Rafa Rodríguez
1. La democracia también es un sistema de valores
La democracia es mucho más que una estructura política, es un sistema de valores para la convivencia que maximiza la estabilidad de las relaciones colaborativas porque se basa en la igualdad y en la distribución del poder.
Todas las manifestaciones de resistencia frente a la opresión y la explotación han tenido, a lo largo de la historia, un componente de valores democráticos que descansan en la libertad colectiva por encima de cualquier otro. Precisamente, el republicanismo es la elaboración política que se ha centrado en la aportación de los valores imprescindibles de libertad, igualdad, convivencia, solidaridad y virtudes cívicas necesarias para entender la democracia como fin en sí misma.
Por eso la democracia, con independencia de la forma que adopte la estructura política en la que se sustenta, que es contingente en función de las épocas históricas, es, como sistema de valores, un fin en sí mismo que se despliega como medio en nuestra época a través del Estado democrático. La democracia, al ser un fin y al mismo tiempo un medio, adquiere una característica dinámica de tal forma que la democracia hay que entenderla como un proceso.
2. El Estado democrático actual es democrático a pesar del capitalismo y de la segmentación territorial que provoca el sistema de Estados
Es Estado democrático actual es democrático, cimentado en el principio político de igualdad, no por el capitalismo sino a pesar del capitalismo, que se sustenta en el principio económico de la desigualdad; y a pesar de la fragmentación política – territorial que supone el actual sistema de Estados (hay una conexión sin duda entre capitalismo y la actual fragmentación política – territorial del sistema de Estados). Es interesante constatar como hace Andrés de Francisco (Ciudadanía y democracia) que el concepto republicano de ciudadanía ha tenido desde muy temprano una pulsión transfronteriza por la que ha intentado escapar del encapsulamiento del particularismo y volar hacia lo universal. La fortaleza de la democracia a pesar de estas limitaciones estructurales (capitalismo y segmentación del sistema de Estados) indica tanto su fortaleza moral y epistemológica como la fortaleza de su construcción jurídico – política como espacio autónomo de poder público.
3. La verdad política es subjetiva
La democracia, como expuso Hannah Arendt, tiene una base epistemológica en la conexión entre política y verdad. Los griegos distinguían dos tipos de conocimiento, la aleteia (la verdad científica, objetiva) y la doxa (la verdad subjetiva, la opinable.). La democracia necesita un acuerdo epistemológico, un concepto subjetivo de la razón política para excluir la violencia como forma de resolución de los conflictos. La democracia proporciona a la política una certeza en última instancia opinable (subjetiva) porque gestiona intereses contrapuestos frente a las ideologías que han considerado que la conexión entre política y verdad era objetiva y que inevitablemente han derivado en totalitarismo.
4. El sistema democrático está construido sobre dos vectores que confrontan entre sí: el conflicto y el consenso
El sistema democrático está construido sobre dos vectores que son contradictorios entre sí pero que se engarzan en un proceso dinámico que constituye un marco político. La interpretación de este marco a su vez también está sujeta a conflictos y desacuerdos, en continuo proceso de negociación entre las distintas articulaciones colectivas hegemónicas. El primer vector es el conflicto social. No hay política sin conflicto y sin oponente político. La negación del conflicto social es la negación del pluralismo político. El conflicto social tiene como objetivo el acceso y el control del poder, el establecimiento de un poder dominante, por lo que sitúa la cuestión del poder político en el mismo centro de las relaciones sociales. El segundo vector es la existencia de un cierto orden que implica unidad y consenso en el contexto de grupos diferentes en competencia. Ese cierto orden es de naturaleza constitucional e implica una unidad básica de consenso para transformar el conflicto en un conflicto legítimo.
5. El marco de consenso
El marco de consenso posibilita que el conflicto sea un conflicto político y por lo tanto la transformación del antagonismo en agonismo, la conversión del adversario en oponente legítimo, en “un otro legítimo” y la exclusión la violencia contra el adversario político porque la violencia es la negación política del otro. Ese consenso establece un límite al pluralismo: la unidad sobre los valores democráticos (la soberanía popular, el Estado de derecho y el propio pluralismo) que configuran tanto un espacio simbólico común que se manifiesta en un sistema jurídico constitucional, siempre contingente.
6. Conflicto y oponente político
El marco de consenso, la legitimación del conflicto y la consideración de que la verdad política es opinable, es lo que permite entender al contrincante como adversario político y no como enemigo: no se trata de tener la verdad o estar en el error sino de defender distintos intereses en conflicto que la aceptación de un marco mínimo de reglas convierte en intereses legítimos.
La legitimación del antagonismo permite encauzar el conflicto inherente a la estructura de desigualdad económica del capitalismo y acotar la capacidad expansiva de la dinámica mercantilista sobre los demás subsistemas (civil, biofísico, político, etc.) a través del poder público legitimado.
El reconocimiento de la legitimidad del conflicto transforma la lógica antagónica de sometimiento o incluso de exterminio hacia “el otro” en una “confrontación agonística” basada en un “pluralismo confrontacional”.
El conflicto legítimo, es decir, el conflicto político democrático, implica un cierto nivel de tolerancia que permite un estatuto positivo de las diferencias a partir de la aceptación de que la división y el conflicto son estructurales y nunca se puede llegar a una reconciliación plena. Puede haber consenso entre adversarios, pero o bien se trata de “treguas” o bien de reconfiguración de los sujetos colectivos ya que éstos tienen un carácter contingente, dinámico y por lo tanto no esencialista.
El enemigo antagónico es sólo el que no acepta la democracia. El adversario, a diferencia del enemigo, comparte el espacio simbólico común y la lealtad al sistema constitucional vigente.
Así la democracia configura una esfera pública autónoma de lucha agonística donde pueden confrontarse diferentes proyectos políticos hegemónicos de sujetos colectivos desde la pluralidad y el reconocimiento del otro (Chantal Mouffe “En torno a lo político”) en un marco de convivencia cívica.
(*) La imagen es una instalación de Richard Serra (mostrando el camino)