Todo el mundo cabe. Todos los que arrimen el hombro. Tenemos que salir a ganar. Yo tengo ganas e ilusión. La afición nos pide ganar. El equipo está menos motivado que la afición. Embarazada de siete meses me bloquearon el gobierno. El enemigo está fuera. Yo quiero ganarle a la derecha (a la que dejó gobernar hace seis meses). Este partido tiene que recuperar las ganas. Quiero cambiarle la vida a la gente como hicieron los expresidentes. No podemos entregarnos a otro partido. Nos han robado la bandera de la igualdad. Ese debate ahora no toca. Toca arrimar el hombro. Yo sé ganar. ¡Yo soy socialista!
Estas diecisiete frases cortas, de menos de 140 caracteres, concatenadas una detrás de otra, sin contenido político alguno, salidas directamente de las tripas, sin conexión ninguna con el lenguaje que hablan los votantes socialistas y la gente sencilla que se debería referenciar en las siglas del puño y la rosa, es lo que ha dicho Susana Díaz en la entrevista con Pepa Bueno en la Cadena Ser y lo que lleva haciendo desde que dio un golpe de Estado en el seno de su propio partido, con la ayuda de los poderes bancarios y mediáticos.
Bueno, también ha dicho, sin complejo ninguno, que «los líderes no se pueden relacionar directamente con las bases, porque eso siempre tiende a sistemas que no son muy democráticos”. Sólo una populista como ella es capaz hablar desde las tripas más internas y arremeter contra el populismo sin que se le mueva el flequillo de lado. Ni Marine Le Pen es capaz de usar el cinismo en un grado tan superlativo.
Hay que reconocerle a Susana Díaz, que en los tiempos de bonanza del PSOE no habría sido ni una buena concejal de un municipio menor, la capacidad de sacar petróleo con lo que tiene, que es mucha lectura de dossieres de prensa y argumentarios, alguna sesión con un coach que le enseñó dicción y a suavizar las formas cuando fue nombrada presidenta de la Junta en 2013, muchos cursos de comunicación y telegenia, una manera testosterónica de entender la vida y la política y una intuición que le falla porque ha perdido la conexión con la vida real después de más de media vida montada en un coche oficial.
Hasta ahora, lo único claro que sabemos que hará Susana Díaz con España, si es elegida presidenta del PSOE, es “salir a ganar con ilusión y ganas” porque “la afición nos lo está pidiendo”. No sabemos por qué esas ganas e ilusión no las ha puesto a favor de esta tierra, Andalucía, que encabeza los datos de pobreza infantil, desigualdad, desempleo, recortes en la sanidad pública, exclusión social, trabajadores que cobran por debajo de 650 euros al mes y una falta de modelo productivo que ha reducido a Andalucía a la playa de alemanes, ingleses y holandeses.
Al escuchar a Susana Díaz, una persona con el más mínimo sentido común no puede sentir otra cosa que pena y vergüenza ajena de la decrepitud que representa para el PSOE, el partido que un día fue la fuerza hegemónica de los progresistas españoles y que hoy parece estar en el plató de Sálvame Deluxe.
Igual que existe la telebasura, también existe la política-basura, que es aquella que no tiene proyecto, que todo lo reduce a las emociones y a las frases recurrentes para convertirlas luego en un titular de prensa, que apela a la ilusión y a la psicología positiva como hacen los vendehúmos y que es incapaz de hablar de economía, de sanidad, de educación o de modelo productivo sin recurrir a “quiero que la gente viva mejor” y sin insultar la inteligencia de la gente y la historia del partido que más se parecía a España y que hoy se dirige a la autodestrucción de la mano de Susana Díaz, por no querer entender que el país ha cambiado fruto del empobrecimiento generalizado que sufren las familias y los autónomos y pequeños y medianos empresarios desde 2008.