por Alejandro Víctor
Mario Ortega, candidato de Los Verdes a la alcaldía de Granada, dijo ayer con notable acierto: «Nosotros queremos que Granada se convierta en la Berlín del Sur y no en la Fátima que pretende el PP». No sé si el modelo que más conviene es el de Berlín pero lo que está claro que no es el de Fátima. Y sin embargo, cada día que pasa, Granada se asemeja más a una ciudad no de los prodigios, como escribió Eduardo Mendoza de Barcelona, sino de los milagros pedestres, los fenómenos marianos y las curaciones intempestivas. Ayer tarde, en el redacción, repasando las fotografías de la ofrenda floral a la Virgen de las Angustias y, en particular, la imagen del alcalde instantes después de cambiar solemnemente el nombre de la Carrera del Genil por el de la Virgen, descubrí que el chaparrón religioso de septiembre está afectando incluso al aspecto físico de Torres Hurtado.
El alcalde, con las manos entrelazadas en el vientre, la cabeza ligeramente escorada y la sonrisa sinuosa, parecía un miembro de la Conferencia Episcopal a punto de echar una bendición o colocar un sambenito. Invito al lector a que, como en los juegos de recortables de nuestra infancia, le coloque imaginariamente a Torres Hurtado (o a García Montero o a Sebastián Pérez) una sotana, un roquete o cualquier ropa talar, le añada un bonete colorado y un cirio pascual. De inmediato comprobará la transformación física que se está operando en él a fuerza de presidir beatificaciones, concurrir a ofrendas, saludar a cardenales y encabezar procesiones. El mimetismo, como nadie ignora, es un proceso de adaptación natural al entorno del que nadie, ni nada, se libra.
Pues bien, del mismo modo que el alcalde está cogiendo aires clericales, Granada se están transformando en Fátima. De hecho, cuando se habló de la entrada de nuestra ciudad en los circuitos de turismo religioso, se citó a la ciudad portuguesa donde tres pastorcicos vieron «a una Señora de blanco surgir de una encina».
La conversión de Granada en una ciudad de los milagros es preocupante. Dejar en manos de los santos y de la providencia nuestro futuro es inquietante. El recurso al milagro tiene dos vertientes: la religiosa y la civil. Una la emplea Torres Hurtado; y otra el Gobierno. ¿O no se parece la actitud de Manuel Pezzi respecto a la terminación de la A-7, del AVE, del teatro de la ópera, del centro García Lorca o de la inclusión de Motril en el plan internacional de mercancías a la de un pastorcillo que espera una intercesión celestial? El milagro civil es una operación tan fatua como el religioso. Sólo que en vez de aparecerse un santo quien se aparece es José Blanco con las alforjas llenas de millones. Laus Deo.
*Alejandro Víctor es subdirector y columnista de Granada Hoy