@RaulSolisEU | Hoy me ha llamado mi amiga Celia. Está profundamente frustrada, harta, sin esperanza y derrotada. Con veintipocos años se quedó embarazada de un capullo que tenía una relación paralela con otra mujer. Ella se enteró y, como tiene dos ovarios bien puestos, lo mandó a la mierda en el sexto mes de embarazo. La niña nació y ella, que no le dio tiempo a terminar la carrera, buscó trabajo de camarera, por 1.000 euros al mes, con pagas dobles y todo. Con ese dinero y sola mantiene a su hija pero se encuentra frustrada porque tiene veintiocho años, no tiene con quién dejar a su retoño y se las ve y se las desea para compaginarlo con su trabajo.
Me ha llamado porque le gustaría terminar la carrera, salir del pueblo, volver a la ciudad para estar cerca de la universidad y cumplir todos los sueños que ha aparcado tras el nacimiento de la niña. Dice que ya no puede más, piensa que nunca podrá recuperar el camino que dejó para criar a la niña. En este país, con un tercio de la población en la pobreza, ya no se habla de viviendas sociales, de permisos de maternidad, de escuelas infantiles, de conciliación laboral, de que una gran parte de los trabajadores, no digamos ya de las trabajadoras, está fuera de convenio, de que la mitad de los hogares sostenidos por una mujer son pobres y de que el 40% de andaluces que tienen un trabajo cobran por debajo de salario mínimo, de 650 euros hacia abajo.
Son trabajadores pobres, no en riesgo de pobreza, sino pobres porque ya han cruzado el umbral y han caído por el acantilado. A los partidos acomodados del régimen del 78 les interesa que hablemos de Artur Mas, de Cataluña y de todo lo que haga tapar la mierda de país en el que nos hemos convertido: sin derechos, con la gente que no puede con vidas comidas por la ansiedad, de madres que no saben si podrán pagar el alquiler el mes que viene y de cientos de criaturas sin horizonte, frustradas y con la vida rota en mil pedazos porque España, ese gran país del que presumen algunos cuando cantan ‘a por ellos’, ha decidido salir de la crisis dejando atrás a la gente sencilla.
Y entre la gente sencilla, las mujeres son las más castigadas, las que engordan la lista de trabajos precarizados, mal pagados y sin esperanza, las que guardan cola en las listas de los comedores sociales con la cabeza alta para sacar adelante a sus hijos, las que lloran en silencio la orden de desahucio que aparece en el buzón, las que compran las velas para alumbrar la casa cuando les han cortado la luz por imposibilidad de pagar el recibo, las que bajan al piso de abajo a por una bombona prestada de la vecina que generosamente se la presta y las que, encima de todo, tiran del resto de la familia para que no caigan en la depresión vital que ellas soportan.
Mi amiga tiene veintiocho años, debería poder tener derecho a continuar sus estudios, criar a su hija, disponer de una escuela infantil para compatibilizar su vida con la crianza y vivir en un país que le permitiera ser algo más que de profesión frustrada a 1.000 euros al mes. Con un día de descanso, sin convenio colectivo, medio mes de vacaciones, sin derecho a ponerse enferma y con miedo a pensar qué será de ella y su hija en tres semanas, la vida de mi amiga es un penar que le está robando los mejores años de su vida.
Mariano Rajoy ha celebrado este martes que «hayamos salido de la crisis». Y lleva razón, ese «hayamos salido», en plural mayestático, quiere decir que han salido ellos, los ricos; los que se han beneficiado del descalabro social, los que nunca tuvieron miedo de no poder pagar el alquiler del siguiente mes, los que nunca tuvieron que comprar arroz blanco y tomate porque pudieron comprar ternera y pescado fresco, los que se hicieron de oro con la especulación urbanística y ahora recogen los beneficios de las privatizaciones de servicios públicos y de la desposesión de rentas de las 14 millones de criaturas que conforman la lista de pobreza vergonzante e infame de un país que se vende al exterior como rico, desarrollado y democrático. Efectivamente, la crisis ha terminado para los que nunca han sabido qué es la crisis. Celia sigue sin saber si algún día podrá ser lo suficiente libre como para regresar a la universidad y terminar las cinco asignaturas que le quedan para ser periodista.