George Monbiot.
No existe una forma sencilla de combatir la hostilidad pública hacia la investigación del clima. Como muestran los psicólogos, los hechos apenas si influyen en nosotros. Hay una pregunta que nadie de quienes niegan el origen humano quiere responder: ¿qué haría falta para persuadirle a usted? En la mayoría de los casos, la respuesta parece ser que nada. Ningún volumen de evidencias puede conmover la creencia cada vez mayor de que el cambio climático es una gigantesca conspiración tramada por científicos y gobiernos para cobrarnos y controlarnos. El nuevo estudio [1] de la Met Office [Oficina Meteorológica británica], que pinta un panorama aún más sombrío que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), [2] nada hará por cambiar esta visión.
El ataque a los científicos del clima se está ampliando hasta convertirse en una guerra en toda regla contra la ciencia. En una columna reciente en el Daily Telegraph, Gerald Warner descalificaba a los científicos como «prima donnas y narcisistas….cabezas cuadradas con bata de laboratorio [que] han retomado el papel de cascarrabias dementes…La gente ya no se siente intimidada por los científicos. Como pendencieras iglesias evangélicas decimonónicas, pueden formar muchas sectas cismáticas a su gusto, nadie les presta ya oídos». [3]
Puntos de vista de este tenor pueden explicarse en parte como venganza de los estudiantes de humanidades. Apenas si hay editores o ejecutivos de alguna de las principales empresas de comunicación – y son muy raros los periodistas – licenciados en ciencias, pero todo el mundo sabe que los anoraks [prenda con la que comúnmente se identifica a los científicos] se están apoderando del mundo. Pero el problema lo agrava la complejidad. Arthur C. Clarke observó que «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». [4] Podría haber añadido que cualquier conocimiento experto de algo es indistinguible de un galimatías. La especialización científica es hoy tan extrema que hasta la gente que estudia temas próximos dentro de la misma disciplina ya no puede entenderse entre si. Los detalles de la ciencia moderna son incomprensibles para casi todo el mundo, lo que significa que hemos de tomar lo que nos dicen los científicos como si nos fiáramos. Pero la ciencia nos dice que no confiemos en nada, que creamos sólo lo que puede demostrarse. Esta contradicción resulta fatal para la confianza pública.
La desconfianza se ha multiplicado merced a quienes publican revistas científicas, cuyas prácticas monopolistas hacen parecer unos angelitos a los supermercados, y a quienes habría que haber remitido hace mucho a la Comisión de Competencia. No pagan nada por la mayoría del material que publican, y a menos que esté uno vinculado a una institución académica, te cobrarán 20 libras o más por acceder a un solo artículo. En algunos casos cobran a las bibliotecas decenas de miles de libras por una subscripción anual. Si los científicos quieren que la gente intente por lo menos entender su trabajo, deberían encabezar una revuelta a fondo contra las revistas que los publican. Ya no es de recibo que los guardianes del conocimiento se comporten como guardabosques decimonónicos que hostigan a los proletarios hasta echarlos de las grandes fincas.
Pero existe también en ello una sospecha más honda. La mitología popular – de Fausto, pasando por Frankenstein, al Dr. No – retrata a los científicos como siniestros conspiradores que aprovechan sus negras artes para hacer aumentar sus diabólicos poderes. A veces no está lejos esto de la verdad. Hay quienes utilizan su genio para convertir el ántrax en armamento para los gobiernos ruso y norteamericano. Hay quienes aíslan genes exterminadores para impedir que los agricultores conserven sus propias semillas. Y hay quienes prestan su nombre a artículos escritos por otros en nombre de las empresas farmacéuticas, que confunden a los médicos sobre los medicamentos que venden.[5] Mientras no exista un código global de prácticas o un juramento hipocrático que obligue a los científicos a no causar daño, la reputación de la ciencia se arrastrará por el barro a causa de los investigadores que conciben nuevos medios para hacernos daño.
En el Guardian de ayer, 7 de marzo, Peter Preston reclamaba un profeta que nos sacara del páramo. «Nos hace falta un científico apasionado, persuasivo que pueda comunicar y convencer (…) Hace falta que nos enseñe a creer un verdadero creyente». [6] ¿Eso funcionaría? No. No hay más que ver el odio y el escarnio que suscita el apasionado y persuasivo Al Gore. El problema no es sólo que la mayoría de los científicos del clima no puedan hablar ningún idioma humano reconocible sino también la expectativa de que la gente se muestra susceptible de ser persuadida.
En 2008, el Washington Post resumía recientes investigaciones sobre desinformación. [7] En ellas se demuestra que en algunos casos desacreditar una falsa historia puede hacer aumentar el número de gente que se la cree. En un estudio, el 34% de los conservadores a los que se les explicaron los argumentos del gobierno de Bush de que Irak disponía de armas de destrucción masiva se sentían inclinados a creerlos. Pero entre aquellos a los que se les mostró que los argumentos del gobierno fueron después completamente refutados por el informe Duelfer, [8] el 64% terminó creyendo que Irak poseía armas de destrucción masiva.
Hay una explicación posible en un artículo publicado por Nature en enero pasado.[9]
Muestra que la gente tiende a «seguir el hilo de lo que deberían sentir, y a partir de ahí, creer, según los aplausos y abucheos de la multitud de los de casa». Quienes se ven a si mismos como individualistas y quienes respetan la autoridad, por ejemplo, «tienden a desechar la evidencia de riesgos medioambientales, debido a la extendida admisión de que esa evidencia conduciría a restricciones al comercio y la industria, actividades que admiran». Quienes tienen valores más igualitarios están «más inclinados a creer que esas actividades suponen riesgos inadmisibles y que deberían restringirse».
Estas divisiones, según han descubierto los investigadores, explican mejor las diferentes respuestas a la información que cualquier otro factor. Nuestros filtros ideológicos nos animan a interpretar las nuevas evidencias de forma que refuercen nuestras creencias. «En consecuencia, los grupos que poseen valores opuestos a menudo se polarizan aun más, y no menos, cuando se ven expuestos a informaciones científicamente fiables». [10] Los conservadores del experimento de Irak pueden haber reaccionado contra algo que vinculaban al informe Duelfer, en lugar de hacerlo contra la información que contenía.
Si bien este análisis suena a cierto, la descripción de dónde queda la línea divisoria no es muy correcta. No describe la extraña postura en la que me encuentro. A despecho de mis instintos iconoclastas y antiempresariales, paso mucho tiempo defendiendo al estamento científico de los ataques del tipo de agitadores a los que suelo estar vinculado. Mi corazón se rebela contra este proyecto: preferiría tirar huevos a los científicos en lugar de intentar entender el conjunto de datos que les es propio. Pero mis creencias me obligan a tratar de dar sentido a la ciencia y explicar sus implicaciones, lo cual termino por ser el proyecto más divisivo en el que me haya comprometido alguna vez. Cuanto más me ciño a los hechos, más virulentos se vuelven los insultos.
Esto no me molesta – tengo una pieI como la de un gliptodonte –, pero refuerza la perturbadora posibilidad de que nada funcione. La investigación discutida en el artículo de Nature muestra que cuando los científicos se visten discretamente, se afeitan la barba y ponen títulos conservadores a sus artículos, pueden llegar al otro lado. Pero al actuar así, sin duda alejarán a gente que, si no, se inclinarían por darles su confianza. Como muestra la saga de la vacuna MMR [measles, mumps & rubella, o sea, sarampión, paperas y rubeola], la gente que desconfía de la autoridad tenderá probablemente a patalear contra la ciencia tanto como quienes la respetan.
Quizás hayamos de aceptar que no existe una solución sencilla a la incredulidad pública en la ciencia. La batalla sobre el cambio climático sugiere que cuanto más claro se habla de un problema, más gente lo rechaza. Si no quieren saber, nada ni nadie llegará hasta ellos. Así se deshace la labor de mi vida.
NOTAS: [1] Alok Jha, «Met Office analysis reveals clear foingerprint of man-made climate change», The Guardian, 5 de marzo de 2010. [2] Peter A. Stott et al, 2010, «Detection and attribution of climate change: a regional perspective», WIREs Climate Change. DOI: 10.1002/wcc.34. [3] http://blogs.telegraph.co.uk/news/geraldwarner/100022443/government-scientific-advisers-who-needs-these-nuts-in-white-coats/[4] Arthur C. Clarke, [1917-2008, célebre escritor de ficción científica y autor de 2001: Una odisea del espacio]. Se atribuye a “Profiles of The Future”, de 1961, que no he leído [la frase se conoce como Tercera Ley de Clarke]. [5] http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2009/aug/08/ben-goldacre-bad-science-research[6] http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2010/mar/07/climate-change-inertia-prophet. [7] http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2008/09/14/AR2008091402375.html[8] [El informe Duelfer, que recibe su nombre de Charles A. Duelfer, inspector jefe norteamericano de armamentos en Irak, concluyó en octubre de 2004 ante el Congreso de los Estados Unidos que no había armas de destrucción masiva en el país. [9] http://www.nature.com/nature/journal/v463/n7279/full/463296a.html#a1. [10] Ibid.
.Publicado en www.sinpermiso.info
Toca hablar en P36 de las bases científicas del cambio climático, me dispongo a ello ya.
¿Hay lugar para admitir que Darwin estaba equivocado y que el mundo fue creado en siete dias por un tipo aburrido y con un ojo dentro de un triángulo?.¿Queda algún espacio para aceptar la posibilidad de que sea el sol el que gira entorno a la tierra y no al reves? Hay miles de científico midiendo decenas de indicadores que confirman las tres hipótesis centrales de la teoría antropogénica del cambio climático:
(a) Se ha producido una elevación anormal en el temperatura media de la tierra desde el siglo XIX y especialmente desde 1970.
(b) Esa elevación de las temperaturas coincide temporalmente con el crecimiento de la concentración de gases de efecto invernadero (especialmente CO2) en la atmósfera.
(c) La concentración de GEI en la atmósfera coincide con el aumento exponencial del consumo de combustibles fósiles y de otras actividades humanas, con la cría intensiva de ganado que genera la emisión de otros gases de efecto invernaderos como es el metano
Estas tres hipótesis sitúan un correlato no funcional pero de una altísima significatividad estadística que hace pensar que existen relaciones de causalidad del tipo C ┤ B ┤ A. Pero esta confirmación, siempre provisional, se sustenta además en el cumplimiento de otras cualidades exigibles en el método científico:
(i) Las hipótesis sobre las que se sustenta la teoría antropogénica del cambio climático son falsables. ( falsabilidad)
(ii) Las hipótesis están sostenida en registro de mediciones empíricas que arrojan una signficatividad estadística muy fuerte (correlato).
(iii) No se han detectado cambios sustantivos en las magnitudes de otras variables que podrían teóricamente haber influenciado en los cambios de concentración de gases y/o de temperatura ( por ejemplo la actividad solar , la volcánica , los incendios forestales o el impacto de meteoritos).Por tanto cumple el requisito de exhaustividad ( no existen hipótesis alternativas consistentes ).
(iv) Existe un modelo teórico previo a la ocurrencia del fenómeno y a la constatación empírica que explica funcionalmente del cambio climático. El químico sueco, premio nobel de química en 1903, formuló la teoría del cambio climático que vincula clima, gases y combustión fósil a finales del siglo XIX.( inteligibildad o robustez teórica)
(v) No hay pues entre estas tres hipótesis sólo una relación de correlato o significatividad estadística sino también una relación funcional. El hecho de que la teoría explicativa (funcional) haya precedido a la ocurrencia empírica dota a esta de un alto valor de predictibilidad. (predictibilidad)
En resumen la teoría antropogénica del cambio climático tal como la formula el IPCC está sustentada en hipótesis falsables, con correlatos empírico altamente significativo, con un marco teórico sólido, consistente y de un alto valor de predeciblidad.
¿Alguien da más? Y detrás de estas cualidades epistemológicas se encuentra miles de estudios, miles de científicos , miles de registros, decenas de indicadores y centenares de “objetos ejemplares” con una distribución disciplinar , territorial, escolar, institucional, tecnológica, étnica , ideológica y política de tal magnitud que anula casi por completo los posibles sesgos epistemológicos que toda investigación científica tiene.
Por tanto el hecho de que se hayan o no, falseados datos en un centro concreto ( que no sena falseado, ha quedao ya claro, lo que se ha falsedao es la interpretacion descontextualizdad de los correos electrónicos) ) , por muy relevante que este sea, es indiferente para la validez científica de la teoría antropogénica del cambio climático, y lo que es tan importante o más; para la validez política a la hora de las toma de decisiones normativas y económicas.
Los ataques a la teoría antropogénica del cambio climático suelen utilizar un método sospechoso basado en prejuicios hipotéticos y argumentos ad hoc: persiguen , por encima de todo negar las consecuencias económicas ,sociales y políticas del cambio climático, no la validez de sus hipótesis científicas. Es más, aventuro que el día que logren construir una teoría política, socialmente creíble, que logre conciliar conservadurismo y cambio climático dejaran de atacar a este. ¿Por qué es sospechoso el método crítico además de por sus objetivos? Por la irrelevancia de los hechos y la variabilidad , en ocasiones contradictoria, de los argumentos . Los mismos una veces niegan la elevación de las temperaturas, otras niegan que esta subida de la temperatura se deba a los GEI, en otras niegan que el calentamiento este producido por los combustibles fósiles y en otros el objetivo de la refutación son las predicciones derivadas del cambio climático. La línea argumental es o no hay calentamiento, o en su defecto ,si lo hay no esta producido por los GEI ; y si los responsable son los GEI esto nada tiene que ver con el combustible fósil, o si … Es la lógica jurídica del abogado de la acusación privada que pide una indemnización X si se admite A o en su defecto una pena x-1 si se admite B ,o en su defecto una pena x-3 si se admite C.
La teoría antropogénica del cambio climático no contiene creencias sobre el cambio climático sino ideas (recuerda la distinción de Ortega
» las creencia nos tienen , las ideas las tenemos»). Ideas que pueden ser erróneas, parcial o totalmente, pero ideas. Si no diferenciamos entre ideas y creencias la ciencia y la filosofía se hacen imposibles. Alguién, por ejemplo, no tienes creencias sobre el funcionamiento del correo electrónico y sobre mi dirección: tienes información (correcta por qué me llegan los correos) compuesta por ideas en forma de datos, procedimientos, rutinas. De hecho la idea de que «la teoría antropogénica del cambio climático» es una creencia no es en realidad una idea sino una creencia. Es más es un magnífico ejemplo de lo que es una creencia: una intuición empírica y racionalmente no fundamentadas y determinadas por creencias o representaciones inconscientes o prejuiciales. Por supuesto que mucho de los que apoyan la veracidad de la «teoría antropogénica del cambio climático» también están cargados de creencias que les hacen más fácil apoyar tales tesis. Pero la validez de dicha teoría no reside en las creencias que le apoyan sino en su propia estructura empírica , conceptual y formal. Y mis ideas sobre el cambio climático son tan profundas como las que tengo, por ejemplo, sobre la ley de Boyle-Mariotte sobre los gases El núcleo duro de la argumentación reside en que “la teoría antropogénica del cambio climático” es científicamente válida ( es decir que contiene ideas sobre el mundo correctas ) sino que es un ejemplo de “excelente teoría científica” ( desde un punto de vista epistemológico). Hay muchas teorías científicas válidas que no son tan completas (la teoría general de la relatividad sin ir más lejos) desde los criterios de evaluación epistemológicos, como la teoría antropogénica del cambio climático. Lo que si existe en ciencia son paradigmas (una idea de Khun) que contienen ideas y creencias , en muchas ocasiones mal enlazadas, que facilitan la aceptación o no de determinadas teorías e ideas. Quién se mueve científicamente en un paradigma ecológico o de complejidad ofrecerá menos resistencias intelectuales a aceptar la validez de la teoría antropogénica del cambio climático que quien se mueve en un paradigma mecanicista o atomista. Pero la validez de una teoría no reside en su adecuación a un paradigma, sino al contrario; la validez de los paradigmas se sustenta en la validez de las teorías que lo componen. La primera dirección (adecuación de la teoría al paradigma ) puede estar determinada en gran parte por la aceptación social (cargada de creencias y prejuicios). Pero la segunda dirección (validez del paradigma en virtud de la validez de las teorías) debe ser la científicamente determinante. Por eso es fundamental el análisis sociológico y epistemológico de estas dos direcciones de validación, para conseguir depurar lo máximo posible los procedimientos de falsación de las hipótesis científicas.
Muy breve: la creencia en el inminente cambio climático se ha convertido en eso: una creencia. Y las creencias se tienen, o no. Los defensores del cambio climático provocado por la actividad humana exigen la sumisión del creyente, pero, puestos a ser sumisos, mejor del dinero y del consumo. Al ateo, lo amenazan con el fuego eterno.
Demasiado visto.
¿Es posible, hay hueco, para la posibilidad de aceptar la evidencia, que hay un cambio climático perceptible, pero que no sea directamente responsabilidad de la actividad humana sobre la Tierra?
Ay, ay, las herejías. Ya Pablo de Tarso tuvo que llamar la atención de Pedro, el heredero.