Rafa Rodríguez
Dos grandes dinámicas recorren como cauces de aguas subterráneas el conflicto político. Por un lado la dinámica del conflicto social. Qué duda cabe, a pesar que desde los poderes económicos y sus expresiones políticas se intente continuamente que pase desapercibido, que nuestra sociedad está polarizada entre ricos y pobres, entre los de arriba y los de abajo. Desde hace mucho tiempo sabemos la causa estructural de esta escisión: los que poseen capital, es decir, los que tienen una posición de dominio gracias a su capacidad de adelantar dinero para incrementar su valor (plusvalía) en un proceso ilimitado, y los que no poseen ese privilegio y solo pueden ofrecer adelantar la venta de su fuerza de trabajo. El posicionamiento político que identifica como la causa seminal de la desigualdad social esta circunstancia económica es a lo que llamamos izquierda.
Por otro lado hay una dinámica transversal de intereses comunes con significación política en distintas escalas: como humanidad, acotados en el ámbito del Estado y en el ámbito de la comunidad.
En nuestro imaginario estas dinámicas aparecen como alternativas, pero lo cierto es que ambas existen y que precisamente una de las grandes claves de la estrategia política consiste en cómo articularlas.
La estructura social generada en torno a la polarización entre poseedores y no poseedores de capital ha cambiado sustantivamente en las distintas épocas del capitalismo. En la actual se caracteriza desde el lado del capital por la concentración y financiarización global y desde el otro lado por la segmentación y cualificación de la demanda de la fuerza de trabajo.
En esta época, la dinámica transversal se ha acentuado en todas sus escalas. Existe una crisis civilizatoria que pone en primer término nuestros intereses comunes como humanidad como por la fortaleza del Estado. La crisis ecológica es una amenaza real para la supervivencia del conjunto de la vida en el planeta y el aumento de la desigualdad, social, territorial y de género, una realidad insoportable que socaba los cimientos morales de una humanidad hiperconectada.
Al mismo tiempo los Estados han ido adquirido una importancia sin precedente para la vida social y personal. En esta crisis han incrementado exponencialmente su peso ya que han sido los actores fundamentales para evitar la debacle. Representan ya, como media, en torno al 35% del PIB y de ellos depende una gran parte del salario (indirecto) que recibimos: la sanidad, la enseñanza, la pensión, el seguro por desempleo, etc. además de las infraestructuras y servicios comunes, por lo que es lógico que se haya incrementado la dinámica transversal del interés común en su buen funcionamiento.
Existe una tercera dinámica transversal más complicada de identificar porque a diferencia de las dos anteriores no tiene una existencia física (como el planeta) ni jurídica (como el Estado) sino que tiene una naturaleza relacional: la comunidad entendida como un espacio difuso de conexión cultural. Aquí el elemento transversal es la relación de identificación en los referentes y significantes, por lo que los elementos simbólicos y emocionales que son la materia prima del capital social, son importantes.
Históricamente la izquierda radical ha tenido un sesgo economicista y ha obviado las dinámicas transversales, provocando su aislamiento político y la incomprensión no solo del papel del estado y del dinero, sino también de la naturaleza, del género o la cultura.
Al mismo tiempo, desde transversalidad el proyecto político dominante ha consistido en unir el Estado y la Comunidad ya sea frente a la monarquía absoluta y patrimonial (soberanía nacional), en la competencia intercapitalista o en los movimientos de liberación nacional.
Pero estamos en un tiempo nuevo. Un proyecto de hegemonía política es básicamente una alternativa de articulación entre la dinámica de las partes en el conflicto social y las dinámicas transversales de intereses compartidos, lo que requiere un proyecto específico adaptado a cada tiempo y a cada espacio para construir mayorías en torno a un horizonte de emancipación que objetivamente tiene ser de superación del capitalismo.
La hegemonía consiste en que una parte de la sociedad a través de un proyecto político consigue que sea representativa del todo social, de la transversalidad, porque es capaz de aportar los marcos comunes mediante su liderazgo sobre los intereses generales y el sentido común. Todos los sectores sociales hacen descansar su legitimidad en una operación similar por lo que no hay ninguna posición política común natural sino que toda posición es producto de un proceso político de hegemonía.
Nuestra parte, la parte del pueblo, no se oculta ni intenta abolir las contradicciones que contiene la comunidad (por el contrario necesita hacerlas evidentes) constituye una parte mayoritaria y heterogénea de la misma, a través de la asunción del principio de igualdad y autonomía hacia dentro y hacia fuera. Se instituye como comunidad política “de lo justo y de lo injusto” (Ranciere) y por lo tanto se identifica a través de los valores universales (la dimensión universalista es determinante) con el todo de la comunidad, lo que significa que la defensa de la centralidad del trabajo se incardina en:
a) la defensa de los valores universales (igualdad, democracia, sostenibilidad, solidaridad),
b) en una formación social con tradición histórica, producción cultural, simbólica y emocional (dimensión nacional) y
c) en la defensa del Estado democrático.