La deuda pública y la agenda antifederal del PP

 

“Lean en mis labios: no subiré los impuestos”, dijo, mintió, Busch. Rajoy ha tardo aun menos en desmentir sus promesas de rebajas fiscales. De una manera  u otra  la derecha, en general los gobiernos, siempre miente en materia de impuestos. Y más ahora en que se  ha  cerrado el grifo de la “ilusión fiscal”  (desviar la deuda hacia los bonos del Tesoro y no hacia la presión fiscal) y ya  no queda más alternativa que subir los impuestos. Esto no tiene margen de discusión. Lo único discutible es que tipo de impuestos y quienes los pagarán.

Pero como la derecha es extremadamente eficiente en administrar sus  escasos recursos ideológicos, Rajoy  ha señalado al culpable de  esta promesa electoral , tan tempranamente  incumplida: las comunidades autónomas. Para el registrador de la propiedad gallego  la deuda pública del Estado español  es responsabilidad del  elevado gasto de las autonomías. Eso ha dicho y con ello “ha matado dos pájaros de un tiro”: se exculpa de sus mentiras y da un paso más en la  difusión de esa gran “leyenda urbana madrileña” que es la responsabilización de las comunidades autónomas en el déficit público  y la crisis.

La verdad, por el contrario, “está ahí fuera”  y no es otra que el hecho de que del total de la deuda pública española sólo el 20% es de las comunidades autónomas. Y todo esto a pesar de que soportan más del 80% del gasto en Educación y Sanidad, que son  las dos  grandes partidas del gasto público. Del conjunto tripartito de la administración  pública española     (Estado central, CCAA y ayuntamientos) las comunidades autónomas  son  las que ha realizado  una gestión más eficiente y las que menor  nivel de endeudamiento ha adquirido. Todo esto se  silencia y se tergiversa sistemáticamente por parte de la “Brunete mediática” que desde Madrid pero también desde Sevilla, Málaga, Granada… imparten la  doctrina centralista.

El “Estado de las autonomía” esta en el `punto de mira del rifle conservador. En el objetivo de desmontar el “Estado del bienestar” y recupera tasas de beneficio a costa de aumentar las plusvalía sobre el factor trabajo;  las comunidades autónomas, y no digamos el federalismo, son un estorbo que ha de ser  removido. La consigna es reducir complejidad para hacer mas fácil el giro autoritario conservador que se nos bien encima.Un mado único dirigirá mejor  la contrareforma  neoliberal que 17 autonomias.

La simplicidad política  ha sido siempre una estrategia cognitiva  de la derecha más extrema y antidemocrática. El fascismo y los totalitarismos  fueron siempre movimientos de centralización enemigos encarnizados de cualquier forma de federalismo.  En el lado  opuesto,  la democracia, como los puertos que decía Torqueville, ama al federalismo. La relación que hay entre federalismo y democracia no es  ni coyuntural, ni instrumental sino estructural. Por el contrario la centralización  y  el autoritarismo han ido en demasiadas ocasiones  de la mano. Aunque si bien es cierto que ha habido experiencias históricas de centralización progresista        (el jacobinismo francé) no es menos cierto  que son escasas y  que han de ser incluidas  más en el Debe que en el Haber democrático de esas experiencias.

Debería la izquierda, que estos días sufre más de lo normal de “atracciones fatales” hacia el centralismo, repasar estas secuencias históricas y pregustarse por que  la agenda antifederal tiene tanta relevancia en el programa conservador gobernante. Al fin y al cabo una cosa es  abandonar  el “materialismo histórico” y otra, muy distinta,  adherirse  al “centralismo histérico” de la UPYD. Para sopesar el peso que el centralismo tiene en el imaginario colectivo conservador recuerden aquella frase de  Dato: “Prefiero una España roja a una España rota”. Ahí queda eso.