El capitalismo es un sistema de reproducción social que va mucho mas allá de lo económico cuyo motor no es el mercado sino la creación, reproducción, acumulación y distribución del capital, por lo que su motivación primordial es la obtención de beneficios privados y no la creación de utilidades sociales.
A la construcción ideológica de la economía ortodoxa hay que oponer las siguientes tesis:
Frente al individualismo metodológico, los individuos no preexisten a la sociedad se constituyen al mismo tiempo que ella (Cartelier).
Ni los comportamientos y las relaciones individuales son posibles sin instituciones sociales ni las instituciones sociales son comprensibles solo a partir de los individuos y el mercado: las relaciones entre los individuos son posibles únicamente en un marco social que las precede, por lo que hay que evitar el individualismo metodológico entendido como «todo enfoque que viene a concebir lo social como el resultado de un proceso cuyo punto de partida sería ‘no social’ o individual» (Benetti y Cartelier).
La economía de mercado constituye un subsistema pero no el núcleo.
El mercado es un mecanismo importante pero es solo una parte del sistema económico del capitalismo. El verdadero núcleo del capitalismo es la zona del antimercado (capitalismo profundo o alto capitalismo) donde deambulan los grandes predadores e impera la ley de la selva (Braudel). Esta zona de antimercado se ha ido haciendo cada vez más extensa a medida que el capitalismo se expandía, concentraba y finaciarizaba.
El poder político es constitutivo de la sociedad civil. Sin Estado la sociedad civil es imposible.
En las sociedades precapitalistas la actividad económica, mayoritariamente autosuficiente, estaba regulada por el poder de mando de las élites dirigentes, que controlaban la redistribución, y por normas consuetudinarias de reciprocidad de las comunidades (Polanyi).
El capitalismo no surge de una evolución espontánea del trueque y el intercambio sino de la acción de los primeros Estados europeos modernos que habían creado las condiciones favorables para la industrialización. Tal como afirma Weber, la condición de la ciudadanía erosionó el intercambio comunitario ritualizado y el dualismo ético de la sociedad tradicional.
Hasta Adam Smith había un consenso en que la condición de la sociedad civil era el poder porque sin Estado la sociedad civil era imposible. Los economistas liberales, a partir del siglo XVIII, trataron de imponer la idea de que la sociedad civil puede existir por si misma, sin Estado, y que está gobernada por las leyes del mercado.
Sin embargo, el mercado no puede existir al margen del Estado porque aunque éste se distancia de la producción y de la apropiación del excedente, no solo constituye el marco jurídico – económico sino que también organiza las relaciones capital – trabajo; gestiona la macroeconomía y actúa como prestamista en última instancia: crea las estructuras políticas (autoridad), jurídicas (normas regulatorias, estándares de medidas, seguridad pública, configuración y protección de la propiedad y de los bienes comunes, formación de la fuerza de trabajo, dotación de servicios públicos, etc.) y financieras (creación y regulación de la oferta monetaria y del sistema monetario que determina y procura dotar de estabilidad a los precios) que hacen posible la existencia de los mercados, al mismo tiempo los “disciplina” y limita su vis expansiva. porque el mercado, por su propia dinámica, siempre ha tenido una vocación colonizadora de todas las instituciones sociales.
Su singularidad consiste en ser “un sistema económico que produce dinero a partir del dinero” (Comte – Sponville).
Keynes definió al capitalismo como “una economía de producción monetaria” y Schumpeter insistía en que la diferencia específica del capitalismo consistía en su sistema bancario podía crear una cantidad ilimitada de dinero-crédito que precipitaba las crisis mediante la financiación de la sobreproducción y la especulación.
Sin embargo, en el proceso de la ciencia económica ortodoxa para construir un modelo separado y autónomo de las esferas política, cultural y biofísica, ha tenido una importancia central el intento de destruir la vieja idea del dinero como objeto político (Nadal) ya que el dinero, al ser un bien económico producido por el poder político, impedía que fuese coherente el modelo económico autosuficiente al margen del Estado para lo que inventan la teoría del trueque, la teoría del valor y la teoría del equilibrio general que son los tres pilares sobre los que se sustenta toda la construcción económica liberal y neoliberal, ocultando para ello necesariamente las verdaderas funciones y naturaleza del dinero y construyendo el objeto básico del análisis económico sobre una economía ficticia sin moneda.
La ciencia económica ortodoxa trata de demostrar que hay leyes mercantiles que rigen la determinación del dinero, pero el dinero es el único bien económico cuya oferta no está determinada por el cálculo económico privado porque es un bien directamente social. Frente al modelo que toma como punto de partida agentes económicos y bienes, y por lo tanto prescinde del poder político para luego introducir el dinero como un elemento neutral al proceso económico, la realidad es que el dinero es producido por el poder político, lo que echa por tierra la idea de una sociedad civil independiente del Estado (Benetti).
El mercado no es un mecanismo de circulación de bienes ya que éstos no describen un círculo, sino una circulación de dinero a través de la articulación de múltiples relaciones entre agentes (activos y pasivos) que validan socialmente los gastos, los ingresos y los bienes. El proceso está constituido como una secuencia de relaciones monetarias de diferente naturaleza (mercantiles, salariales y financieras) que estructuran una forma especial de producir y distribuir la riqueza social a partir del sistema financiero (actualmente, Estados incluido los Bancos Centrales, Organismos monetarios internacionales como el BM, el FMI o el BIP, sistema bancario, mercados financieros y mercados no regulados) que permite financiar los flujos el sistema. La creación y el control de dinero-capital es el núcleo del poder en el capitalismo
Su reproducción está ligado necesariamente al crecimiento continuo.
La peculiaridad del capitalismo es que tiene un impulso sistémico objetivo o una direccionalidad: a saber, la acumulación de capital. En principio, de acuerdo con ello, todo lo que los propietarios hacen en cuanto capitalistas está dirigido a ampliar su capital. Como los productores, también ellos se sitúan bajo una compulsión sistémica peculiar. Y los esfuerzos de todos por satisfacer sus necesidades son indirectos, están dirigidos a algo distinto que asume la prioridad: un imperativo dominante e inscrito en un sistema impersonal, la propia tendencia del capital a la autoexpansión indefinida (Fraser).
La reproducción del capital exige un crecimiento exponencial de la actividad económica que colisiona con la realidad del sistema biofísico de la tierra al ser un sistema cerrado, que solo recibe energía solar del exterior, y, por lo tanto, limitado.
Frente a la ocultación de los procesos (vemos solo los productos) sociales reivindicamos la trascendencia de la naturaleza y la cultura en la economía.
Aunque los fisiócratas razonaban sobre “una economía de la naturaleza” que extendía su objeto de estudio a toda la biosfera y sus recursos, los teóricos liberales empezaron a separar la economía de la naturaleza hasta que los economistas neoclásicos de finales del siglo XIX terminaron escindiendo por completo la economía y la naturaleza para ocultar los límites del crecimiento (Naredo).
Igualmente la cultura (entendida como la manera en la que un grupo de personas vive, piensa, siente, se organiza, celebra y comparte la vida en todas las manifestaciones y expresiones, tanto en sus aspectos materiales como inmateriales) constituye la atmósfera del marco cognitivo relacional que proporciona a las personas significados comunes que se traducen en lenguajes, gestos, símbolos, roles, estilos y esquemas de vida. La cultura social ejerce una función normativa sobre las actitudes económicas, sobre las instituciones y sobre la forma de relacionarse con la naturaleza.
Frente al capital que no tiene patria y que fluye incesantemente hacia donde obtiene mejores condiciones de reproducción, la matriz cultural proporciona lazos estables más allá de los que proporciona el mercado.
(*) Pintura de Mario Marín (óleo sobre cartón)