la maquinaria mediática se ha empleado a fondo para construir, en la mente del espectador medio (y mayoritario), una opinión, una conceptualización de ese fenómeno reciente y extraño llamado Podemos.
Y emplearse a fondo no significa ser desmesuradamente combativo. Los profesionales de la manipulación mediática saben muy bien cómo funciona la opinión pública y los tiempos necesarios para que el espectador digiera una idea más o menos explícita, que le permita aceptar (pasado un tiempo prudencial) ideas u opiniones otrora escandalosas.
Podemos, y posteriormente Unidos Podemos, ha sido una experiencia piloto para que la maquinaria mediática aprenda a apagar un fuego de muy probable propagación; una vacuna exitosa que pudo ser, en parte, autoinducida. Esto es pura especulación, pero todos somos conscientes del papel fundamental de la televisión y la prensa en el extraordinario auge de Podemos. El tiempo nos dirá si en algún aspecto ha sido una infección medida en el sistema, para renovar las herramientas de manipulación que se han quedado más que obsoletas ante el muy reciente desarrollo de nuevos medios de comunicación como lo son las redes sociales.
Independientemente de eso, cabe preguntarse por qué han perdido tanta capacidad de arrastre las plataformas de contacto directo con la gente y qué nuevas estrategias deberíamos articular para generar de nuevo ese desbordamiento de gente que puede no tener nada que ver con la indignación o la ilusión a estas alturas.
Los motivos por los que los círculos, las asambleas y las plazas ya no tienen tanto arrastre, tiene que ver, precisamente, con el quehacer implacable de los medios, que se han ocupado de cargar todos esos significantes de ideas poco atractivas para ese perfil de ciudadano que en 2014 acudió por primera vez a una plaza a poner su indignación en común.
En las primeras asambleas que se celebraron en los municipios, barrios y colectivos de este país, se discutía si Podemos iba a convertirse o no en un partido político. Se discutía punto a punto un código ético que no estaba muy claro a quien le atañería, pero que servía para que mucha gente colaborara en la elaboración de algo que les hacía poner en común su indignación respecto a la falta de ética de los políticos. Estar en el círculo, no era estar en política ni ser político. Se discutieron modelos organizativos en los que los puestos de responsabilidad planteados no se corresponden mucho con los que hoy ejercen. Y este cambio no depende solo de cómo han ido evolucionado las cosas dentro de Podemos, en mi opinión, sino de cómo los medios de comunicación han ido convirtiendo, en la mente del espectador, los círculos, las asambleas y las plazas en lo que son hoy, o lo que es lo mismo: en cómo es percibido que son esas realidades.
Edward L. Bernays los describió en 1928, en su breve obra Propaganda como «rubber stamps», o sellos de goma con los que el ciudadano medio sella y clasifica las informaciones que le llegan. Esos sellos de goma son construidos poco a poco por los medios de comunicación en forma de eslóganes, asociaciones repetitivas de estas realidades con su calificativo correspondiente en editoriales y titulares. De esta forma ante un post o cartel del círculo local correspondiente, el ciudadano medio ya tiene un sello de goma con el que le atribuye ya muchas cosas. Eso no ocurría en 2014: ¿Qué es un círculo, que se hace en las plazas? Dicho de otra forma: ¿Qué era Podemos antes de que mil artículos lo yuxtapusieran a «nuevo partido» y otros mil lo asociaran explícitamente con «populismo» e «izquierda»?
Creado ya el sello de goma, es muy difícil cambiar toda la carga semántica de ese significante que, recuperando al tan recurrido Laclau, ya no está vacío en absoluto. La solución, en mi opinión, pasa por generar nuevos espacios de participación para los que no valgan esos sellos de goma.
Lo hecho hasta ahora ha sido un gran acierto, y necesita recorrido. Pero parece probable que la estrategia por arriba haya quedado agotada (al menos por el momento). La creación de nuevos espacios de participación no debe suponer nunca un contrapoder ni una escisión dentro de la base militante y alegremente afiliada a las siglas. Muy al contrario: consiste en generar nuevos espacios, desprovistos de todos los significantes a los que rápidamente se le atribuyen rasgos repelentes para ese perfil de ciudadano que hemos perdido, y gestionarlos prudentemente para que todo ese peso social recaiga de nuevo en Podemos, Unidos Podemos o lo que el futuro nos depare.
Y esa estrategia de generar nuevos espacios es perfecta para empoderar a los municipios (que buena falta les hace), y generar por fin una reciprocidad organizativa, construyendo con contundencia de abajo a arriba. Meter la cuña por abajo. Esto es especialmente importante en Andalucía, donde Podemos sigue en la retaguardia. Esos nuevos espacios son una oportunidad para disputarle por fin al PSOE la Andalucía rural y caciquil que no tiene aún fecha de caducidad.
En ausencia de una marea, un en comú que nos ayude a articularnos como sujeto político en Madrid, estos nuevos espacios pueden suponer el fortalecimiento genuino de las fuerzas del cambio en Andalucía, sin tener que esperar a que un cargo interno cualquiera, con ínfulas de justiciero, quiera regalarnos la distinción que por honor nos corresponde, no: hay que construirlo.
Felipe Reyes Guindo es Filólogo Hispánico