Sería valencianista si viviera en el País Valenciano, catalanista en Cataluña y aragonesista en Aragón. Soy andalucista porque vivo en Andalucía y universalista siempre y en cualquier lugar del mundo en el que me encuentre. Y ecologista, feminista, pacifista, europeísta y de izquierdas. O lo que es lo mismo: anticapitalista en toda la extensión del término.
Al capitalismo le molestan la igualdad de género (feminismo), el respeto al territorio (ecologista), la diversidad cultural y acercar los centros de poder (andalucista), los derechos humanos (universalista) y los derechos sociales (izquierda). Obviamente, el capital es enemigo de la Europa de los pueblos, de la solidaridad y de la mutualizaciónde los aspectos demasiados grandes para ser gestionados por los pequeños territorios (europeísta).
Uno de los impedimentos que la izquierda tradicional y la moderna, radicada ésta en las diferentes comunidades autónomas, tienen para confluir es no saber entender que la lucha contra el capitalismo no es solamente de clases, ni de territorios, ni de identidades culturales, ni de recursos naturales limitados, ni de género. Es la democracia lo que está en juego y en ella se dan cita todas las escalas en las que tiene lugar la desigualdad: territorio, género, social y cultural.
El capitalismo propugna la globalización de la economía y la cultura y la deslocalización de los derechos humanos y el respeto a los límites naturales del territorio. Por su parte, la izquierda tradicional, instalada únicamente en el internacionalismo de clase, pasa por alto el concepto de diversidad territorial.
Esta izquierda ha concebido el internacionalismo de clase bajo la misma macroestructura que el capital financiero pretende que veamos como espacio político natural. En la lucha internacionalista no se ven los territorios pequeños y se escapan los ataques que las minorías lingüísticas o nacionales reciben del capitalismo uniformador. Al final, esta izquierda acaba aplaudiendo la reducción de los centros de poder a costa de limitar el poder de la periferia y se mantiene inmóvil ante la persecución a las minorías lingüísticas rusas, por ejemplo, que viven en las repúblicas bálticas.
Un ciudadano valenciano no es igual que un ciudadano andaluz. No hablamos la misma lengua ni nuestro territorio es igual. Igual que la realidad de un ciudadano frisio no es la misma que el holandés que vive en Ámsterdam, a pesar de que ambos pertenecen al mismo Estado.
No es casualidad que cuando viajamos a una capital europea el paisaje urbano sea cada vez más parecido al de cualquier otra ciudad occidental: Zara, Pull and Bear, McDonald’s, Burker King y demás iconos culturales nos informan que vivimos bajo un sistema capitalista donde las fronteras se abren al paso del dinero y se cierran al paso de las personas.
Primero nos uniformaron culturalmente y ahora pretenden gobernarnos desde un único punto para alejar la distancia entre el centro del poder y el punto a gobernar. De ahí que una de las derivas de esta crisis sea la recentralización: unificación del poder en pocas manos y reducir la diversidad del Estado a su capital. Con menos centros de poder democráticos, el capitalismo lo tiene más fácil para acabar con los derechos que nos hacen culturalmente diversos y humanamente iguales.
Defender la diversidad cultural, territorial y la descentralización política es agrandar la democracia. Junto a la lucha de clases, es la forma más integral e inteligente de oponerse al capitalismo que aspira a globalizar la miseria y deslocalizar los derechos humanos y lo que nos hace diferentes, que no desiguales.
Si la izquierda tradicional acepta que al capitalismo se le combate en el plano social, ecológico, de género y territorial, ésta habrá abrazado el concepto de “identidades múltiples” del que habla Amin Maalouf y que es la base del éxito de las nuevas formaciones políticas como Anova (Galicia), Compromís (País Valenciano) o Iniciativa per Cataluña: tras entender que la desigualdad tiene muchas más aristas que la clase social. Renovar a la izquierda es también hacerla entender que la lucha de clases solamente es insuficiente.