Pilar Arrizabalaga. A partir del siglo XX, coincidiendo con los avances en la histología, la microbiología y la identificación de las enfermedades con criterios científicos, la salud se ha considerado un bien y un derecho básico. El progreso de la medicina sigue produciendo beneficios indiscutibles en la salud que, en los últimos 25 años, han permitido alargar la esperanza de vida, de forma heterogénea para hombres y mujeres. Los hombres tienen mayor mortalidad y menor esperanza de vida que las mujeres pero éstas viven menos años libres de enfermedad, y, en consecuencia, tienen menor calidad de vida que los hombres.
El conocimiento de la morbilidad diferencial entre sexos tiene un precedente histórico en los años 70 del siglo XX, cuando diversos grupos de feministas norteamericanas —The Boston Women’s Health Collective, The National Women’s Health Network, The California Feminist Women’s Health Clinic…— formaron grupos de autoayuda en el ámbito de la salud sexual y reproductiva de las mujeres, y, el uso de anticonceptivos femeninos para el control de la fertilidad. En esos años, las mujeres no suponían ni la décima parte de los estudiantes norteamericanos de la licenciatura en medicina. Hay que señalar que los avances en el conocimiento de la morbilidad diferencial de las mujeres respecto a los hombres ha coincidido con la feminización de la profesión médica en las últimas tres décadas en todo el mundo desarrollado. Como si las médicas hubiesen actuado de motor de estudio de la morbilidad diferencial debido a una mayor sensibilización por su condición femenina, frente a la menor atención prestada en épocas anteriores.
Los hombres y las mujeres presentan una morbilidad diferencial en distintas áreas de salud: sexual, reproductiva, laboral, mental… Aun más, se han identificado diferencias semiológicas entre ambos sexos en relación a una misma enfermedad como, por ejemplo, la cardiopatía isquémica.
“La evidencia de la morbilidad diferencial entre hombres y mujeres lleva a que cada vez más voces planteen la necesidad de incorporar asignaturas específicas sobre género, mujeres y salud en las carreras sanitarias”.
Los riesgos y problemas de salud de mujeres y hombres son consecuencia de factores no sólo biológicos sino también psicosociales derivados de la construcción social de los roles a los que hombres y mujeres están expuestos. Los sesgos de género subyacen en el manejo científico del cuerpo femenino. Procesos normales del ciclo reproductivo femenino (embarazo, parto, menopausia), la adolescencia, el envejecimiento, y problemas y contrariedades en la vida diaria, los “malestares femeninos”, son motivo de consulta médica, y, en consecuencia, tratables con medicamentos. Las mujeres participan de la medicalización de la vida diaria en mayor grado que los hombres.
La evidencia de la morbilidad diferencial entre hombres y mujeres lleva a que cada vez más voces planteen la necesidad de incorporar asignaturas específicas sobre género, mujeres y salud en las carreras sanitarias. La investigación en salud con perspectiva de género es un determinante de buenas prácticas. La inclusión de mujeres en los ensayos clínicos terapéuticos y la utilización de un lenguaje inclusivo no sexista son requisitos indispensables en los proyectos de investigación.
* Consultora de Nefrología. Hospital Clínic. IDIBAPS. Barcelona. Secretaria de la Junta de Gobierno del COMB.
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