Concha Caballero.Feria del Libro de Sevilla.19/05/2012.Presentación del libro de Luis García Monterio: Una formar de resistencia.
Conocí a Luis una tarde de otoño en Granada, en un bar llamado la tertulia.
Tenía todo el aspecto de un chico bueno que contrastaba con el ambiente duro, malhablado y contestatario de esta inolvidable taberna granadina donde se congregaban todos los especímenes de la izquierda de la transición.
Lo rodeaba un grupo de estudiantes universitarias. El bajaba la cabeza como una flor tronchada.
Me llamó la atención su sonrisa. Una impagable sonrisa infantil del que encuentra siempre en la vida motivos de alegría. Una sonrisa que dibuja de una forma especial su boca, entre tímido y audaz.
Tan pronto hablaba entusiasmado como caía en un silencio melancólico. Su flequillo rebelde jugueteaba con su frente y él se lo atusaba como los niños buenos. Tenía un éxito arrollador del que él no era consciente, o al que restaba importancia.
– Es un gran poeta, me dijeron.
Cuando pude conseguir alguna de sus poesías me ocurrió como a tantos de sus lectores. Me quedé con hambre de sus versos. A partir de ahí él fue alimentando esa hoguera, poco a poco, como un calderero demasiado paciente. Y empezó a triunfar… Le llovieron los premios pero él no alteró ni un ápice su modestia tranquila, su mirada afectuosa para todo lo humano, incluso para con los contados y vociferantes envidiosos que se desesperan porque no lo alcanzan.
Es una clase extraña de poeta. Si fuésemos franceses diría el CIUDADANO POETA y quizá estuviera todo dicho pero en España, ay España, los ciudadanos molestan y a los poetas se les denigra. No hay más que ver la batalla del gobierno contra la educación para la ciudadanía y el nuevo ideario que pretenden imponer en la enseñanza:
No hay, sin embargo, en LGM ni una chispa de demagogia en su escritura, ni una sola directriz. Conoce el alma contradictoria y loca de la creación literaria que a veces dice lo contrario de lo que pretende y si no que se lo pregunten a Balzac o a Flaubert, tan preocupados por defender el antiguo régimen que hicieron el retrato más descarnado del capitalismo.
LGM, quizá sin quererlo, se está convirtiendo en una guía ética para los nuevos tiempos. Conoce las contradicciones del alma humana; desde este caparazón dulce y ameno ha vivido miles de vidas porque tiene el don de experimentar como propio todo lo ajeno.
La bondad, en estos terribles tiempos, se llama compasión. Se llama ser conscientes, acompañar el dolor ajeno sin estridencias, sin pretender ahormarlo, domarlo o dirigirlo, sino solo estar en cada circunstancia del lado más modesto. El mundo ahora se divide entre los que cierran sus ojos ante lo que ocurre, los que reprochan a los que nada tienen su imprevisión y su falta de esfuerzo y los que sienten tristeza por el mal ajeno.
Hay en esta actitud vital de Luis algo profundamente andaluz. Esa sociabilidad de nuestra tierra que no nos permite disfrutar de la fiesta cuando nuestro vecino sufre. Esa tendencia también andaluza a no vociferar, a llevar las penas sin asumir el triste papel de víctima en la comedia de la vida.
Nadie, excepto Luis, podría haber convertido un libro sobre los objetos en UNA FORMA DE RESISTENCIA. Un libro sobre butacas, billetes de avión, posavasos, corbatas, espejos en un libro sobre como resistir los embates del capitalismo más feroz. Todos objetos modestos, cotidianos, insignificantes.
Pero que nadie se engañe sobre el valor de los objetos. No acabamos de conocer a nadie hasta que no lo vemos en su casa, rodeado de sus objetos familiares. O, perdónenme por ponerme algo más triste. Todos hemos conocido el dolor de la despedida final de los objetos cuando hemos empaquetado pertenencias de nuestros seres queridos y hemos tenido que apartar a manotazos el dolor al contemplar un reloj, unas zapatillas, una bufanda o la tonta postal de un viaje.
Los objetos de los que nos habla Luis son perdurables. En algún momento han pertenecido al mundo del consumo, pero no son consumibles, han quedado impregnados de nuestras vidas. Nos hablan y les hablamos.
Bertold Brecht lo explicó maravillosamente en este poema:
De todos los objetos, los que más amo
son los usados.
Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han sido cogidos por muchas manos. Éstas son las formas
que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,
desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,
esas losas entre las que crece la hierba, me parecen
objetos felices.
Impregnados del uso de muchos,
a menudo transformados, han ido perfeccionando sus
formas y se han hecho preciosos
porque han sido apreciados muchas veces.
De todos los objetos, los que más amo, son los usados…Objetos felices.
Los objetos no reemplazables son una forma de resistencia contra el consumismo atroz. Cuando no los apreciamos, cuando tendemos a sustituirlos rápidamente sin parar a pensarlo, es que también nosotros hemos aceptado ser sustituidos, pertenecer al reino de los objetos sin alma, al mercado y al consumo. Con los objetos pasa como con la inspiración, según decía Oscar Wilde, si la persigues te enloquece y se adueña de tu vida, si la acompañas es una fiel compañera.
En la galería de LGM algunos objetos hablan y tienen formada opinión sobre nuestras vidas. Por ejemplo los espejos de su casa tienen ideas contradictorias sobre Luis. El espejo del hall cree que es una persona cumplidora, aseada, respetuosa. El del dormitorio cree que es desastrado y dormilón. El del baño es quien mejor lo conoce porque es testigo de su reconstrucción continuada, de su mirada crítica y sus ensayos.
Hay objetos modestos, agazapados, como el jersey veraneando en nuestro armario, las zapatillas rotas. No en vano Pablo Neruda dedicó un poema a sus calcetines. No un poema, sino toda una Oda
Y es esta la moral de mi Oda:
Dos veces es belleza la belleza,
y lo que es bueno es doblemente bueno,
cuando se trata de dos calcetines
de lana en el invierno.»
Otros objetos, te regañan. Algunos reclaman un trato especial que solo tú conoces: esa lavadora a la que tienes que asestar un golpe para que comience a funcionar, ese cable que necesita varias conexiones, ese interruptor que juega a las tres esquinas antes de encenderse.
Algunos objetos se convierten en metáforas perfectas de nuestras vidas. Las monedas que caen de nuestro bolsillo al finalizar el día. ¿Todo se vende? ¿todo se compra? Se interroga el poeta o la butaca de nuestro hogar, ese reino personal donde escribimos los decretos de nuestras lecturas y de nuestras cavilaciones. “Quizá, propone el poeta, los que se agarran tanto a los sillones ajenos es porque carecen de una butaca propia en su hogar”.
Los objetos nos hablan de los viajes realizados, de los aviones perdidos, de los partidos de fútbol a los que hemos asistido, de los conciertos de nuestros héroes de la música, de los amores perdidos. Son reliquias del tiempo pasado, metáforas personales que solo nosotros entendemos y que nos hablan de sentimientos, tal como expresaba Serrat: creíamos que los había matado el tiempo y la ausencia, pero acechan en un cajón, en un papel o en un rincón.
André Bretón fue de los primeros en reclamar esta metáfora de los objetos y compuso el poema objeto, una alteración de las normas de la razón, el placer de sentirse dominado por la relación entre las cosas divergentes.
Hay poesía en los objetos, sin duda. Por eso, este libro en prosa es una construcción profundamente poética. Lo decía el paisano de LGM, García Lorca: «la poesía es el misterio que hay en las cosas y todas las cosas tienen su misterio«. Lorca vivió en una sociedad granadina aficionada a construir en cada casa un altarcico barroco con todas las cosas apreciadas. Luis exhibe las suyas en este libro: un paquete de cigarrillo Goya de su padre, una corbata chillona de Rafael Alberti, una pluma que le regaló Francisco Ayala y que permanece presa en su estuche por miedo a perderla.
Como decía Octavio Paz
Monumentos a cada momento
hechos con los desechos de cada momento:
jaulas de infinito.
Canicas, botones, dedales, dados,
alfileres, timbres, cuentas de vidrio:
cuentos del tiempo.
Pero sobre todo los objetos nos hablan del tiempo, pero no del tiempo de los mercados, sino del tiempo humanizado, vivido, concreto. Del tiempo que pasa y que nos cubre, de lo que quedará de nosotros cuando ya no estemos:
«¡Cuántas cosas,/ limas, umbrales, atlas, copas, clavos,/ nos sirven como tácitos esclavos,/ ciegas y extrañamente sigilosas!/ Durarán más allá de nuestro olvido;/no sabrán nunca que nos hemos ido. (Las Cosas).
O como escribió Neruda
…
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.
Dice, Luis, que se inspiró en la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck para escribir esta obra. Es curioso que resuelva escribir sobre los objetos inspirado por una legión de trabajadores desposeídos, que trasladaban sus contados enseres por los polvorientos caminos de Oklahoma. La pérdida y la rápida sustitución de los objetos es una metáfora sobre la pérdida de valor de los humanos, su fácil sustitución, su pérdida de influencia.
Los nuevos objetos y los nuevos trabajadores no llegan a ser amados, ni apreciados. No establecen vínculos estables. Son solo piezas sustituibles para mayor ganancia del mercado.
Por eso, nos recuerda Luis, cuidar y amar los objetos se convierte en una metáfora de cuidar los humanos, y añado yo, la naturaleza. Disfrutar de todo lo necesario, pero huir del consumismo y negarse a ser cosificado, clasificado, vendido o comprado.
Es posible que exista una ética de los objetos, de su posesión, de su cuidado frente a las lógicas del mercado. A esto hace alusión el poeta cuando ha titulado su libro “Una forma de resistencia”.
Desde que lo conocí en la Tertulia, Luis no ha perdido su sonrisa, ni su encantadora forma de atender a los demás. Era un niño bueno y la vida, ¡ay milagro!, lo ha hecho más sabio y más bueno.
Es el momento de reivindicar la bondad, la mirada compasiva sobre el ser humano. Por eso, aún a costa de ser cursi, y parafraseando a B.Brecht me despido:
De todos los poetas, a los que más amo, es a los que tienen una mirada compasiva sobre el ser humano. Por eso, manchado de su dolor, presente en todas las batallas de la dignidad, amo a LGM.
Concha Caballero
Sevilla, 19 de mayo de 2012