Ricardo Marques.movilidad-sostenible. 24/03/2012.
A principios del siglo XIX la mayor parte de los europeos trabajaban en el campo, produciendo alimentos como agricultores o ganaderos. A principios del siglo XX la mayoría de los europeos trabajaba ya en la industria manufacturera, de donde surgieron las grandes luchas obreras y los sindicatos. A principios del siglo XXI, la mayoría de los europeos trabajamos en el sector servicios, cajón de sastre donde se engloba todo lo que no es ni agricultura o ganadería, ni industria y que se especializa en la producción de bienes “inmateriales” como conocimiento, educación, salud, cuidados, restauración,alojamiento, etc…
Este proceso ha sido el resultado de unos avances tecnológicos que, a lo largo de los siglos XIX y XX, han permitido unos niveles de productividad por hora de trabajo inimaginables a comienzos del siglo XIX. Avances tecnológicos que han tenido la contrapartida, bien conocida, del agotamiento y la contaminación paulatina de los recursos naturales del Planeta. En paralelo a este incremento de la capacidad productiva del trabajo, se han venido produciendo, hasta la Segunda Guerra Mundial, incesantes luchas obreras uno de cuyos objetivos centrales ha sido la reducción de la jornada laboral: “ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para descansar”. Esta reivindicación, sin embargo, parece haberse olvidado desde que, tras la Gran Guerra, se estableció en toda Europa (y en parte en EEUU) el “consenso social” que dio lugar al “estado del bienestar” y que ahora vemos peligrar de la mano de la nueva religión neo-liberal.
Este estancamiento de la jornada laboral en las 40 horas semanales no se ha producido a consecuencia de un estancamiento en la capacidad productiva del trabajo, que ha seguido creciendo a un ritmo incluso superior al del as décadas anteriores. De hecho, esta combinación de tecnología y trabajo productivo ha llegado a amenazar le estabilidad de los ciclos naturales del Planeta, generando la nueva conciencia global ecológica que ha caracterizado el debate político de las últimas décadas. Debate en el que, sin embargo, una receta tan obvia para evitar, o al menos paliar el problema, como la reducción del tiempo social dedicado al trabajo, ha estado casi ausente. Ausencia que resulta aún mas llamativa cuando recordamos que la reducción del tiempo de trabajo era una de las promesas, reiteradamente incumplidas, que se asociaban con el auge de las nuevas tecnologías que fueron aflorando tras la Segunda Guerra Mundial: energía nuclear, informática, etc…
¿Qué ha ocurrido para que todos: sindicatos, empresarios, activistas y políticos de todas las ideologías parezcan haberse olvidado de uno de los debates fundamentales durante las décadas anteriores a la Guerra? La respuesta está, precisamente, en el “consenso social” antes mencionado, una de cuyas consecuencias parece haber sido la expansión del consumo y el crédito privados, lo que lleva inevitablemente a colocar en primer lugar de las reivindicaciones sindicales el aumento de los salarios, relegando a un segundo o tercer plano cualquier intento de aumentar el tiempo de ocio. El “derecho a la pereza” antes reclamado por el Movimiento Obrero dio paso a la “lucha contra el paro”, vista más como consecuencia de la expansión del tiempo social dedicado al trabajo que del reparto equitativo de dicho tiempo social. Cualquier militante sindical sabe, hoy en día, que la reducción de la jornada laborar ocupa uno de los últimos lugares en las prioridades vitales de una clase trabajadora mayoritariamente atrapada en la espiral del consumo y el crédito.
Sin embargo, la realidad es tozuda y si no se la deja entrar por la puerta reaparece por la ventana. La combinación del agotamiento progresivo de los recursos naturales del Planeta con la conocida tendencia del capitalismo a generar mas oferta de bienes de consumo de los que el mercado puede razonablemente digerir, acaba generando “burbujas” de todo tipo: inmobiliarias, financieras… Y la necesaria reducción del tiempo social dedicado a trabajo aparece en forma de paro y precariedad laboral. Paro y precariedad que no pueden reducirse, globalmente, como consecuencia de un “aumento de la productividad”, que es, a la postre, un juego de suma cero. En cuanto a las recetas keynesianas, mucho mas humanas y razonables de todos modos, sólo pueden en mi opinión detener por un tiempo el proceso, pero sin eliminar la contradicción de fondo: la imposibilidad de conjugar un Planeta finito con una mayor productividad del tiempo social de trabajo sin reducir éste.
En resumen, o la izquierda se plantea seriamente como avanzar hacía una reducción ordenada y solidaria del tiempo social dedicado al trabajo (con su contrapartida de un amento del tiempo dedicado al ocio), o estar educción se producirá de todos modos según las recetas insolidarias de la derecha: mediante más paro y más precariedad laboral.
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Gran reflexión, recomiendo la lectura de mi libro de cabecera: «el derecho a la pereza» de Paul Lafargue (el yerno de Marx), que hace un análisis exaustivo (con datos del siglo XIX aunque totalmente extrapolables al siglo XXI) de las consecuencias y beneficios de la implantación de la jornada laboral de 3 horas. Así mismo predice toda la crisis social y económica que vivimos actualmente con un siglo de anticipación.
Lo dicho, enhorabuena por el artículo y animo a la lectura de este gran libro (cortito y ameno de leer por otra parte).