Samuel Betolila. Nada es Gratis.Un asunto que a menudo suscita el interés general es cómo ha variado el reparto de la renta entre el capital y el trabajo. En España la participación del trabajo ha estado cayendo en los últimos años. Pero esto no ha sucedido solo en nuestro país ni es algo propio solo de la crisis. La tendencia general ha sido a la baja, con una caída media mundial recientemente cuantificada, a partir de una nueva base de datos, en alrededor de 5 puntos porcentuales en los últimos 35 años. Pero, ¿qué factores están detrás de esta caída?
La participación del trabajo se define como la remuneración de los asalariados (el producto de los salarios y otros costes laborales por el empleo asalariado) dividida por el valor añadido (es decir, la producción una vez se deducen los costes de los factores intermedios como la energía, las materias primas, etc.). El siguiente gráfico muestra la participación media a nivel mundial desde 1975, con datos de 59 países, proveniente de un trabajo reciente de Loukas Karabarbounis y Brent Neiman:
La línea discontinua es la participación del trabajo en el PIB y la continua su participación en el valor añadido de las sociedades (es decir, las anónimas y limitadas, quitando por tanto a los autónomos). La caída es similar en ambos casos.
Calcular esta participación solo para las sociedades tiene una ventaja. Por ejemplo, según el INE, entre 2009 y 2012 la participación del trabajo en el PIB en España ha caído 3.2 puntos porcentuales, cuyas contrapartidas son aumentos de las participaciones de los impuestos sobre la producción en 1.8 puntos y del llamado excedente de explotación en 1.4 puntos. No obstante, hay que aclarar que el excedente de explotación no mide exactamente la parte que se lleva el capital, porque incluye la remuneración total de los autónomos y esta es una renta mixta, en parte es una remuneración del trabajo y en parte del capital. Si limitamos el cálculo a las sociedades, sin embargo, este problema desaparece (a cambio de restringirnos a una parte del sistema productivo).
¿De dónde procede la caída de la participación del trabajo a nivel mundial? Esta caída supone una (relativa) sorpresa para los economistas, pues la función de producción que usamos con mayor frecuencia implica que las participaciones del trabajo y del capital son constantes. Una explicación que sería compatible con esa función a nivel agregado es que la producción se hubiera desplazado de sectores más intensivos en trabajo a otros menos intensivos en trabajo. Descartamos esta explicación porque los datos muestran que la caída de la participación del trabajo se da también dentro de la mayoría de sectores. Hay muchas otras posibles causas, por ejemplo, la pérdida de poder relativo de los trabajadores (por la caída de la sindicación), aumentos de los márgenes de las empresas, cambios en la composición del empleo entre cualificados y no cualificados, etc.
Los autores mencionados parten de una función de producción más general, que permite cambios en la participación de los factores –en jerga, la CES en vez de la Cobb-Douglas– y encuentran que se ajusta mejor a los datos (algo que también obtuvimos Gilles Saint-Paul y yo en un trabajo de hace 10 años sobre la participación del trabajo con datos de países de la OCDE). Acto seguido estiman la relación entre la tendencia de caída a largo plazo que han identificado con otro fenómeno mundial, la caída del precio de los bienes de capital (sobre todo de la maquinaria) en ese periodo, que ha sido de alrededor del 25% en relación con los precios de los bienes de consumo.
La historia es entonces sencilla: a medida que las nuevas tecnologías han hecho que el capital productivo (las máquinas) sean más baratas y eficientes, las empresas han estado sistemáticamente reemplazando trabajo por capital. De los cálculos de los autores se deduce que este fenómeno explica al menos la mitad de la caída de la participación del trabajo observada. ¿Qué efectos tiene este cambio sobre el bienestar? La sustitución de trabajo por capital implica un aumento de la inversión y, de ahí, también del PIB y del consumo, con lo que el bienestar social agregado aumenta. Esta conclusión deja a un lado, obviamente, importantes consideraciones distributivas.
¿De dónde podría provenir el resto de la caída de la participación del trabajo en la renta? Los autores no investigan este asunto a fondo. Con un sencillo modelo deducen que casi otro tanto podría provenir de un aumento de los márgenes que cargan las empresas sobre los costes de producción, es decir, de un aumento del poder de mercado de las empresas. Esta explicación choca, al menos para los bienes comerciables, con el esperable aumento de la competencia derivado de la creciente globalización. En todo caso, en la medida en que pueda haber sucedido en los últimos 35 años, este factor no solo hace caer la participación del trabajo sino que reduce el PIB, el consumo y el bienestar social. Aquí hay, una vez más, un buen argumento para apoyar las políticas de defensa de la competencia, como hacemos a menudo en este blog (por ejemplo aquí).
¿Qué ha pasado en España? El siguiente gráfico muestra la evolución de la participación del trabajo en el valor añadido de las sociedades, representada junto con las de Alemania y el Reino Unido, desde 1995 (primer año en que aparece España en la base de datos de los autores). Se puede apreciar que en España creció hasta el año 2000, se mantuvo aproximadamente constante hasta 2008 y luego ha caído la friolera de 5 puntos en tres años, quedando en 2011 por debajo de las de los otros dos países. Indudablemente, la brutal caída del empleo y la más reciente de los salarios están detrás de esta evolución reciente.
¿Y cómo ha variado el precio relativo del capital? El gráfico final muestra este precio (normalizado en 1995 a la unidad), observándose que los otros dos países siguen el patrón mundial, con caídas de alrededor del 15%. En España, por el contrario, hay una evolución diferente, dominada por cambios cíclicos más que tendenciales: un aumento sostenido, alcanzando el 15% en 2006, y una caída del 8% desde entonces.
Lo atípico, entonces, es el aumento del precio del capital. Atendiendo a los deflactores de los bienes de capital calculados por el IVIE en colaboración con la Fundación BBVA, este resultado parece deberse a los edificios, pues los precios de la maquinaria y los bienes de transporte crecieron menos que el IPC. Otro efecto más de la burbuja, cuya corrección está reconduciendo a nuestro país a la senda habitual en el resto del mundo.