F. Garrido. Hay dos divorcios que atraviesan como dos cicatrices ideológicas la historia de la izquierda occidental. El primero es con la verdad ( la ciencia ) en el estalinismo (modo Lisenko) y con el postmodernismo (modo Sokal). Y el segundo divorcio, mucho más oculto pero no menos relevante; el divorcio con la belleza en el realismo socialista, la barbarie iconoclasta de la revolución cultural maoísta y el feísmo del moralismo postmoderno. La sombra del olvido de la belleza ha perseguido toda las estética socialista desde el suicido de Maiakovski
Toda imagen de la belleza ha resultado ideológicamente sospechosa, para la izquierda, de estar infestada de capitalismo y seducción burguesa. El feísmo, es decir la repugnancia o la indiferencia ante las formas ; ha sido un terrible programa pedagógico en el que han sido socializados millones de militantes. `Pero la belleza es aquello que nos reconcilia con el mundo hasta en la mayor de las injusticias y nos permite ver la miseria sin ser miserable. La belleza acompasa a la furia revolucionaria con el equilibrio, la armonía , de la justicia. Si desparece la belleza la barbarie del “hombre nuevo” (el robot socialista) está en camino.
La elegancia de la naturaleza, de la que habla la física fundamental, no puede quedar sepultada tras la sordidez de la explotación. Es esa elegancia la que se expresa en la armonía del ritmo, en la levedad sacrifical de la danza o en la consistencia imposible de una teorema. Un tipo de comodidad ontológica con la esencia del mundo material que está por encima de la contingencia de la alienación política. Los animales no humanos no están nunca incomodos en el mundo; siempre son bellos. Solo cuando los colonizamos como fuerza productiva comienza su experiencia de la incomodidad y de la extrañeza con las cosas
Todo nos seria perdonado si hubiésemos sido capaces de añadir un momento de belleza al mundo. La belleza es inútil y esa es su particular, universal, forma de ser útil a las cosas. La belleza nos enseña a demorarnos en el largo cortejo con las cosas que es la vida. Gadamer decía que el arte nos pone en la senda del tiempo demorado. Kant comprendía el juicio estético como una suspensión de la causalidad y del finalismo: la apertura a una lógica del milagro, que siglos después reivindicaría , en una estación termini del éxodo mesiánico, los movimiento de la autonomía operaria italianos. Adorno vio en la música una excepción revolucionaria en el continuum del tiempo histórico. Nadie odia más a la belleza, y a la justicia, que el filisteismo Por eso cuando la izquierda se ha tornado filistea, se vuelto fea.